EL MAESTRO JESUS Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant Comentarios, Estudios y Reflexiones del Evangelio Contemplado |
CAPITULO XVIII Expulsión de los vendedores del templo “Quitad de aquí todo esto y no hagáis de la casa de mi Padre casa de contratación” Jn 2:13-22, Jn 2:13-22 13
Estaba próxima COMENTARIO-ESTUDIO “Se acercaba Pero sucedió, que
Jesús “Encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a
los cambistas sentados delante de sus mesas.” Este templo del que
se habla es el atrio de los gentiles, próximo al santuario, entonces los
rabinos prohibían utilizar su paso como un atajo o en forma menos decorosa,
pero esto era mas teoría que practica, sin embargo se decía que no se ha de subir al templo con bastón o
llevando sandalias o la bolsa, ni aun el polvo de los pies, como también no
se debía pasar por el templo como por un atajo para ahorrar el camino. Pero,
a pesar de estas ideales medidas preventivas de la santidad del templo, éstas
no se respetaban, y se llegaba a verdaderas profanaciones en el recinto
sagrado, como lo confirma la escena de Jesús expulsando a los mercaderes. Según la costumbre
de aquel tiempo, en la fiesta de Todo esto se hacía
para facilitar a los peregrinos adquirir en Jerusalén las materias de los
sacrificios, es decir los bueyes, corderos, palomas, lo mismo que las
materias que ritualmente acompañaban a éstos, electos tales como incienso,
harina, aceite, etc. Para procurar a todos, y especialmente a los judíos de
la diáspora, el cambio de sus monedas locales por la moneda que regía en el
templo, se había permitido por los sacerdotes instalar puestos de venta y
cambio en el mismo recinto del templo, en el “atrio de los gentiles.” Así es, como el
cuadro de abusos a que esto dio lugar era deplorable con mucho ruido de
balidos de ovejas, mugidos de bueyes, además estiércol de animales y las
infaltables disputas, regateos y altercados de vendedores. Los cambistas allí
establecidos realizaban frecuentemente sus cambios cobrando una sobrecarga o
interés que subía del 5 al 10 por cien. Con esto, el recinto del templo, el
“atrio de los gentiles,” había sido transformado en un mercado, en un gran
bazar oriental. Y todo ello con autorización y connivencia de los sacerdotes.
Lo que aprovechaban eran los sacerdotes saduceos, que veían en ello una buena fuente de ingresos. Entrando Jesús en
el templo, encontró a “los vendedores de bueyes, de ovejas y de palomas,” con
sus ganados, que serían en cada uno de ellos pequeños rebaños, y, en
conjunto, todo aquello un pequeño parque de ganado. También encontró allí a
los “cambistas sentados.” Tenían delante de ellos sus pequeños puestos,
seguramente al estilo de los pequeños puestos de cambio establecidos en las
calles, tales como los que aparecen hoy en El Cairo y Jerusalén. Jesús, al ver aquel
espectáculo, hizo de cuerdas un látigo, un flagelo. Pero aquí no es el
terrible instrumento del suplicio de la “flagelación.” Aquí el “flagelo” fue
una especie de varios látigos unidos en haz, hecho con cuerdas que se
hallasen tiradas por el suelo, de las usadas para sujetar el ganado, y que le
sirviese para ahuyentar a los profanadores. Era, como algo que “serviría más
como símbolo de autoridad que como estimulante físico”. Todos los
evangelios relatan este episodio, con algunos matices algo distinto, Juan
relata que echó a todos los mercaderes del templo, Lucas y Marcos lo ven como
una orden de desalo y Mateo como la expulsión de todos los comerciantes. Con
ellos fueron arrojados “las ovejas y los bueyes” (Jn). Pero también se dirá
que fueron expulsados “todos los que vendían y compraban” (Mt-Mc). Debe de
querer indicarse con ello que Jesús expulsó todo aquello que, de hecho, venía
a ser causa de profanación. A los “cambistas” no sólo los expulsó del templo,
sino que también “les derribó las mesas” (Mt-Mc-Jn) y les “desparramó el
dinero” (Jn). Este resaltar que “desparramó el dinero y volcó las mesas”
indica bien cómo con su mano tiró las monedas que estaban sobre los pequeños
mostradores, y cómo también, al pasar, les volcaba las mesitas de sus
puestos. Los evangelistas
destacan también la conducta que tuvo con los vendedores de palomas. ¿Tiene
esto un significado específico y distinto, de consideración con ellos? ¿Es
que acaso vendían a precio justo su mercancía y no profanaban así el templo?
