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Es
la especialidad de santa Teresa. La oración. De ella sabe muchísimo. Es
Maestra indiscutible. La escucharemos, pero antes, vamos a dejar razonar a
Santo Tomás, que también sabe lo que dice. Dotado de un singular don de
lágrimas, dejó de escribir después de un éxtasis en la misa. Ya todo lo que
había escrito le parecía paja. La
religión es parte potencial de la justicia, porque no alcanza a poder dar
estrictamente a Dios todo lo que la criatura racional le debe. Le da lo que
puede y lo ofrece mediante actos, entre otros, el de la oración. Dice santo
Tomás: "Dijo ya Aristóteles que la razón nos conduce al bien perfecto
por medio de la súplica. En este sentido interpreto la oración, tal como la
entendía san Agustín, cuando dijo que "la oración es una cierta
petición" y san Juan Damasceno: "la oración es la petición a Dios
de lo que nos conviene" (2-2, 88, 1). Al
pedir a Dios que colme nuestras aspiraciones, confesamos su excelencia y su
poder, y ésta es la razón por la que la oración es un acto de religión.
Podemos y debemos pedir a Dios la gracia y la gloria, que sólo El nos puede
dar, pero también bienes temporales, como medios para servirle mejor,
considerándolos como añadiduras. Hay
clases de oración: Pública, la que se hace en nombre de Hay
oración latréutica, que reconoce la excelencia de Dios, y se le somete;
eucarística, que le da gracias; impetratoria, de petición; propiciatoria, que
pide el perdón de los pecados. Dice
san Agustín y lo cita Trento: "Dios no manda imposibles; y al mandarnos
algo nos avisa que hagamos lo que podamos y pidamos lo que no podamos y nos
ayuda para que podamos". Y san Alfonso de Ligorio: "El que ora se
salva, y el que no ora se condena". Ha
dicho Jesús: "Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os
abrirá" (Mt 7, 7). La razón teológica prueba la eficacia de la oración
por la fidelidad de Dios a sus promesas, y es infalible, cuando se piden para
sí mismo, con humildad, piedad y perseverancia, cosas necesarias para la
salvación. Jesús nos ha dicho constantemente que oremos. El evangelio no
tiene sentido si se borra de él la oración. Todos recuerdan las parábolas del amigo importuno (Lc 11, 5 ss)
y de la viuda molesta (Lc 18, 1 ss). El
que ora así, obtiene siempre lo que pide, porque esa oración, como toda obra
buena, tiene a Dios por inspirador y causa primera, que nos impulsa a pedirle
porque nos lo quiere conceder. También la oración del pecador es escuchada
por Dios, cuando busca o desea un bien que conduce a la gracia y a la gloria,
e incluso el cumplimiento de sus justas aspiraciones naturales. La
desertización en Dice
el Concilio que "desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al
diálogo con Dios" (GS, 19). Diálogo con Dios, o como define la oración Diálogo
que el mismo Jesús quiere que sea incesante, como nos apunta San Lucas:
"Para explicarles que tenían que orar siempre y no desanimarse..."
Y al final de la parábola, dice Jesús: ¿pues Dios ¿no hará justicia a sus
elegidos, si ellos le gritan día y noche? (18, 1 ss). Y termina con un
lamento: "pero cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿va a encontrar esa fe
en la tierra?" Podemos
establecer dos principios: 1) El hombre puede hablar con Dios; 2) El hombre
tiene derecho de hablar con Dios. Puede hablar con Dios como ningún otro ser
de la creación, porque ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios; el libro
del Génesis nos presenta a Adán, tras el pecado, como quien ha roto el
diálogo con Dios, avergonzado de sí mismo, como si su conciencia intranquila
quisiera que Dios no existiera, porque le tiene miedo. Esta es una de las
raíces inconscientes del ateísmo. El pecado ha sido la causa de que Adán renunciara
al derecho de hablar con Dios. Pero
Dios busca al hombre y le habla, le interroga, demuestra que no renuncia al
diálogo con su criatura, buscándola y tomando la iniciativa: "¿Dónde
estás?... ¿Por qué lo has hecho?" En su antropomorfismo, el autor sagrado
describe a Dios antes del pecado de
los primeros padres, paseando por el jardín y, por tanto, dialogando con
ellos, pero no después de pecar, cuando "se escondieron entre los
árboles del jardín para que el Señor Dios no los viera" (3, 8 ss). Tenemos
la posibilidad de hablar con Dios. También tenemos el derecho. Pero es que
también tenemos necesidad: somos indigentes, pobres criaturas, sujetas a mil
necesidades y carencias, y sometidas a todas las pasiones humanas, y víctimas
de tantas calamidades, enfermedades, pobrezas y muerte. Somos además
criaturas atadas con Dios por el cordón umbilical, que no podemos, auque
queramos, cortar. Pero si lo cortáramos, caeríamos en el no ser, en la nada.
