EL MAESTRO JESUS

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Comentarios, Estudios y Reflexiones del Evangelio Contemplado

 

 

CAPITULO XX

Conversación de Cristo con la Samaritana, Jn  4:4-26.

4 Tenía que pasar por Samaría. 5 Llega, pues, a una ciudad de Samaría llamada Sicar, próxima a la heredad que dio Jacob a José, su hijo, 6 donde estaba la fuente de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente; era como la hora de sexta. 7 Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: Dame de beber, 8 pues los discípulos habían ido a la ciudad a comprar provisiones.

9 Dícele la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana? Porque no se tratan judíos y samaritanos. 10 Respondió Jesús y dijo: ¡Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le pedirías a El, y El te daría a tí agua viva! 11 Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, te viene esa agua viva? 12 ¿Acaso eres tú más grande que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebió él mismo, sus hijos y sus rebaños? 13 Respondió Jesús y le dijo: Quien bebe de esta agua volverá a tener sed; 14 pero el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed; que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna. 15 Dijóle la mujer: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed ni tenga que venir aquí a sacarla.

16 El le dijo: Vete, llama a tu marido y ven acá. l7 Respondió la mujer y le dijo: No tengo marido. Díjole Jesús: Bien dices “No tengo marido”; 18 porque cinco tuviste, y el que ahora tienes no es tu marido; en esto has dicho la verdad. 19 Díjole la mujer: Señor, veo que eres profeta. 20 Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que adorar. 21 Jesús le dijo: Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. 22 Vosotros adoráis lo que no conocéis, nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salud viene de los judíos; 23 pero ya llega la hora, y es ésta, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues tales son los adoradores que el Padre busca. 24 Dios es espíritu, y los que le adoran han de adorarle en espíritu y en verdad. 25 Díjole la mujer: Yo sé que el Mesías, el que se llama Cristo, está para venir y que, cuando venga, nos hará saber todas las cosas. 26 Díjole Jesús: Soy yo, el que contigo habla.

Cuando leo un fragmento del Evangelio de San Juan, no puedo alejarme de la idea de que el es testigo presencial, son mucho los relatos que dejan esta sensación, en este caso la descripción de la escena está hecha con rasgos precisos y vividos entonces se diría que sugiere en el autor a un testigo asistente. Ni sería obstáculo a ello el que, durante la conversación, los discípulos habían ido por provisiones (v.8), ya que en la afirmación rotunda de “los discípulos” cabía muy bien la excepción de uno, Juan, que quedase en compañía de Cristo. En todo caso, Juan lo sabe, porque la Samaritana lo divulgó entre los suyos, y Juan pudo oírlo durante los “dos días” (v.43) que Cristo permaneció allí, o porque en un momento confidencial, como en la cena (Jn 13:24ss), lo supo por el mismo Cristo. ¿Por qué no?, ¿Y a nosotros que?

Al ir Jesús a Galilea, “convenía” que pasase por Samaría. Probablemente este “convenía” tiene aquí un valor de ventaja geográfica de itinerario; a no que se intente destacar, directamente al menos, un motivo providencial para encontrarse con la Samaritana. Samaría era la ruta ordinaria para ir de Galilea a Judea, aunque otros seguían el curso del Jordán.

En este retorno a Galilea, al atravesar Samaría, “llega a una ciudad llamada Sicar, próxima a la heredad que dio Jacob a José, su hijo, donde estaba la fuente de Jacob” (v.5.6) 3.

En este relato san Juan detalla con absoluta precisión que Sicar estaba “próxima a la heredad que dio Jacob a su hijo José” (Gen 33:19.20; 48:22). José, antes de morir, pidió que, cuando Dios liberase a su pueblo de Egipto, llevasen con ellos sus restos (Gen 50:24-26), lo cual cumplieron los suyos, y sus restos “fueron enterrados en Siquem” (Jos 24:32). Una tradición que llega a Eusebio de Cesárea  muestra allí la tumba de José.

El evangelista señala con igual precisión que en esta “heredad” estaba la “fuente de Jacob.” La Escritura recuerda varios pozos excavados por este patriarca (Gen 26:18.32). Una fuente o un pozo en Oriente es un tesoro. Lo mandó excavar el patriarca en su heredad, probablemente para evitar contaminaciones con la población indígena cananea, ya que en las mismas cercanías de su heredad había, por lo menos, tres fuentes abundantes.