En Jn se dice que les mandó que ellos mismos desalojasen el templo; Mt y Mc,
en cambio, lo ponen en la misma línea de los cambistas: que derribó los
“asientos de los vendedores de palomas” (Mt). El sentido de esta
escena no está tanto en los abusos comerciales a que se prestaba aquel
comercio cuanto en el hecho mismo de haberse establecido aquí estas ventas.
Por eso, se concibe muy bien el hecho histórico así: Jesús, en su obra de
purificación del templo, no se limita a “desparramar el dinero” de las mesas
de los cambistas y a “derribar” éstas, sino que parece lo más natural que
fuese derribando mesas y monedas de cambistas, y “asientos — puestos — de
vendedores de palomas.” Y en esta obra de
purificación mediante la expulsión de mercaderes, decía repetidas veces, que
Mc incluso literariamente destaca: “y les enseñaba y decía” que estaba dicho
en Pero en boca de
Jesús, en este momento, la expresión del profeta cobraba un realismo
extraordinario, puesto que aquellos mercaderes debían de ser verdaderos
usureros y explotadores del pueblo y de los peregrinos. El sentido, pues, de
esta obra de Jesús es claro: hacer que se dé al templo, lugar santísimo de la
morada de Dios, la veneración que le corresponde. Es la purificación de toda
profanación en Con este acto,
“Jesús va a echar fuera estos animales y anunciar, con la destrucción del
templo, un sacrificio mejor: el de su propia muerte.” Jesús, al derribar
mesas y expulsar mercaderes, las siguientes palabras: “No hagáis de la casa
de mi Padre casa de contratación.” En el A.T. se llamaba al templo la “casa
de Dios.” Dios era considerado como Padre de Israel colectivamente. Y la
literatura rabínica insiste en que se le invoque como Padre común. Más nunca,
aun en la invocación personal, Dios era llamado Padre especialmente de uno.
Sin embargo, el Mesías era considerado como Hijo de Dios por antonomasia. Por
eso, cuando Jesús proclama en el evangelio de Jn que el templo es la casa de
“su Padre,” en un sentido personal y único, no sólo se proclama Mesías, sino
también Hijo de Dios ¿A qué judío se le hubiese ocurrido llamar al templo “mi
casa” y “la casa de mi Padre” en un sentido personal, excepcional y único?
Sólo podría decirlo el Mesías. Pero esta frase, interpretada a la luz del
evangelio de Jn, es la proclamación de la divinidad de Jesús. Jn es el único que
añade que, ante todas estas cosas, los “discípulos” “recordaron” que en los
Libros Sagrados estaba escrito: “El celo de tu casa me devorará.” Estas palabras están
tomadas del salmo 69:10. Las solas palabras sugieren en él un celo interior
que le consume por la gloria de Dios. Esto orienta preferentemente, no sólo
al celo ardiente interior que Jesús ahora tiene, sino también a las
consecuencias que de este celo se seguirán un día en Jesús, cayendo sobre él.
Es muy probable que, en el pensamiento del evangelista, este versículo
contenga un anuncio de la pasión. Este celo por la casa de Dios, como parte
de toda una actuación mesiánico-divina, le acarreará un día la muerte. Los “discípulos” se
“acordaron” de este pasaje de ¿Cómo se explica
esta expulsión de los mercaderes del templo? Se quiere explicar este gesto de
Jesús, imponiéndose a aquellos mercaderes y expulsándolos del templo, por
motivos humanos. La turba, explotada y vejada por aquellos comerciantes, se
une a un líder que aparece de pronto. Máxime si la escena tuvo lugar en la
última Pascua, cuando la persona de Jesús era suficientemente conocida.
