EL MAESTRO JESUS Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant Comentarios, Estudios y Reflexiones del Evangelio Contemplado |
CAPITULO IX La circuncisión, Lc 2:21. 21 Cuando se hubieron cumplido los ocho días para circuncidar al Niño, le dieron por nombre Jesús, impuesto por el ángel antes de ser concebido en el seno. COMENTARIO La circuncisión era el signo de incorporación al pueblo de Israel. Tenía lugar al octavo día del nacimiento y dispensaba el reposo sabático. El rito no era de oficio sacerdotal y podía realizarlo cualquier persona (Ex 5:25; 1 Mac 1:63; 2 Mac 4:16). Podía realizarse en casa o en la sinagoga, ante diez testigos. Al hacerse la circuncisión se pronunciaba una fórmula, ya hecha, de bendición a Dios 29. En la época neotestamentaria solía imponerse en este día el nombre al niño (Gen 17:5-15). Era la incorporación real y nominal a Israel 30. José, de acuerdo con María, debió de ser el que le impuso el nombre. Ya el ángel lo había anunciado. Y se le llamó Jesús, forma apocopada de Yehoshúa: “Yahvé salva.” Era la misión salvadora que tenía (Mt 1:21). Y con la dolorosa circuncisión, Cristo derramó ya la primera sangre redentora. Presentación y purificación en el templo, Lc 2:22-40. 22
Así que se cumplieron los días de la purificación, conforme a la ley de
Moisés, le llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, 23 según está
escrito en la ley del Señor que “todo varón primogénito sea consagrado al
Señor,” 24 y para ofrecer en sacrificio, según la ley del Señor, un par de
tórtolas o dos pichones. 25 Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón,
justo y piadoso, que esperaba COMENTARIO “«Todo varón primogénito será consagrado al señor»” Lc 2, 22-35 Cuando llegó el día
fijado por Este evangelio, nos
habla de la purificación de A fin de comprender
mejor este fragmento del evangelio, comento lo siguiente: dice al comienzo,
“Cuando llegó el día fijado por Este es el caso de María, que además era pobre. Estas ofrendas, una era sacrificada en holocausto de adoración, y la otra por el “pecado”. Pero no se refiere a un “pecado mortal”, sino a algo legal, por el hecho del alumbramiento, en donde se habla de estos sacrificios de expiación por haber transgredido algo prohibido “legalmente”, como por ejemplo tocar un cadáver o un reptil prohibido, y si lo hiciese incluso sin darse cuenta, debe confesar su pecado. Sigue el evangelio:
“Llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en
Sigue el evangelio, “Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón”. El evangelio presenta en escena un hombre santo: “justo”, que cumplía los preceptos de Dios, y “piadoso”, hombre de fe viva, religioso. Estos adjetivos acusan esmero por cumplir los deberes morales. Vivía en Jerusalén, y se llamaba Simeón, nombre usual judío. Era un hombre que debía de pertenecer a los “círculos” religiosos y que animaban su esperanza con la próxima venida del Mesías, tan acentuada por entonces en aquel medio ambiente. El Espíritu Santo estaba “sobre él”; gozaba de carismas sobrenaturales. Debía de ser de edad avanzada. Y tenía la promesa del Espíritu Santo, de que no moriría sin haber visto al Cristo del Señor, al Mesías, es decir, la “consolación” de Israel, que él esperaba. El Espíritu Santo, comenzó en el anciano Simeón, su acción espiritual para que conociera a Jesús y lo recibieran como el Mesías prometido. Impulsado por el Espíritu, vino al templo cuando los padres traían al Niño. Era un hombre santo, que gozaba de carismas. Y tomándolo en sus brazos, “bendijo” a Dios. Los rabinos tomaban a los niños en brazos para bendecirlos. Conforme a la revelación tenida, Simeón ha visto al Mesías. Su vida sólo aspiró a esto: a gozar de su venida y visión, que era el ansia máxima para un israelita. Por eso lo puede dejar ya ir “en paz,” es decir, con el gozo del mesianismo, en el que estaban todos los bienes cifrados. El Mesías es “tu salvación”, la que Dios envía: Jesús (Is 40:5). Pero este Mesías tiene dos características: es un Salvador universal: “para todos los pueblos”; es el mesianismo profético y abrahámico; y es un mesianismo espiritual, no de conquistas políticas, sino “luz” para “iluminar a las gentes” en su verdad. Pero siempre quedaba un legítimo orgullo nacional: el Mesías sería siempre “gloria