Jesús, fatigado del camino, se sentó, sin más junto a la fuente. Una larga caminata bajo el sol palestino debe ser agotadora. Se dice que en esos lugares, se suele caminar con el alba para defenderse del excesivo calor.  A Jn le gusta acusar este aspecto humano de Cristo, creo que a nosotros también. Las fuentes son en Oriente, lo que condiciona y señala las jornadas. El pequeño grupo hizo, normalmente, alto junto a la fuente. Jesús “se sentó” allí. “junto” al pozo 11 (Jn 5:2)   Nuevamente san Juan, parece acusarse como un testigo presencial por una precisión histórica que hace: “Era como la hora sexta,” que en la cronología de Jn es sobre el mediodía (Jn 19:14; 4:5; 1:39).

Fue sobre esta hora del mediodía cuando llega al pozo “una mujer de Samaría” se refiere sólo a la región a la que pertenecía, como dirá luego, que vinieron a ver a Cristo “muchos samaritanos de aquella ciudad” (v.39), que es Sicar (v.5).

La mujer viene “a sacar agua.” Acaso fuese el agua para el servicio del mediodía. San Juan justificará poco después que Cristo no tenía con qué sacar agua (v.11), y los discípulos habían ido al poblado próximo “a comprar provisiones” (v.8).

Jesús le dice: Dame de beber. Estaba, pues, a merced de aquella mujer el calmar de su sed. El sentido histórico de la escena es evidente. Pero el evangelista quiere destacar, en la misma narración literaria, un simbolismo maravilloso que late en toda la escena. Es el simbolismo histórico el que se acusa: aquella mujer samaritana aparece en este momento de la escena como la que puede calmar a Cristo la sed del cuerpo. Pero ella ignora que también le calmará El a ella su sed del alma, cuando ella le calme a él su sed de Salvador (v.31).

Así es como a la llegada de esta mujer de Samaría, que venía a sacar agua de un pozo, Cristo, Jesús, verdaderamente sediento de sed física, le pide a aquella mujer que le saque, pues El no tenía con qué (v. 11), un poco de agua del pozo para beber. Es algo que a nadie se niega. Lo contrario se tenía por culpa (Job 22:7). Por eso, el tono de extrañeza que va a usar con él la Samaritana, indica más la sorpresa de dirigirse un judío a un samaritano que no la actitud caprichosa racial y hostil, de negarse a socorrerle. Por lo que añade el evangelista: “porque no se tratan judíos y samaritanos” (v.96) 12.

Un poco de Historia: Sabemos que la enemistad entre judíos y samaritanos era atroz. Después de la deportación de los samaritanos por Sargón en el año 721, se trajeron a Samaría numerosas tribus babilónicas para repoblarla (2 Re 17:30-33). Esto dio lugar a mixtificaciones raciales y sincretistas en lo religioso (2 Re, l.c.). Por eso, a la vuelta del destierro, los judíos no permitieron la colaboración de los samaritanos para la reconstrucción del templo (Esd 4:1ss). En 400 se levantó sobre el Garizím un templo cismático a Yahvé 13. Esto llenó la medida del odio judío contra los samaritanos. Y aunque en 129 a. C. fue destruido por Juan Hircano, los samaritanos consideraron siempre este monte como sagrado y sobre él celebraron sus festividades. Hasta en el Eclesiástico aparece reflejada la historia de este odio (Eclo 50:27.28), lo mismo que en el Talmud. Los judíos llegaron en ocasiones a negar a los samaritanos vino y alimento para no contraer impureza legal u. Pero, en cambio, admitían determinado comercio más o menos normal con los mismos 15; lo que explica el que los discípulos hubiesen ido “a la ciudad a comprar provisiones” (v.8).

Es en este ambiente de hostilidad y desprecio en el que hay que valorar la frase de esta mujer samaritana, lo mismo que toda la escena de bondad y enseñanza salvadora que Cristo tiene con ella.

