EL MAESTRO JESUS

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Comentarios, Estudios y Reflexiones del Evangelio Contemplado

 

 

CAPITULO XVIII

Expulsión de los vendedores del templo “Quitad de aquí todo esto y no hagáis de la casa de mi Padre casa de contratación” Jn 2:13-22, Jn  2:13-22

13 Estaba próxima la Pascua de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén. 14 Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, de ovejas y de palomas, y a los cambistas sentados; 15 y, haciendo de cuerdas un azote, los arrojó a todos del templo, con las ovejas y los bueyes; derramó el dinero de los cambistas y derribó las mesas; 16 y a los que vendían palomas les dijo: Quitad de aquí todo esto y no hagáis de la casa de mi Padre casa de contratación. 17 Se acordaron sus discípulos que está escrito: “El celo de tu casa me consume.” 18 Los judíos tomaron la palabra y le dijeron: ¿Qué señal das para obrar así? 19 Respondió Jesús y dijo: Destruid este templo y en tres días lo levantaré. 20 Replicaron los judíos: Cuarenta y seis años se han empleado en edificar este templo, ¿y tú vas a levantarlo en tres días? 21 Pero El hablaba del templo de su cuerpo. 22 Cuando resucitó de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había dicho.

 

COMENTARIO-ESTUDIO

“Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén” Lo primero que hace Jesús cuando llega a Jerusalén, es ir al templo a orar, consideremos esta actitud como en ejemplo, esto es, cuando visitemos un lugar donde haya un templo, una capilla, dirijamos nuestros pasos allí primero para hacer oración.

Pero sucedió, que Jesús “Encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.”

Este templo del que se habla es el atrio de los gentiles, próximo al santuario, entonces los rabinos prohibían utilizar su paso como un atajo o en forma menos decorosa, pero esto era mas teoría que practica, sin embargo se decía que  no se ha de subir al templo con bastón o llevando sandalias o la bolsa, ni aun el polvo de los pies, como también no se debía pasar por el templo como por un atajo para ahorrar el camino. Pero, a pesar de estas ideales medidas preventivas de la santidad del templo, éstas no se respetaban, y se llegaba a verdaderas profanaciones en el recinto sagrado, como lo confirma la escena de Jesús expulsando a los mercaderes.

Según la costumbre de aquel tiempo, en la fiesta de la Pascua se había de ofrecer por todo israelita un sacrificio, los más ricos los hacía con un buey o una oveja, y los más pobres con una paloma, aparte de los sacrificios que se ofrecían en todo tiempo como votos. Además, todo israelita debía pagar anualmente al templo, llegado a los veinte años medio siclo, pero conforme a la moneda del templo y no se permitía la moneda romana. De ahí la necesidad de cambistas.

Todo esto se hacía para facilitar a los peregrinos adquirir en Jerusalén las materias de los sacrificios, es decir los bueyes, corderos, palomas, lo mismo que las materias que ritualmente acompañaban a éstos, electos tales como incienso, harina, aceite, etc. Para procurar a todos, y especialmente a los judíos de la diáspora, el cambio de sus monedas locales por la moneda que regía en el templo, se había permitido por los sacerdotes instalar puestos de venta y cambio en el mismo recinto del templo, en el “atrio de los gentiles.”

Así es, como el cuadro de abusos a que esto dio lugar era deplorable con mucho ruido de balidos de ovejas, mugidos de bueyes, además estiércol de animales y las infaltables disputas, regateos y altercados de vendedores.

Los cambistas allí establecidos realizaban frecuentemente sus cambios cobrando una sobrecarga o interés que subía del 5 al 10 por cien. Con esto, el recinto del templo, el “atrio de los gentiles,” había sido transformado en un mercado, en un gran bazar oriental. Y todo ello con autorización y connivencia de los sacerdotes. Lo que aprovechaban eran los sacerdotes saduceos, que  veían en ello una buena fuente de ingresos.

Entrando Jesús en el templo, encontró a “los vendedores de bueyes, de ovejas y de palomas,” con sus ganados, que serían en cada uno de ellos pequeños rebaños, y, en conjunto, todo aquello un pequeño parque de ganado. También encontró allí a los “cambistas sentados.” Tenían delante de ellos sus pequeños puestos, seguramente al estilo de los pequeños puestos de cambio establecidos en las calles, tales como los que aparecen hoy en El Cairo y Jerusalén.

Jesús, al ver aquel espectáculo, hizo de cuerdas un látigo, un flagelo. Pero aquí no es el terrible instrumento del suplicio de la “flagelación.” Aquí el “flagelo” fue una especie de varios látigos unidos en haz, hecho con cuerdas que se hallasen tiradas por el suelo, de las usadas para sujetar el ganado, y que le sirviese para ahuyentar a los profanadores. Era, como algo que “serviría más como símbolo de autoridad que como estimulante físico”.