Esto que es así física, metafísica y gratuitamente por la gracia, podemos
frustrarlo usando mal nuestra libertad que anhela la independencia; que
busca, locamente, ser como Dios (Gn 3, 5). Todos los árboles del bosque de la
parábola de Jorgënsen, un aciago día, decidieron por unanimidad, prescindir
del sol. Y le declararon la guerra. Sus hojas permanecerían cerradas y las
corolas de sus flores no se abrirían. Fue su sentencia de muerte. Su
suicidio. Como
los árboles rebeldes, se pueden levantar los hombres contra Dios teórica o
prácticamente. Unos, porque no aceptan al Dios que se han imaginado, hosco,
gruñón, resentido y vengador, el dios de las batallas. Lo dijo Nietzsche Si
Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, le ha salido bien, porque
el hombre ha creado a Dios a imagen y semejanza suya". Ha creado un "dios
menor", que casi es el título de un película reciente. Otros, porque
pasan de Dios. La ciencia les ha hinchado. La técnica les soluciona todos los
problemas. ¿Para qué necesitan a Dios? El
significado verdadero de la teología de la muerte de Dios, es que Dios ha
muerto en la mente y en el corazón del ser humano. Pero, si Dios es un ser
muerto, ¿cómo y para qué dialogar con El? Por eso dijo Jesús: "Cuando
venga el Hijo del Hombre, encontrará esta fe en la tierra?". Ese
es el problema: la fe. Sin fe la oración no es nada, cae en el vacío, no
sirve para nada. Más todavía: El concepto más puro de oración no es pedir,
sino dar, ofrecer; alabar, glorificar, bendecir, santificar el Nombre de
Dios; no ir a la oración a recuperar fuerzas y salud, que se recuperan, sino
a gastarse ante El, como se consume y se agota la lámpara del santuario, y se
aja y se marchita un ramo de rosas ante el tabernáculo. ¿Cómo puede hacerse
esto sin fe, sin una fe viva, sin una fe llameante? Pero a la vez, la fe se
hace imposible sin oración. Es
imposible que el pez viva fuera del ámbito de su mar o de su río. Es
imposible que los árboles crezcan, florezcan y fructifiquen, sin agua. Es
imposible que un edificio sea consistente sin cimientos. Es imposible que un
organismo se mantenga vivo y en forma, sin alimento y sin oxígeno; y
¿pretendemos que un hombre, un cristiano, pueda vivir sin oración? Un paso
más: ¿podemos esperar que ese cristiano, laico o consagrado, pueda llevar
adelante con fruto, su misión de evangelizador? En
un curso sobre Dios celebrado en El Escorial, se han deducido dos
conclusiones: 1) "El olvido de Dios ha llevado a la profunda crisis de
nuestra cultura". 2) "Nuestra época se caracteriza por un gran
vacío y un acusado individualismo". Hay que saber estar atento a lo que
cursos así tienen de positivo porque, junto con el análisis que hacen de la
realidad, pueden ofrecer pistas para la reconstrucción. Que
se haya detectado "el olvido de Dios" no nos descubre ningún
secreto. Lo estamos palpando cada día. Pero el problema viene de lejos. Desde
hace varios siglos, sufre la humanidad complejo de Edipo. Hoy lo tenemos
todo, la ciencia y la técnica creen que pueden dominar todos los
acontecimientos, encontrar solución para todas las situaciones, orientar los
problemas biológicos, humanos, políticos, sociales y económicos, según los
deseos del propio egoísmo, poniendo en estudio y en juego todas las
posibilidades de los poderes intramundanos, y esto hace que los hombres de