Dícele la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana? Porque no se tratan judíos y samaritanos. ¿Cómo conoce ella, sin más, que es judío? Quizás por el tipo del vestido, o por la pronunciación, ya que los galileos pronunciaban distinto que los judíos y samaritanos (Jue 12:5ss; Mt 26:71) 16, o por algún otro motivo. Pero Jesús, que no venía tanto a pedir como a dar, va al objetivo de su misión salvadora, diciéndole:

Respondió Jesús y dijo: ¡Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le pedirías a El, y El te daría a tí agua viva!

El “don de Dios” aquí es el don expresado por el “agua viva,” El “agua viva,” como imagen, es el agua de la fuente, en contraposición a las aguas estancadas o quietas de cisternas o pantanos (Jer 2:13). Es agua con nacimiento, con energía: con “vida.” Muy pronto dirá Cristo el valor del dinamismo de esta agua (v.14). Ante esta manifestación de Cristo, los papeles se cambian, y el que pide, pide también ser pedido; y el que suplica agua, ofrece a su vez “agua viva.”

Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo La mujer aquella, demasiado humana, recibe un primer golpe de sorpresa, no niega el encontrarse ante algo que, porque ella no lo alcance, no sea verdad. Acaso piensa en algún tipo de agua mágica, misteriosa, o en un procedimiento, milagroso o mágico, con que poder sacar de aquel pozo “profundo” el “agua viva” de la “fuente,” que mana en su fondo. Por eso le dice, extrañada, que, siendo el pozo hondo y no teniendo él aparejo para sacarla, “¿de dónde, pues, tienes tú el agua viva?” Pero, no obstante esto, algo queda en ella que le deja presentir cosa insólita. “¿Acaso eres tú más grande que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebió él mismo, sus hijos y rebaños?” Esta contraposición con Jacob dice bien de aquel algo de misterioso presentimiento que ve en aquel excepcional judío que esta junto a ella.

Los samaritanos tenían a gran orgullo proclamarse descendientes de Jacob; era como su justificación de la mixtificación racial y del cisma religioso. Por eso gustaban de recordar que Samaría había sido escenario de la vida de los patriarcas. s por lo que la Samaritana habló de “nuestro padre Jacob” (v.12). Se consideraban sus descendientes a través de las tribus josefitas de Efraím y Manases.

Pero Cristo no le responde directamente a su objeción, en su enseñanza hará ver que El es superior al poder de los patriarcas. Porque: Quien bebe de esta agua volverá a tener sed; 14 pero el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed; que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna.

¿Qué quiere expresar Cristo por esta imagen del “agua viva” que se hace “fuente” en el que la bebe, y que el agua que mana esa “fuente” salta o llega hasta la “vida eterna”?

Podríamos asegurar que la vida espiritual, que Dios dispensa, y las gracias de todo tipo dispensadas por Dios y Cristo-Dios.

La samaritana dice: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed ni tenga que venir aquí a sacarla.

En el Apocalipsis, se dice: “Y el que tenga sed venga, y el que quiera tome gratis el agua de la vida” (Ap 22:17; 7:17).

En esta enseñanza que Cristo hace a la Samaritana, se caracteriza de la siguiente manera: Es “agua viva,” con lo que se acusa energía y vitalidad, es “fuente,” que es principio de actividad, aquí sobrenatural, vital, llega “hasta la vida eterna,” termino sobrenatural. Estas tres características se incluyen interpretando esta enseñanza de la vida de la gracia como don del Espíritu Santo.

Cristo se presenta aquí como el dispensador de la gracia, del don del Espíritu Santo. Sólo Yahvé enviaba, dispensaba, el Espíritu Santo. Cristo está, por tanto, identificándose con Dios (Joel 3:1; Tit3:6).

La Samaritana, al llegar a este punto, debe de tomar todo aquello como una cosa fantástica. Ni lo comprende, ni le interesa interrogar más sobre ello, ni sabía seguir por aquel camino. Y, menos hábilmente que Nicodemo (Jn 3:4), lo entiende en su sentido material, y, con un tono irónico, le pide que le dé de esa agua prodigiosa para que no tenga sed ni tenga necesidad de volver a sacarla de este pozo que les dio Jacob.

Aquella mujer estaba derramando aquella “agua viva” que le estaba ofreciendo el que tenía sed de salvarla. Pero un golpe certero a su conciencia la haría comprender mejor quién era el que le hablaba y qué es lo que quería decirle.