Todos los evangelios relatan este episodio, con algunos matices algo distinto, Juan relata que echó a todos los mercaderes del templo, Lucas y Marcos lo ven como una orden de desalo y Mateo como la expulsión de todos los comerciantes. Con ellos fueron arrojados “las ovejas y los bueyes” (Jn). Pero también se dirá que fueron expulsados “todos los que vendían y compraban” (Mt-Mc). Debe de querer indicarse con ello que Jesús expulsó todo aquello que, de hecho, venía a ser causa de profanación. A los “cambistas” no sólo los expulsó del templo, sino que también “les derribó las mesas” (Mt-Mc-Jn) y les “desparramó el dinero” (Jn). Este resaltar que “desparramó el dinero y volcó las mesas” indica bien cómo con su mano tiró las monedas que estaban sobre los pequeños mostradores, y cómo también, al pasar, les volcaba las mesitas de sus puestos.

Los evangelistas destacan también la conducta que tuvo con los vendedores de palomas. ¿Tiene esto un significado específico y distinto, de consideración con ellos? ¿Es que acaso vendían a precio justo su mercancía y no profanaban así el templo? En Jn se dice que les mandó que ellos mismos desalojasen el templo; Mt y Mc, en cambio, lo ponen en la misma línea de los cambistas: que derribó los “asientos de los vendedores de palomas” (Mt).

El sentido de esta escena no está tanto en los abusos comerciales a que se prestaba aquel comercio cuanto en el hecho mismo de haberse establecido aquí estas ventas. Por eso, se concibe muy bien el hecho histórico así: Jesús, en su obra de purificación del templo, no se limita a “desparramar el dinero” de las mesas de los cambistas y a “derribar” éstas, sino que parece lo más natural que fuese derribando mesas y monedas de cambistas, y “asientos — puestos — de vendedores de palomas.”

Y en esta obra de purificación mediante la expulsión de mercaderes, decía repetidas veces, que Mc incluso literariamente destaca: “y les enseñaba y decía” que estaba dicho en la Escritura: “Mi casa es casa de oración,” y aún añade: “para todas las gentes.” La cita está tomada de Isaías (56:7). En ella Isaías anuncia el mesianismo universal. Debiendo ser esto el templo, “casa de oración,” ellos la han convertido en una “cueva de ladrones.” La expresión está tomada del profeta Jeremías (7:11). En el profeta no tiene un sentido exclusivo y específico de gentes que roban, aunque en ella se incluye también esto (Jer 7:6.9), cuanto que es expresión genérica sinónima de maldad. Por eso, al ingresar en el templo cargados de maldad, lo transformaban en una cueva de maldad.

Pero en boca de Jesús, en este momento, la expresión del profeta cobraba un realismo extraordinario, puesto que aquellos mercaderes debían de ser verdaderos usureros y explotadores del pueblo y de los peregrinos. El sentido, pues, de esta obra de Jesús es claro: hacer que se dé al templo, lugar santísimo de la morada de Dios, la veneración que le corresponde. Es la purificación de toda profanación en la Casa de Dios.

Con este acto, “Jesús va a echar fuera estos animales y anunciar, con la destrucción del templo, un sacrificio mejor: el de su propia muerte.”

Jesús, al derribar mesas y expulsar mercaderes, las siguientes palabras: “No hagáis de la casa de mi Padre casa de contratación.” En el A.T. se llamaba al templo la “casa de Dios.” Dios era considerado como Padre de Israel colectivamente. Y la literatura rabínica insiste en que se le invoque como Padre común. Más nunca, aun en la invocación personal, Dios era llamado Padre especialmente de uno. Sin embargo, el Mesías era considerado como Hijo de Dios por antonomasia. Por eso, cuando Jesús proclama en el evangelio de Jn que el templo es la casa de “su Padre,” en un sentido personal y único, no sólo se proclama Mesías, sino también Hijo de Dios ¿A qué judío se le hubiese ocurrido llamar al templo “mi casa” y “la casa de mi Padre” en un sentido personal, excepcional y único? Sólo podría decirlo el Mesías. Pero esta frase, interpretada a la luz del evangelio de Jn, es la proclamación de la divinidad de Jesús.

Jn es el único que añade que, ante todas estas cosas, los “discípulos” “recordaron” que en los Libros Sagrados estaba escrito: “El celo de tu casa me devorará.”

Estas palabras están tomadas del salmo 69:10. Las solas palabras sugieren en él un celo interior que le consume por la gloria de Dios. Esto orienta preferentemente, no sólo al celo ardiente interior que Jesús ahora tiene, sino también a las consecuencias que de este celo se seguirán un día en Jesús, cayendo sobre él. Es muy probable que, en el pensamiento del evangelista, este versículo contenga un anuncio de la pasión. Este celo por la casa de Dios, como parte de toda una actuación mesiánico-divina, le acarreará un día la muerte.

