EL MAESTRO JESUS

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Comentarios, Estudios y Reflexiones del Evangelio Contemplado

 

 

CAPITULO XLIII

La unción en Betania, 12:1-8 (Mt 26:6-13; Mc 14:3-9)

1 Seis días antes de la Pascua vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. 2 Le dispusieron allí una cena; y Marta servía, y Lázaro era de los que estaban a la mesa con El. 3 María, tomando una libra de ungüento de nardo legítimo, de gran valor, ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos, y la casa se llenó de olor del ungüento. 4 Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que había de entregarle, dijo: 5 ¿Por qué este ungüento no se vendió en trescientos denarios y se dio a los pobres? 6 Esto decía, no por amor a los pobres, sino porque era ladrón, y, llevando él la bolsa, hurtaba de lo que en ella echaban. 7 Pero Jesús dijo: Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura. 8 Porque pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mi no me tenéis siempre.

 

COMENTARIO

“A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre”

Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, San Juan sitúa con precisión cronológica esta escena, así es como dice: fue seis días antes de la Pascua. Sin embargo los Evangelios sinópticos no la sitúan cronológicamente. La narran en un contexto en el que se dice que dentro de dos días es la Pascua (San Mateo 26:2; San Marcos 14:1). Pero es debido a que los sinópticos la incrustan en un contexto lógico por razón de la muerte inminente de Jesús, que se anuncia en los versículos anteriores, lo mismo que por la venta que de Él hace Judas, y que es narrada inmediatamente después de este episodio.

Habría que preguntarse, ¿Dónde fue esta cena? San Juan dice solo: donde estaba Lázaro, que no es decir en casa de Lázaro. Para Mateo y Marcos, fue en casa de Simón el leproso: En este Evangelio, pensando en las personas centrales que le interesan — Jesús, Marta, María, Lázaro, Judas — viene a producir lo que se llama un espejismo literario, como si la cena fuese en casa de Lázaro, que estaba en Betania y a quien Jesús había resucitado, y allí en Betania, le dieron una cena. De ser en casa de Lázaro, lo lógico era decir que se la dieron en casa de Lázaro; pero sólo dice que “allí” en Betania, estaba Lázaro.

En cambio, se dice que; Lázaro era uno de los comensales, seguramente como era la costumbre era uno de los que estaban reclinados (a la mesa) con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Seguramente era un invitado especial a esta cena donde también se habían invitado a otros amigos. Jesús se debe haber sentado a la mesa donde habrían otros comensales, sumemos a esto la mujeres de la cocina y los sirvientes. Es decir había muchos testigos de esta escena cuando María se presentó con un frasco de perfume.

Mientras los Evangelio sinópticos hacen el relato diciendo que María derramó el ungüento sobre la cabeza de Jesús, sin más, san Juan, omitiendo esto, destaca precisamente que derramó este perfume sobre los pies de Jesús: ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos.

En el relato de san Lucas, (7:38-44-46), dice que una pecadora colocándose detrás de Jesús, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. Aquí, María no lava los pies de Jesús con sus lágrimas — pues la cortesía había ofrecido ya agua para lavarse, costumbre había de ofrecer lavar los pies a los caminantes, pero si dice que tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Este rasgo es, más que extraordinario, extraño. Ungir la cabeza era una práctica común, pero la unción de los pies era desconocida; limpiar el ungüento con los cabellos resultaría, al menos, desacostumbrado; además, una mujer judía respetable difícilmente habría comparecido en público con el cabello suelto.

Estamos frente a un hecho que hoy tendría una resonancia y divulgación tendenciosa, alguien podría decir, sobre la libertad de que se tomara de presentarse a los pies de Jesús con un frasco de perfume, ungir sus pies y secarlos con los cabellos Esta actitud de María debe haber causado asombro no solo de los anfitriones, también de lo invitados, que seguramente al verla se estaban escandalizando, y muy asombrados por el comportamiento tan respetuoso y amoroso de Jesús con ella.