Aunque en la hipótesis de la primera Pascua el prestigio de Jesús hubo de ser
muy grande, pues hacía muchos “milagros” y “muchos creyeron en El” (Jn 2:23).
Si hacemos una interpretación
en forma naturalista, la muchedumbre aplaudiría, y presionaría moral y hasta
físicamente a aquellos comerciantes. Sería para ella como una hora de
revancha. Jesús, se impone y
derriba mesas y monedas de cambistas, asientos de vendedores, y, látigo en
mano, amenaza a todos aquellos profanadores del templo. ¿Cómo se explicaría
este primer gesto de Jesús imponiéndose a los mercaderes? ¿Qué señal das para
obrar así?” Si ordinariamente Jesús quería pasar inadvertido, en algunos
momentos dejaba irradiar más su majestad, apareciendo entonces su persona
avasalladora. Es un caso análogo a la escena que el mismo Jn relata cuando,
yendo los ministros del sanedrín a prenderle, al llegar a El se encuentran
subyugados, y a los sacerdotes y fariseos, que les preguntan: “¿Por qué no le
habéis traído?” responden admirados: “Porque jamás hombre alguno habló como
éste” (Jn 7:45.46). Es la misma causa, según la interpretación ordinaria, que
hace en Getsemaní retroceder y caer en tierra a los que van a prenderle (Jn 18:2-8).
Se ha expresado muy bien el motivo de aquel efecto: “Aquella majestuosa y
repentina aparición de Así es como estos
se le acercaron para preguntarle: “¿Qué señal das para obrar así?” Pasada la
primera impresión, “llegó esto a oídos de los príncipes de los sacerdotes y
de los escribas,” e intervienen las autoridades para exigir responsabilidades
de un acto de tal naturaleza realizado en el mismo templo, y que les parecía
ser una usurpación de sus poderes y una censura a ellos mismos por la
permisión de aquellos comercios en el lugar sagrado. En absoluto, el
hecho de una purificación del templo no era un acto exclusivamente mesiánico.
Pero, como antes se dijo, en el caso concreto de Jesús llevaba un sentido
mesiánico-divino. El mismo hecho de intervenir los judíos exigiéndole un
“signo” que garantizase esta conducta suya, en lugar de aplicarle la ley por
usurpar sus poderes, hace ver que la cuestión está planteada a Jesús por
considerar que El se ponía en el plano, hipotético para ellos, de Mesías. Era
la réplica hábil que ellos hacían a la invocación que había hecho, para obrar
así, del celo por la “casa de mi Padre.” Los judíos eran muy
propensos a pedir como garantía milagros (1 Cor 1:22; Mt 16:1; Mc 8:11). Y
así le piden aquí, como garantía de su actuación en la casa de “su Padre,” un
“signo,” un milagro, que en Jn se les llama ordinariamente “signos,” en
cuanto lo son de un poder o de una intervención sobrenatural. Jesús acepta la
invitación, acepta dar un “signo.” Fue un acto de condescendencia, de
garantía y de misericordia, que en su día podría valorarse. Pero el “signo”
no requiere ser claro a la hora que se da, sino a la hora que se cumple (Is
7:14). Pues “toda profecía es enigma antes de su cumplimiento,” escribe San
Ireneo. Por eso les dice: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré.”
Naturalmente, estas palabras de Jesús no son una orden de su destrucción. El
que tanto celo había demostrado por la veneración del templo no podía mandar
destruirlo. Ni los judíos le acusarán aquí de blasfemia. Como Jesús habla de
su cuerpo, habla de un futuro. El término “templo” es el lugar en que moraba
la divinidad. Y la divinidad “moraba” en su cuerpo. Entonces este era el
“templo” de la divinidad. A la destrucción de este templo se seguirá lo que
Jesús anuncia: “y yo lo levantaré en tres días.” “En tres días” no significa
“al tercer día,” sino durante tres días. La comparación simula un edificio
desplomado y que El, como un operario, lo reconstruye en tres días. Pero en
la comparación está el intento de su resurrección al tercer día.