Los “discípulos” se “acordaron” de este pasaje de la Escritura; pero ¿cuándo? ¿Entonces mismo o después de la resurrección? Probablemente después de la resurrección, al pensar en los hechos de su vida ya que antes su mentalidad no se acusa preparada para esto. En cambio, es lo que les pasó a propósito semejante, en otras ocasiones, después de la resurrección. Fue después de la resurrección de Jesús, al meditar las enseñanzas cuando recordaron estas palabras de un salmo mesiánico y cuando vieron la relación mesiánica que había en aquella escena de Jesús, lleno de “celo” por la obra mesiánica, y lo que se decía del “celo” del Mesías en este salmo. Ya había sido la gran iluminación de Pentecostés.

¿Cómo se explica esta expulsión de los mercaderes del templo? Se quiere explicar este gesto de Jesús, imponiéndose a aquellos mercaderes y expulsándolos del templo, por motivos humanos. La turba, explotada y vejada por aquellos comerciantes, se une a un líder que aparece de pronto. Máxime si la escena tuvo lugar en la última Pascua, cuando la persona de Jesús era suficientemente conocida. Aunque en la hipótesis de la primera Pascua el prestigio de Jesús hubo de ser muy grande, pues hacía muchos “milagros” y “muchos creyeron en El” (Jn 2:23).

Si hacemos una interpretación en forma naturalista, la muchedumbre aplaudiría, y presionaría moral y hasta físicamente a aquellos comerciantes. Sería para ella como una hora de revancha.

Jesús, se impone y derriba mesas y monedas de cambistas, asientos de vendedores, y, látigo en mano, amenaza a todos aquellos profanadores del templo. ¿Cómo se explicaría este primer gesto de Jesús imponiéndose a los mercaderes? ¿Qué señal das para obrar así?” Si ordinariamente Jesús quería pasar inadvertido, en algunos momentos dejaba irradiar más su majestad, apareciendo entonces su persona avasalladora. Es un caso análogo a la escena que el mismo Jn relata cuando, yendo los ministros del sanedrín a prenderle, al llegar a El se encuentran subyugados, y a los sacerdotes y fariseos, que les preguntan: “¿Por qué no le habéis traído?” responden admirados: “Porque jamás hombre alguno habló como éste” (Jn 7:45.46). Es la misma causa, según la interpretación ordinaria, que hace en Getsemaní retroceder y caer en tierra a los que van a prenderle (Jn 18:2-8). Se ha expresado muy bien el motivo de aquel efecto: “Aquella majestuosa y repentina aparición de la Santidad indignada llenó de espanto a todos los presentes.” 

Así es como estos se le acercaron para preguntarle: “¿Qué señal das para obrar así?” Pasada la primera impresión, “llegó esto a oídos de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas,” e intervienen las autoridades para exigir responsabilidades de un acto de tal naturaleza realizado en el mismo templo, y que les parecía ser una usurpación de sus poderes y una censura a ellos mismos por la permisión de aquellos comercios en el lugar sagrado.

En absoluto, el hecho de una purificación del templo no era un acto exclusivamente mesiánico. Pero, como antes se dijo, en el caso concreto de Jesús llevaba un sentido mesiánico-divino. El mismo hecho de intervenir los judíos exigiéndole un “signo” que garantizase esta conducta suya, en lugar de aplicarle la ley por usurpar sus poderes, hace ver que la cuestión está planteada a Jesús por considerar que El se ponía en el plano, hipotético para ellos, de Mesías. Era la réplica hábil que ellos hacían a la invocación que había hecho, para obrar así, del celo por la “casa de mi Padre.”

Los judíos eran muy propensos a pedir como garantía milagros (1 Cor 1:22; Mt 16:1; Mc 8:11). Y así le piden aquí, como garantía de su actuación en la casa de “su Padre,” un “signo,” un milagro, que en Jn se les llama ordinariamente “signos,” en cuanto lo son de un poder o de una intervención sobrenatural.

Jesús acepta la invitación, acepta dar un “signo.” Fue un acto de condescendencia, de garantía y de misericordia, que en su día podría valorarse. Pero el “signo” no requiere ser claro a la hora que se da, sino a la hora que se cumple (Is 7:14). Pues “toda profecía es enigma antes de su cumplimiento,” escribe San Ireneo. Por eso les dice: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré.” Naturalmente, estas palabras de Jesús no son una orden de su destrucción. El que tanto celo había demostrado por la veneración del templo no podía mandar destruirlo. Ni los judíos le acusarán aquí de blasfemia.