nuestra civilización autosuficiente y autocomplaciente, vean innecesario el
recurso al Autor de Abolido el principio que nos da la vida y
que sostiene el cosmos, quedan también anulados los preceptos que, para
nuestro bien, El legisló, y de esta manera, no hay posibilidad de que el
débil sea protegido, ni de que el más fuerte deje de oprimir, y así, ni hay
sanción, ni premio, ni justicia, ni divina ni humana. "Aunque no temo ni
a Dios ni a los hombres...", decía el juez impío de la parábola. Esto
imprime en nuestra época carácter de vacío de valores y de individualismo e
insolidaridad. Esta es la razón más profunda de la crisis de la oración en
nuestra época. Que el ritmo frenético de la actividad y de
la productividad y de la competitividad se haya exasperado, y que los medios
de comunicación nos invadan avasalladores, de la mañana a la noche, son
razones marginales, que tampoco ayudan, precisamente, a encontrar un espacio
que posibilite tener un contacto con Dios en la oración. Esta situación la hemos de ver los
cristianos como un desafío. Vivir en una sociedad que ha olvidado a Dios, nos
debe decidir a acordanos más de Dios. A hacer su presencia en nuestras vidas
más ardiente y más continua. Nos debe llevar a la oración. Jesús oraba, y oraba con frecuencia, a veces
pasaba noches enteras en la oración. Los discípulos, viéndole una vez orando,
pacificado y feliz, tranquilo y manso, sintieron el impulso de orar. Pero
¿cómo hacerlo? Y le rogaron: "Maestro, enséñanos a orar". Nos suena hoy a una petición manida y
trivial, pero la verdad es que ella expresa el inmenso deseo y el anhelo más
profundo del corazón humano. Porque, aunque el hombre sienta tapiado por lo
material y lo caduco el fondo de su corazón, su ser todo busca algo, que no
sabe lo que es, pero que le falta, y él lo sabe. Lo tengo todo, pero algo me
falta, puede decir cualquier hombre ahito y repleto de cosas. Y es que
"nos has hecho, Señor para tí, y nuestro corazón está inquieto, hasta
que descanse en tí", dijo el gran San Agustín. Lo
tenemos todo, la ciencia y la técnica lo pueden todo, pero nos falta un
padre, a quien hemos matado, y ese es el complejo de Edipo, y tenemos frío.
Somos como los niños del cuento de Kafka que murieron porque se dejaron
encerrar en una caja, cuya tapa nadie se preocupó de levantar. Cueste
lo que cueste debemos levantar esa tapa que separa a nuestra sociedad de
Dios. Hemos de poner todo nuestro esfuerzo para redescubrir la noción de
padre, el calor de un padre, pues sin ese padre, este viejo y pobre mundo
nuestro, se está enfriando más y más, día a día. Redescubrir
al Padre que Jesús nos ha revelado, es también redescubrir a los hombres como
hermanos, porque el Dios de Jesucristo es mi Dios, y mi Dios es el Dios de
mis hermanos. Redescubierto esto se acaba la insolidaridad y el
individualismo, que sólo ve en el otro un objeto, o un escalón, o un estorbo.
Un objeto, y lo utiliza. Un escalón, y lo aprovecha. Un estorbo, y lo
persigue, o lo elimina, porque es una amenaza para sus seguridades. Cuando
en los mismos ambientes cristianos se ha difundido un concepto casi panteísta
de la oración, según el cual, la oración consistiría en el compromiso
incondicional de caridad hacia los demás, ya Dios era menos que una sombra.