Deliberadamente Jesús habla de una manera velada, como lo es toda profecía.
Ellos y los mismos discípulos (v.22) lo entendieron del templo de Herodes. Si
en los discípulos la incomprensión era por efecto del velo profético y de su
falta de preparación (Jn 16:12), en los judíos había además una positiva y
mala disposición contra Jesús. El “signo” de su muerte y de su resurrección
lo usará Jesús más veces, y también veladamente ante exigencias farisaicas,
al aludir a Jonás (Mt 12:38; 16:1; Lc 11:29.30). Estas eran las credenciales
con las que Jesús responde a la exigencia de quién le dio el poder de haber
actuado así en el templo. Desfiguradamente,
los judíos alegarán esta afirmación de Jesús como blasfemia en el proceso de
su muerte (Mc 14:58; Mt 26:61) y como sarcasmo de impostura en el Gólgota (Mc
15:29; Mt 27:40), Sin embargo, en la
misma expresión de Jesús había ya un índice que les permitía orientar su
inteligencia hacia su intento. Ni El ni ellos — los judíos — podían, en
realidad, interpretarlo de la destrucción del templo. El que tanto celo
mostraba por la veneración y santidad del mismo no podía pensar en
destruirlo. Y prueba de ello es que los dirigentes del templo no le acusan de
blasfemia, sino de lo inverosímil que es que una obra que necesitó para
realizarse cuarenta y seis años, El pretenda realizarla en tres días. “El
exceso mismo de lo inverosímil debió de haberles puesto en guardia contra una
interpretación demasiado literal. Acostumbrados al lenguaje figurado, los
judíos, más que ningún otro, debían pensar que se trataba de un “enigma.” Los
judíos prefieren creer el absurdo.” El evangelista
resalta que Jesús había dicho aquella doble profecía de su muerte y
resurrección, “del templo de su cuerpo.” El anuncio de su resurrección, que
es de la restauración definitiva del templo de su cuerpo, podía evocar lo que
iba a significar este templo de Jesús en el nuevo culto. “El cuerpo de Jesús
resucitado será el centro del culto en espíritu y verdad (Jn 4:21ss), el
lugar de la presencia divina (Jn 1:14), el templo espiritual de donde brota
el agua viva (Jn 7:37-39). Es uno de los grandes símbolos joanneos
(cf. Ap 21:22). Ello se funda sobre una de las palabras más literalmente
auténticas de Jesús (Mt 26:61 par. y 12:6).” Jesús resucitado es
el verdadero templo, pues en él vive la “plenitud de la divinidad
corporalmente” (Col 2:9; cf. Col 1:19; cf. Jn 1:14) y como Mediador absoluto
(1 Tim 2:5), es, a través de él — sacerdote y
víctima — como, necesariamente, se rinde culto a Dios. El evangelista
consigna, como antes indicó análogamente, que los discípulos después de la
resurrección se “acordaron” de esto. Al repasar la vida de Jesús a la luz de
Pentecostés, penetraron el hondo sentido de aquellas palabras, conforme a la
promesa del Señor y “creyeron en Los discípulos del
Señor aún no comprendían esto de la resurrección, tampoco entendía lo más
grande, que era Dios el que habitaba en aquel cuerpo, por eso cuando resucitó
de entre los muertos, se acordaron sus discípulos que por esto lo había
dicho, y creyeron a En efecto, antes de
la resurrección no entendían las Escrituras, porque aún no habían recibido al
Espíritu Santo que aún no les había sido enviado porque Jesús no había sido
glorificado todavía. Sin embargo, en el mismo día de la resurrección, cuando
el Señor Jesús se apareció a sus discípulos, les aclaró sus mentes para que
comprendiesen lo que acerca de El estaba escrito en Pedro Sergio Antonio Donoso Brant Octubre de 2005 |