EL MAESTRO JESUS

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Comentarios, Estudios y Reflexiones del Evangelio Contemplado

 

 

CAPITULO XXXVI

La parábola del samaritano, Lc 10:25-37 (Mt 22:34-40; Mc 12:28-34)

 25 Levantóse un doctor de la Ley para tentarlo y le dijo: Maestro, ¿qué haré para alcanzar la vida eterna? 26 El le dijo: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees? 27 Le contestó diciendo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo.28 Y le dijo: Bien has respondido. Haz esto y vivirás. 29 El, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? 30 Tomando Jesús la palabra, dijo: Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en poder de ladrones, que lo desnudaron, lo cargaron de azotes y se fueron, dejándole medio muerto. 31 Por casualidad, bajó un sacerdote por el mismo camino, y, viéndolo, pasó de largo. 32 Asimismo un levita, pasando por aquel sitio, lo vio también y pasó adelante. 33 Pero un samaritano, que iba de camino, llegó a él, y, viéndolo, se movió a compasión, 34 acercóse, le vendó las heridas, derramando en ellas aceite y vino; lo hizo montar sobre su propia cabalgadura, lo condujo al mesón y cuidó de él. 35 A la mañana, sacando dos denarios, se los dio al mesonero y le dijo: Cuida de él, y lo que gastes, a la vuelta te lo pagaré. 36 ¿Quién de estos tres te parece haber sido prójimo de aquel que cayó en poder de ladrones? 37 EL contestó: El que hizo con él misericordia. Contestóle Jesús: Vete y haz tú lo mismo.

 

COMENTARIOS

 “Entonces Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».

Ciertos doctores de la ley, no perdían la oportunidad de buscar formas para ver si podían hacer entrar en contradicción a Jesús con la ley, hacían eso que hoy llamaríamos “hacer pisar el palo”, o hacer caer en la trampa a Jesús. Esto lo hacían porque acusaban al Señor de predicar que la ley de Moisés era inútil, y lo que más les incomodaba, era que al mismo tiempo enseñaba nuevas doctrinas.

Así fue como uno de estos doctores de la Ley se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?"

Lo que este doctor de la ley busca con la pregunta, es seducir a Jesús para que hablase algo en contra de la ley de Moisés, y además se presenta tentándole, llamándole maestro, pero al Señor, por mucho que lo llamen así, no es posible ser engañado.

Jesús acostumbraba a hablar de la vida eterna a todos los que venían a El, por eso el doctor de la ley se sirvió de sus propias palabras y piensa que así lo tentara, seguramente estaba convencido que actuaba con astucia y que no sería descubierto por pasarse de listo. El Señor sabe que este tipo de doctor de la ley no oye otra cosa que lo que Moisés había enseñado y que además era uno de aquellos que creían conocer la ley, pero saben de ella por la letra, pero que ignoran el espíritu, tal como lo que el texto mismo de la ley les prueba y que la ignoran, ley que les anunció desde el principio al Padre, al Hijo y el misterio de la encarnación del Señor.

Entonces Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?"

Este doctor de la ley le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo".

"Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida".

En otra palabras Jesús le ha dicho con esta respuesta, conoces bien lo que debes hacer para salvarte. Pero nos basta con conocerlo en teoría para llegar a la salvación, es preciso vivir lo que se conoce para llegar a ella.

La soberbia de los jactanciosos, los motiva siempre a buscar la justificación de los que hacen o dicen, por eso este doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo una nueva pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?"

Como respuesta, Jesús nos pone una bellísima parábola, que se ha convertido en una narración que es ya “clásica” en todos nosotros, la del buen Samaritano. Esta parábola, nos invita a darnos ese precepto de amar a nuestro prójimo y, lo más prójimo o próximo que tenemos, esta en nosotros mismos, nuestro corazón, morada preferida del Señor, allí donde el amor se expresa más intensamente.

Para mejor entender esta parábola, comentamos previamente que las relaciones de los judíos con lo samaritanos no era buena ni cordial, existían antiguos odios entre ellos, de tiempos muy remotos. Sucedió que cuando los judíos regresaban del destierro de Babilonia, estos no aceptaron la ayuda de los samaritanos, cuando se dispusieron a la reconstrucción del Templo de Jerusalén, porque lo consideraban algo idólatras, entonces se creo la división, a tal punto que cuando viajaban a Galilea, donde era necesario pasar por Samaria, evitaban todo contacto con ellos.

Jesús, mostrándonos al samaritano que se inclina el pobre judío, herido y abandonado a la orilla del camino y cuidándolo como hermano, nos enseña quien es nuestro prójimo, que no son solo nuestros parientes, ni nuestro amigos, sino que todo hombre, sin pensar en su nacionalidad, raza, color, etnia, condición económica o social, por tanto nuestra caridad es con todo los hijos de Dios, esto es sin ninguna exclusión.

Jesús, quiere que nos amemos de corazón y cuando decimos con todo el corazón, es con todo lo nuestro, sin reservas, con todo tipo de sacrificios, con todo lo que nos hace vivir. También el Señor quiere que lo hagamos con el alma y, cuando decimos con toda el alma, es con toda la sensibilidad del amor divino, y cuando dice con todas tus fuerzas es ardientemente y no con tibieza, y añadimos para que no falte nada, con todo nuestro entendimiento, con toda nuestra mente, con la inteligencia y la reflexión

Pero el amor divino no se aprende. En efecto, no aprendemos de otro a amar la vida, ni amar a nuestros padres, ni a nuestros amigos, ni mucho menos podemos aprender las reglas del amor divino. Hay que hacer una vida para Dios. Hay en nosotros cierto sentimiento íntimo que nos inclina a amar a Dios. Todo el que obedece este sentimiento y practica la doctrina de los divinos preceptos, llega a la perfección de la divina gracia. Así entonces, amamos naturalmente el bien; amamos también a nuestros prójimos y parientes, y además damos espontáneamente a los hombres de bien, todo nuestro afecto.

Así es, como Dios es bueno, y todos deseamos lo bueno y lo que se perfecciona por nuestra voluntad reside naturalmente en nosotros. A El, aunque no le conozcamos, aunque no le veamos, por su bondad y porque procedemos de El, tenemos obligación de amarle sobre todo y por encima de todo, este es nuestro principio. Es también mayor bien de todos los que se aman naturalmente. El primero y principal mandamiento es, por consiguiente, el del amor a Dios. El segundo, que completa al primero y es completado por El, nos manda amar al prójimo. Por eso decimos "Y a tu prójimo como a ti mismo".

En la oración permanente, en el contacto intimo y personal con Dios, recibiremos las fuerzas necesarias para cumplir este precepto de amor. Nada hay tan conforme con nuestra naturaleza como el amar a los demás, comunicarse con los demás, favorecerse mutuamente y amar a los parientes y amigos y todo aquel que es hijo de Dios.

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Octubre de 2005

VOLVER AL INDICE