En ese mismo Congreso que antes he citado, ha dicho Gustavo Gutiérrez, el
padre de A
la petición "Enséñanos a orar ", de los Apóstoles, respondió Jesús:
"Así oraréis": "Padre Nuestro que estás en el cielo". El
hombre es el único ser de la creación que puede establecer relación de
diálogo y de comunión con Dios, por su condición de criatura hecha a su
imagen y semejanza, con capacidad de conocer y de amar; de ahí que la oración
sea una prerrogativa excelente del ser humano, a la vez que una intrínseca
exigencia de su precariedad. Por eso hasta los mismos pueblos primitivos y
"todas las religiones dan testimonio de esta búsqueda esencial de los
hombres" (Cf Hch 17, 27) (cf CIC, pg 557). Todas
las religiones han orado y oran, incluso aquellas, que creen en un Dios muy
diluído y oscurecido por representaciones falsas, y que no tienen clara su
esencia personal. Por
mucho que haya avanzado la civilización, el hombre se experimenta pobre e
indigente, y siente en sí mismo, problemas psicológicos y morales, familiares
y sociales; y en relación con el mundo, a menudo se ve asaltado por
dificultades que le superan. Como el paralítico de la piscina probática,
"no tiene hombre" que le solucione los problemas tan imponentes que
le abruman, y se siente impotente. El hombre en "la noche" necesita
a Dios, su ayuda, su defensa, su protección. La necesidad de Dios es innata
al corazón del hombre. Cuando
Dios se revela a los padres del A.T., se hace más explícita la necesidad de
la comunión con Dios. Al instinto innato del hombre, se suma la presencia de
Dios que se manifiesta y les habla. Siempre
es Dios el que habla primero, el que tiene la iniciativa, porque el hombre,
ante la distancia que le separa de Dios, no se atrevería a hablarle primero.
La timidez del inferior ante el superior, debe ser superada por el amor de
éste. Tanto más cuanto Dios, movido por su amor, quiere crear un pueblo para
tener en quien depositar su misericordia. La respuesta del hombre a Así
nacerá la oración de Israel. Cuando el hombre comprueba que Dios le habla,
escucha; ante sus innumerables beneficios, le da gracias; al contemplar su
grandeza y su bondad, le alaba, le ofrece adoración; y, asombrado ante su
poder y su magnificencia, le pide y le suplica por sus necesidades; acude a
El en sus peligros; y, cuando se
experimenta pecador, implora el perdón por sus pecados, El
Libro de los Salmos es el corazón de Israel en comunión con Dios. "Los
salmos alimentan y expresan la oración del pueblo de Dios como Asamblea"
(CIC pg 562). Cantan la fecundidad del justo, porque sigue el camino del
Señor; Israel grita a Dios ante la cantidad de los enemigos que le acechan;
se duerme tranquilo en medio de la difamación, puesta su confianza en el
Señor; espera que el Señor le escuchará; confiesa ante Dios su pecado. Israel
está seguro porque Dios es su refugio y su fuerza... Dios
habla, Israel escucha: "Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, es el
único Dios" (Dt 6, 4) Pero
el pueblo, siempre inclinado a convertir el rezo y el canto en rutina, tiene
que ser exhortado por los Profetas a que interioricen su oración. A que no
hagan como los paganos que oran a dioses que tienen oídos y no oyen, lengua y
no hablan, no tiene voz su garganta, y les piden que su oración sea un
diálogo con el Dios verdadero. Y que su vida comunitaria y social sea
coherente con su oración. Porque "el Señor quiere misericordia y no
sacrificios, amor más que holocaustos". Cuando
llegue Jesús les argüirá que han convertido la casa de Dios en mercado. La
casa de mi Padre es casa de oración y vosotros la habéis convertido en cueva
de ladrones. El
hombre tiene un instinto de superación que le induce a ser más, siempre más.
Cuando, por error identifica el ser más con tener más, desea alcanzar tener
más cosas, creyendo que es así como es más: Nace así la cultura del
materialismo y el afán de tener y poseer, que produce seres insolidarios,
insensibles, egoístas, que no piensan, ni buscan, ni desean, más que el
tener, como sucedáneo del ser, de lo que nos ha alertado el Concilio.