Como Jesús habla de su cuerpo, habla de un futuro. El término “templo” es el lugar en que moraba la divinidad. Y la divinidad “moraba” en su cuerpo. Entonces este era el “templo” de la divinidad. A la destrucción de este templo se seguirá lo que Jesús anuncia: “y yo lo levantaré en tres días.” “En tres días” no significa “al tercer día,” sino durante tres días. La comparación simula un edificio desplomado y que El, como un operario, lo reconstruye en tres días. Pero en la comparación está el intento de su resurrección al tercer día. Deliberadamente Jesús habla de una manera velada, como lo es toda profecía. Ellos y los mismos discípulos (v.22) lo entendieron del templo de Herodes. Si en los discípulos la incomprensión era por efecto del velo profético y de su falta de preparación (Jn 16:12), en los judíos había además una positiva y mala disposición contra Jesús. El “signo” de su muerte y de su resurrección lo usará Jesús más veces, y también veladamente ante exigencias farisaicas, al aludir a Jonás (Mt 12:38; 16:1; Lc 11:29.30). Estas eran las credenciales con las que Jesús responde a la exigencia de quién le dio el poder de haber actuado así en el templo.

Desfiguradamente, los judíos alegarán esta afirmación de Jesús como blasfemia en el proceso de su muerte (Mc 14:58; Mt 26:61) y como sarcasmo de impostura en el Gólgota (Mc 15:29; Mt 27:40),

Sin embargo, en la misma expresión de Jesús había ya un índice que les permitía orientar su inteligencia hacia su intento. Ni El ni ellos — los judíos — podían, en realidad, interpretarlo de la destrucción del templo. El que tanto celo mostraba por la veneración y santidad del mismo no podía pensar en destruirlo. Y prueba de ello es que los dirigentes del templo no le acusan de blasfemia, sino de lo inverosímil que es que una obra que necesitó para realizarse cuarenta y seis años, El pretenda realizarla en tres días. “El exceso mismo de lo inverosímil debió de haberles puesto en guardia contra una interpretación demasiado literal. Acostumbrados al lenguaje figurado, los judíos, más que ningún otro, debían pensar que se trataba de un “enigma.” Los judíos prefieren creer el absurdo.”

El evangelista resalta que Jesús había dicho aquella doble profecía de su muerte y resurrección, “del templo de su cuerpo.” El anuncio de su resurrección, que es de la restauración definitiva del templo de su cuerpo, podía evocar lo que iba a significar este templo de Jesús en el nuevo culto. “El cuerpo de Jesús resucitado será el centro del culto en espíritu y verdad (Jn 4:21ss), el lugar de la presencia divina (Jn 1:14), el templo espiritual de donde brota el agua viva (Jn 7:37-39). Es uno de los grandes símbolos joanneos (cf. Ap 21:22). Ello se funda sobre una de las palabras más literalmente auténticas de Jesús (Mt 26:61 par. y 12:6).”

Jesús resucitado es el verdadero templo, pues en él vive la “plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2:9; cf. Col 1:19; cf. Jn 1:14) y como Mediador absoluto (1 Tim 2:5), es, a través de él — sacerdote y víctima — como, necesariamente, se rinde culto a Dios.

El evangelista consigna, como antes indicó análogamente, que los discípulos después de la resurrección se “acordaron” de esto. Al repasar la vida de Jesús a la luz de Pentecostés, penetraron el hondo sentido de aquellas palabras, conforme a la promesa del Señor y “creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había dicho.” El Espíritu Santo les trajo a su consideración los pasajes en que se hablaba de la resurrección, y comprendieron a un tiempo el sentido profético que tenían, lo mismo que la profecía de la resurrección de Jesús, “templo” de la divinidad, anunciada por El mismo

Los discípulos del Señor aún no comprendían esto de la resurrección, tampoco entendía lo más grande, que era Dios el que habitaba en aquel cuerpo, por eso cuando resucitó de entre los muertos, se acordaron sus discípulos que por esto lo había dicho, y creyeron a la Escritura, y a la palabra que dijo Jesús"

En efecto, antes de la resurrección no entendían las Escrituras, porque aún no habían recibido al Espíritu Santo que aún no les había sido enviado porque Jesús no había sido glorificado todavía. Sin embargo, en el mismo día de la resurrección, cuando el Señor Jesús se apareció a sus discípulos, les aclaró sus mentes para que comprendiesen lo que acerca de El estaba escrito en la Ley y en los profetas. Y entonces creyeron en las Escrituras, esto es, en los profetas que habían predicho la resurrección de Jesucristo en el tercer día, y en las palabras de Jesús.

 

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Octubre de 2005

VOLVER AL INDICE