SEGUNDO COMENTARIO

Cristo se revela como Mesías

Le dice Jesús: “Vete, llama a tu marido y ven acá.” Respondió la mujer y le dijo: No tengo marido. No le costó nada a aquella mujer disimular su situación marital, diciéndole que no tenía marido. Pero el Señor leía en lo más profundo del alma. Y la pregunta no iba sin intención estratégica. No es que la hubiese mandado ir por su marido, que ella que lo trajese a su presencia; ni trataba Cristo de afrentar a la que venía a salvar. Era evocarle aquel “marido” al juicio de su conciencia, pues ante él iba a escuchar muy en breve la condena de su vida quizás irregular. Su respuesta: “No tengo marido,” era tan verdadera como podía ser hábil, y era ambigua. Porque podría ser que no lo tuviese por celibato, por viudez o por repudio.

Jesús, le puso delante, como testimonio de su lectura del corazón, la vida irregular que llevaba. Porque había tenido cinco maridos, y el que ahora estaba con ella no era su marido legítimo. ¿Lo habían sido los otros? La contraposición que parecería establecerse entre este “marido” y los otros, como se verá, no es de gran fuerza. Aunque podrían algunos haberse muertos y otros haberla repudiada, resulta poco verosímil, conforme al ambiente, el que una mujer se hubiese desposado, sucesiva y legítimamente, con cinco maridos 20.

Pero al discernir toda esta serie minuciosa de maridos, legítimos o ilegítimos, lleva a la Samaritana a ver en Cristo, lo que él buscaba, un hombre de Dios: “Señor, veo que eres profeta”. No dice “el Profeta esperado” (Jn 1:21.25; 6:14), y que para el vulgo venía a ser sinónimo del Mesías, pero sí un “profeta de Dios,” puesto que sondea su corazón. Más, al llegar a este punto, la samaritana aprovecha aquella oportunidad, o para plantearle una cuestión religiosa que afectaba a samaritanos y judíos, Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que adorar.

Jesús le dijo: Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Cristo a nada de esto había de responder. Porque era El precisamente el profeta en el que se cumplían las profecías, iba a dar su enseñanza terminante. Y, puesto que la Samaritana recurre a El como a profeta, la invita a “creer” en su palabra. Llega la “hora,” y es ésta — la hora mesiánica que El inagura — , en la que no se adorará a Dios, al Padre, con la exclusividad local de Jerusalén o de este monte. ¿Por qué?

Dice el señor “Vosotros adoráis lo que no conocéis, nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salud viene de los judíos; En un pequeño paréntesis previo (v.22) advierte que la dogmática judía es la verdadera, y no la samaritana. Estos “adoran lo que no conocen.” Los samaritanos, al no aceptar como fuente de revelación nada más que el Pentateuco y rechazar el resto de los libros santos, mutilaban e interrumpían la revelación. Los samaritanos negaban incluso una creencia tan fundamental como es la resurrección de los muertos. En cambio, los judíos “adoramos lo que conocemos, porque la salud viene de los judíos.” A ellos fueron hechas las promesas proféticas; ellos tenían la revelación en el canon de las Escrituras; tenían el legítimo templo y el culto, y de ellos saldría el Mesías (Rom 9:4-5; cf. 3:1ss).

Pero, aunque Dios es conocido en Judá, ya termina el exclusivismo y centralismo de su culto. Para la hora mesiánica, Malaquías había vaticinado un sacrificio universal (Mal 1:11). Es la hora del mejor culto, porque es la hora de las más auténticas disposiciones en los “adoradores.” Es la hora en que hay que adorar al Padre “en espíritu y en verdad.” La necesidad de un culto espiritual aparece en los profetas (Is 1:11-20; 29:13; Joel 2:13; Am 5:21-26; Miq 6:6-8; etc.) Esto hace ver que el sentido de las palabras de Cristo es más profundo.

Y la razón es que “Dios es espíritu.” “Dios es luz” (1 Jn 1:5) o “Dios es amor” (Jn 4:8), en cuanto expresa que ilumina al hombre en la verdad, o en cuanto su acción nace del amor e impulsa el amor al hombre. En esta línea, “Dios es espíritu” en cuanto infunde en el hombre el Espíritu (Rom 8:26). Por eso, por “ser espíritu,” en el sentido joánnico dicho, es por lo que hay que “adorarlo en espíritu y en verdad.” ¿Cuál es el sentido de esta frase?