"El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene" (G. S., 35) En la escalada del ser más no excluye
el ser humano ni siquiera ser Dios. La tentación diabólica a los primeros
padres presentó este señuelo: "Seréis como dioses" (Gn 3, 5). Todo
instinto inserto en la naturaleza humana ha sido creado por Dios. Si el
hombre quiere ser Dios es porque Dios le ha sembrado en el corazón la semilla
de Dios. Y le ha llamado a que sea Dios. Esa es la suprema vocación del
hombre. Pero, no conseguida como Satanás sugirió, desobedeciendo, sino
obedeciendo. El
Misterio de Mis manos se alargan inútilmente. Yo
no puedo llegar... Mis
deseos, en cambio, ¡qué cordillera! altísima
de vértigo inacabable, cercando los mundos... Mis
deseps...estrellas, soles, mares, cielos... ...Y no llego... Sólo
Dios, principio y fin del hombre, es suficientemente grande para poder llenar
el ansia del corazón del hombre. En ese diálogo y en esa comunicación se
realiza la oración. Eso es la oración. Ahí es donde el hombre se encuentra
con Dios, y desde ahí le eleva Dios. Cuando
Dios habla al hombre y le dirige su Palabra revelándole el misterio más
íntimo de su amor, de su providencia, de su bondad y de su misericordia, el
hombre, más que reflexionar y pensar razonando discursos, debe dar gracias. Y
eso es orar. Pero esa oración sólo es eficaz cuando el hombre se entrega a
Dios en espíritu y en verdad, "con toda su mente y con todo su corazón y
con todo su ser" (Deut 6, 5). Y en eso consiste la fe. Creer
en Dios no significa tan sólo tener la certeza de que Dios existe, sino
principalmente, entregarse personalmente a Dios, Nuestro Creador, Principio y
fin último de nuestra vida, y Padre Nuestro que está en el cielo. A
esa entrega conduce la oración, y la misma oración ya es entrega, porque el hombre
inmola en la oración su ser, su tiempo, su voluntad, toda su humanidad. En
eso consiste la entrega. Por eso la oración es la manifestación primordial y
esencial de la fe en Dios, Creador y Padre. Cuando así se ora, es cuando se
está viviendo la fe, fe que responde a Dios, y fe que se vive con
responsabilidad de criatura. Fe entregada que crece con la oración; por tanto
la oración más verdadera y más auténtica es la que se enraíza en la fe. Esta
es la única oración que merece el nombre de tal. Sin embargo, ese es el
"punctum dolens" del cristiano moderno. EL MAESTRO DE ORACIÓN POR EXCELENCIA
ES JESÚS. Pero para entender su magisterio no podemos
olvidar que El ha sido educado en Según
refiere Flavio Josefo, las primeras palabras que enseñaban a sus niños las
madres de Israel, eran las palabras del "Shema": "Escucha,
Israel, amarás a Yahvé tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con
todas tus fuerzas"(Det 6, 4). Jesús
aprendió a orar con su madre y en "las palabras y en los ritmos de la
oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo" (lc pg
564), y si su pueblo oraba con los Salmos, es lógico que Jesús también los
utilizara para comunicarse con su Padre. Un texto de San Mateo prueba esta
afirmación: "Después de haber cantado los himnos, salieron hacia el monte
de los Olivos" (Mt 26, 30). Se trata de los salmos 115-118. Entre otras
alabanzas a Yahvé, cantaría Jesús cada Pascua: "Yahvé defiende a los
pequeños, yo era débil y me salvó...¡Ah, Yahvé, yo soy tu servidor, el hijo
de tu esclava"... No está muy lejos de la respuesta de María al ángel en
Lo
que predomina en la oración de Jesús es el cumplir la voluntad del Padre, que
El ha bebido en los Salmos, y que plasmará en la oración que enseñe a sus
discípulos: "Hágase tu voluntad", y que El repite en Son
abundantes los pasajes del Nuevo Testamento en los que los Evangelistas nos
presentan a Jesús orando, teniendo en cuenta, además, que los Evangelios no
nos lo dicen todo, ya que Jesús es infinitamente más grande y deslumbrador.
Pero, al menos, nos transmiten su oración ante los acontecimientos más
trascendentales de su vida. Jesús ora cuando Juan lo bautiza (Lc 3, 21);
Jesús pasó la noche orando en la montaña antes de elegir a los Apóstoles (Ib
6, 12); mientras Jesús oraba en el Monte, se transfiguró (9, 29); antes de
enseñar a los Apóstoles el Padrenuestro, Jesús estaba orando en cierto lugar,
(11, 1). Y antes de comenzar su misión ayunará y orará cuarenta días en el
desierto, (Mt 4, 1). Jesús ora en el Cenáculo al instituir Los
evangelios están llenos de mandatos, exhortaciones y parábolas de Jesús
pidiendo a sus Apóstoles que oren, que vigilen para no caer en la tentación.