La razón de esto es, es muy simbolista a demás de excepcional. Cuando Lázaro resucita, sale del sepulcro ligados con vendas los pies y las manos, y el rostro envuelto en un sudario (San Juan 11:44). Pero estas vendas que ataban a Lázaro estaban impregnadas en los perfumes mortuorios (San Juan 19:39-40). Así, San Juan, al destacar sólo este rasgo excepcional, evocaba mejor, típicamente, la interpretación funeral que de aquella acción iba a dar el mismo Jesús que le respondió: Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura.

Parecería que María había oído alguna vez la proximidad de su muerte y habría comprado aquel perfume para emplearlo en el embalsamamiento judío del cuerpo del Señor. Pero no es éste el sentido. Habría que suponer muchas cosas. El espíritu del relato es otro, y con él coincide lo que dicen los sinópticos.

San Marcos lo precisa: ella se adelantó a perfumar mi cuerpo para la sepultura (San Marcos 14:8; cf. San Mateo 26:12).

Este perfume que María tenía, al emplearlo así en Jesús, por deferencia, cuya muerte era inminente, vino, sin saberlo, como acaece en otros episodios del evangelio de San Juan (11:51; 19:24), a cumplir un rito simbólico que, si era homenaje a Jesús, venía a evocar y a ser una anticipación del embalsamamiento que harían de su cuerpo después de su muerte. Es un trozo más del valor histórico-simbolista del evangelio de San Juan.

María, demostró la delicadeza de su amor al Maestro. Los hizo a su modo, porque entonces solo se solía en señal de respeto ungir la cabeza de los huéspedes, así se destacaba su distinción como invitados. María elige la esencia más cara, la más pura y costosa para ungir los pies de Jesús. La ofrenda de María es total, no se reserva ninguna gota del perfume para ella.

Después de relatarse esta escena, San Juan añade: La casa se impregnó con la fragancia del perfume. Si con ello se quiere destacar la intensidad, pureza y valor de aquel perfume acaso pudiera también tener ello un valor simbolista. Podría aludir a lo que recogen San Mateo-San Marcos sobre la divulgación de aquella acción, y que estaba en el ambiente de la tradición cristiana primitiva: donde se predique este evangelio, en todo el mundo, se dirá también lo que ella ha hecho, para su memoria (San Mateo 26:23; San Marcos 14, 9).

Seguramente María sentía la mirada de Judas, pero al mismo tiempo la sedante, amorosa y pacificadora de Jesús. Este hecho demuestra que todo hombre o mujer puede acercarse con confianza a Jesús: Todos y especialmente los pecadores son bien recibidos por Jesús.

Al ver que Jesús se deja tocar por la mujer, los comensales no se atreven a criticarlo de viva voz, excepto Judas. 

Los Evangelios sinópticos dicen que, ante esta acción, los discípulos protestaron, porque se podía haber vendido este perfume y haber dado su importe a los pobres. Pero San Juan matiza y pone en evidencia que fue Judas, pues así dice: Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: ¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres? Entonces destaca que él (Judas) fue el iniciador o el más fuerte objetante a esto, y al que luego, ingenua e incautamente, se le habían unido algunos discípulos. Y San Juan declara que el motivo es que Judas era ladrón, que robaba de la pequeña caja del colegio apostólico diciendo: Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común.

Pero a ello le respondió Jesús con la frase; A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre. Esta expresión no tiene un valor profético. Es un enunciado de tipo “sapiencial” y teniendo en cuenta el curso ordinario de las cosas. Es lo que se leía con esta misma perspectiva en la Ley: Nunca dejará de haber pobres en la tierra (Dt 15:11). Y en los escritos rabínicos se lee que, en los días del Mesías, siempre habrá pobres.

Esta frase de Jesús, es un llamado a comprometerse con los pobres y los necesitados. La vida de Jesús, nace en un humilde pesebre y llega a su máxima expresión de pobreza en su Pasión y Muerte. Para Jesús, a los pobres siempre se les debe dar una atención especial y preferencial. Nuestro compromiso con Cristo, nos debe hacer considerar esta misma preferencia.

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Octubre de 2005

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