El espíritu que hace nacer a la vida divina (Jn 3:5) será el principio de este nuevo culto. Así, éste será movido y hecho “en Espíritu,” al ser movido por el Espíritu Santo. Y “en verdad,” porque es el único que responde a la plena revelación que Dios hace de sí mismo — el Padre — en Cristo (1 Jn 4:6; 3 Jn 3). Así sería: los verdaderos adoradores son los que rinden culto al Padre creyendo la revelación de Cristo y movidos por el Espíritu Santo. En Jn, la verdad es frecuentemente la verdad de Cristo.

Y a estos “adoradores en este culto así rendido a Dios es a los que busca el Padre” (v.23). Es la especial providencia de Dios en los días mesiánicos. No es este adorar a Dios “en espíritu y en verdad” un simple querer o un simple deseo humano. El verbo usado aquí, “buscar” probablemente expresa más que un simple deseo; puede suponer una actitud, un esfuerzo por llegar a su propósito (Jn 7:18). Lo que estaría en plena consonancia con otros pasajes de Jn en los que destaca que estas iniciativas en el orden de la salud vienen siempre de Dios. Pues “nadie puede venir a mí si el Padre no lo trae” (Jn 6:44; 15:16; 1 Jn 4:10).

Algunos pretenden basarse en este pasaje (v.23.24) para querer probar que Cristo condenaba el culto externo. Pero ya, en primer lugar, no puede ponerse a Cristo en contradicción con su misma enseñanza. Cristo no vino a “abrogar la Ley, sino a perfeccionarla” (Mt 5:17). Menos aún vino a abrogar la ley natural, y el culto externo es una exigencia de la ley natural en la naturaleza racional del ser humano. Y no deroga el culto y los ritos externos el que enseña la absoluta necesidad del bautismo de agua (Jn 3:5), el que promete el sacramento de la Eucaristía (Jn 6:8ss), el que enseña a orar con la oración del “Padrenuestro” (Mt 6:9ss) y el que instituye el sacrificio eucarístico (Mt 26:26ss par.) y la confesión sacramental (Jn 20:22ss). Al proclamar aquí la necesidad de adorar al Padre “en espíritu y en verdad,” no hace más que considerar el culto desde un punto de vista: el de la autenticidad íntima y verdadera creencia del mismo. Pero destacar este aspecto no es excluir el otro. Cuando Dios por el profeta dice que está harto de los sacrificios que le ofrecen, no quiere negar tampoco el culto externo, sino acusar lo que debe ser la religiosidad auténtica, de la que el sacrificio es el símbolo (Is 1:11-17). La enseñanza de Cristo sobre la religiosidad verdadera y descentralizada debió de conmover a aquella mujer. Pero era algo tan trascendental, que ella se remite al Mesías, que “está para venir”; El dirá a qué han de atenerse.

Lo qué no sospechaba la Samaritana es que hubiese venido ya el Mesías, ni que estuviese ya enseñando “todas las cosas” que ellos esperaban saber. Y solemne y abiertamente Cristo se proclama el Mesías ante aquella mujer samaritana: “Yo soy, el que contigo habla” (v.26).

Algo me llama la atención, en los Evangelios sinópticos, cuando le aclaman Mesías, les manda callar, e incluso lo preceptúa (Mc 8:30 par.), y El mismo lo evita (Jn 6:15), y, en cambio, aquí El mismo se proclama el Mesías. ¿Por qué hizo el Señor esto con ella? Nuevamente nos queda la profunda convicción, Jesús traspasa con su mirada a los hombres, el ve en nuestros corazones, El se da cuenta que la mujer esta preparada para oír eso de El, y se lo revela con más claridad que al mismo Nicodemo o a los miembros del Sanedrín. Le está revelando a la samaritana claramente su mesianidad y veladamente su divinidad.

Dios habla y la samaritana  acepta con fe la palabra de Jesús. Cuándo El nos habla, ¿Cómo la recibimos nosotros?

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Octubre de 2005

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