Y a las multitudes les enseñaba diciendo que oraran sin desfallecer, con
insistencia, siempre, asegurando que quien pide recibe, quien busca
encuentra, y que al que llama se le abre. Y
para garantizar la eficacia de la oración y persuadir a la confianza en el
Padre, refiere la parábola del hombre que consigue de su amigo unos panes a
media noche, cuando él y sus hijos están acostados, y asegura que cuánto más
el Padre os dará lo que le pidáis en mi nombre. Pues, si vosotros, que sois
malos, no les dáis a vuestros hijos piedras cuando os piden un huevo, o una
serpiente cuando os piden pescado, ¿cuánto más vuestro Padre dará su Espíritu
Santo a quien se lo pida? ¿Quién
no se sentirá estimulado a orar, y a orar unidos los hermanos, habiéndonos
prometido el Señor: "En verdad os digo que, si dos de vosotros se ponen
de acuerdo sobre la tierra, cualquier cosa que pidan les será concedida por
mi Padre, que está en los cielos"? Lo
importante no es que debamos orar, lo hermoso y grande es que podamos orar.
La misión y el carisma de santa Teresa en Es la
especialidad de santa Teresa. La oración. De ella sabe muchísimo. Es Maestra
indiscutible. La escucharemos, pero antes, vamos a dejar razonar a Santo
Tomás, que también sabe lo que dice. Dotado de un singular don de lágrimas,
dejó de escribir después de un éxtasis en la misa. Ya todo lo que había
escrito le parecía paja. La religión
es parte potencial de la justicia, porque no alcanza a poder dar
estrictamente a Dios todo lo que la criatura racional le debe. Le da lo que
puede y lo ofrece mediante actos, entre otros, el de la oración. Dice santo
Tomás: " Ya dijo Aristóteles que la razón nos conduce al bien perfecto
por medio de la súplica. En este sentido interpreto la oración, tal como la
entendía san Agustín, cuando dijo que "la oración es una cierta
petición" y san Juan Damasceno: "la oración es la petición a Dios
de lo que nos conviene"(2-2, 88, 1). Al pedir a
Dios que colme nuestras aspiraciones, confesamos su excelencia y su poder, y
ésta es la razón por la que la oración es un acto de religión. Podemos y
debemos pedir a Dios la gracia y la gloria, que sólo El nos puede dar, pero
también bienes temporales, como medios para servirle mejor, considerándolos
como añadiduras. Hay clases
de oración: Pública, la que se hace en nombre de Hay oración
latréutica, que reconoce la excelencia de Dios, y se le somete; eucarística,
que le da gracias; impetratoria, de petición; propiciatoria, que pide el
perdón de los pecados. La oración
es necesaria con necesidad de medio y de precepto. Dice san Agustín y lo cita
Trento: "Dios no manda imposibles; y al mandarnos algo nos avisa que
hagamos lo que podamos y pidamos lo que no podamos y nos ayuda para que
podamos". Y san Alfonso de Ligorio: "El que ora se salva, y el que
no ora se condena". Ha dicho
Jesús: "Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os
abrirá" (Mt 7,7). La razón teológica prueba la eficacia de la oración
por la fidelidad de Dios a sus promesas, y es infalible, cuando se piden para
sí mismo, con humildad, piedad y perseverancia, cosas necesarias para la
salvación. Jesús nos ha dicho constantemente que oremos. El evangelio no
tiene sentido si se borra de él la oración. Todos recuerdan las parábolas del amigo importuno (Lc 11, 5) y
de la viuda molesta (Lc 18, 1). El que ora
así, obtiene siempre lo que pide, porque esa oración, como toda obra buena,
tiene a Dios por inspirador y causa primera, que nos impulsa a pedirle porque
nos lo quiere conceder. También la oración del pecador es escuchada por Dios,
cuando busca o desea un bien que conduce a la gracia y a la gloria, e incluso
el cumplimiento de sus justas aspiraciones naturales. La desertización en Dice el
Concilio que "desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al
diálogo con Dios" (GS, 19). Usa las mismas palabras con que Diálogo que
el mismo Jesús quiere que sea incesante, como nos apunta San Lucas:
"Para explicarles que tenían que orar siempre y no desanimarse..."