de tu pueblo, Israel,” de donde ha salido. También San Pablo, en Romanos, mantendrá este privilegio de Israel. Dice san Lucas; “Su padre y su madre estaban admirados”, ante esto. Era la admiración ante el modo como Dios iba revelando el misterio del Niño, y la obra que venía a realizar. De nadie sino del Espíritu le podía venir este conocimiento profético. Simeón los “bendijo.” Con alguna fórmula, invocó la bendición de Dios sobre ellos. No es extraño este sentido de “bendición” en un anciano y un profeta. Pero, dirigiéndose especialmente a su madre, le dijo proféticamente: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción” Va a ser “signo” (Is 8:18) de contradicción. La vida de Cristo ha sido esto: desde tenerlo por endemoniado hasta confesarlo por Mesías. Como dirá San Pablo, su doctrina fue “escándalo” para los judíos (1 Cor 1:23) 38. Jesús será la señal de contradicción. En Efecto, unos lo amarán, otros lo odiarán; unos estarán dispuestos a morir por El, mientras otros no cesarán en su esfuerzo por hacerlo desaparecer de la historia y de la faz de la tierra. Sigue luego: “Y a
ti misma una espada te atravesará el corazón” Esto es algo trágico, “Una
espada de dolor atravesará tu alma.” No será sólo para ella el dolor de una
madre por la persecución, calumnia y muerte de su hijo. Observo que en el
texto no se dirige a San José, que, sin duda, está allí presente, pues
“Simeón los bendijo”. Esta profecía, dirigida personal y exclusivamente a
ella, debe de tener un mayor contenido. Se diría que se ve a Finalmente el evangelio dice; “Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos”. Este término, se entronca con la finalidad que va a seguirse de esa “contradicción” de Cristo: que “se descubran los pensamientos de muchos corazones.” Habrá de tomarse partido por El o contra El: hay que abrir el alma ante la misión de Cristo. Jesús, venció al mundo y nos advirtió sabiamente, “En el mundo habrá tribulación, pero ánimo, Yo he vencido al mundo” “« Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a dios.»” Lc 2, 22-36-40 Ana, “la profetisa”, es sin duda una mujer muy especial, por esa razón aparece como una figura destacada en este fragmento del evangelio. Ella es una “profetisa,” es decir una mujer consagrada a Dios, con un específico carisma, dada a la piedad y a la animación de estos días donde se realizan estas especiales doctrinas. San Lucas, hace una descripción detallada de la biografía de ella y sus actividades. Su viudez parece un “celibato consagrado”. Su obra no fue al menos exclusivamente, en el templo, pues ella “hablaba” a todos los que esperaban la “liberación” por obra mesiánica. Debió de recibir un fuerte impacto en aquel episodio del templo. Ana, es como las figura de los laicos comprometidos, que con el testimonio de su palabra, anuncia proféticamente la evangelización en su ambiente, aportando además con un testimonio de vida, con caminos hacia la santidad, con practicas de constantes oraciones y penitencias. Ana da un testimonio sobre el Niños Jesús, en un instante de inspiración y dirigida por el Espíritu de Dios. Su actuación, consagrada a la oración, al sacrificio, observando las obligaciones que se deben cumplir, la convierte en una destacada mujer. El Niño en el
templo, es una escena que nos atrae y nos invita a percibir en el relato
diversos motivos a este propósito. En este relato, es la primera palabra que
aparece de Cristo en los evangelios. Además, en forma sutil, nos habla de la
inteligencia de Cristo, porque dice crece en “sabiduría.” Produce esta escena
admiración, porque luego veremos como en los evangelios de “discusión” de
Cristo con fariseos y doctores los hace callar. Aquí tiene su preludio y
“justificación” al estar demostrando su saber bíblico ante los doctores de “El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.” La gracia porque a Jesus, hombre, le fue concedida la gran gracia de que desde que empezó a ser hombre fuese perfecto y fuese Dios. Todavía siendo niño, tenía la gracia de Dios, para que, como todas las cosas en El eran admirables, lo fuese también su niñez, y se cumpliese así la sabiduría de Dios. Por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar "en sabiduría, en estatura y en gracia" Pedro Sergio Antonio Donoso Brant Octubre de 2005 |