Y al final de la parábola, dice Jesús: ¿pues Dios ¿no hará justicia a sus
elegidos, si ellos le gritan día y noche? (18,1). Y termina con un lamento:
"pero cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿va a encontrar esa fe en la
tierra?" PODER Y
DERECHO DE HABLAR CON DIOS Podemos
establecer dos principios: 1) El
hombre puede hablar con Dios; 2) El
hombre tiene derecho de hablar con Dios. Puede
hablar con Dios como ningún otro ser de la creación, porque ha sido hecho a
imagen y semejanza de Dios; el libro del Génesis nos presenta a Adán, tras el
pecado, como quien ha roto el diálogo con Dios, avergonzado de sí mismo, como
si su conciencia intranquila quisiera que Dios no existiera, porque le tiene
miedo. Esta es una de las raíces inconscientes del ateísmo. El pecado ha sido
la causa de que Adán renunciara al derecho de hablar con Dios. Pero Dios
busca al hombre y le habla, le interroga, demuestra que no renuncia al
diálogo con su criatura, buscándola y tomando la iniciativa: "¿Dónde
estás?... ¿Por qué lo has hecho?" En su antropomorfismo, el autor
sagrado describe a Dios antes del
pecado de los primeros padres, paseando por el jardín y, por tanto,
dialogando con ellos, pero no después de pecar, cuando "se escondieron
entre los árboles del jardín para que el Señor Dios no los viera" (3, 8
ss). Tenemos la
posibilidad de hablar con Dios. También tenemos el derecho. Pero es que
también tenemos necesidad: somos indigentes, pobres criaturas, sujetas a mil
necesidades y carencias, y sometidas a todas las pasiones humanas, y víctimas
de tantas calamidades, enfermedades, pobrezas y muerte. Somos además
criaturas atadas con Dios por el cordón umbilical, que no podemos, auque
queramos, cortar. Pero si lo cortáramos, caeríamos en el no ser, en la nada.
Esto que es así física, metafísica y gratuitamente por la gracia, podemos
frustrarlo usando mal nuestra libertad que anhela la independencia; que
busca, locamente, ser como Dios (Gn 3, 5). Todos los árboles del bosque de la
parábola de Jorgënsen, un aciago día, decidieron por unanimidad, prescindir
del sol. Y le declararon la guerra. Sus hojas permanecerían cerradas y las
corolas de sus flores no se abrirían. Fue su sentencia de muerte. Su suicidio.
UN DIOS A NUESTRA IMAGEN Como los
árboles rebeldes, se pueden levantar los hombres contra Dios teórica o
prácticamente. Unos, porque no aceptan al Dios que se han imaginado, hosco,
gruñón, resentido y vengador, el dios de las batallas. Lo dijo Nietzsche:
"Si Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, le ha salido bien,
porque el hombre ha creado a Dios a imagen y semejanza suya". Ha creado
un "dios menor", que casi es el título de un película reciente.
Otros, porque pasan de Dios. La ciencia les ha hinchado. La técnica les
soluciona todos los problemas. ¿Para qué necesitan a Dios? El
significado verdadero de la teología de la muerte de Dios, es que Dios ha
muerto en la mente y en el corazón del ser humano. Pero, si Dios es un ser
muerto, ¿cómo y para qué dialogar con El? Por eso dijo Jesús: "Cuando
venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" Ese es el problema: la fe. Sin fe la oración
no es nada, cae en el vacío, no sirve para nada. Más todavía: El concepto más
puro de oración no es pedir, sino dar, ofrecer; alabar, glorificar, bendecir,
santificar el Nombre de Dios; no ir a la oración a recuperar fuerzas y salud,
que se recuperan, sino a gastarse ante El, como se consume y se agota la
lámpara del santuario, y se aja y se marchita un ramo de rosas ante el
tabernáculo. ¿Cómo puede hacerse esto sin fe, sin una fe viva, sin una fe
llameante? Pero a la vez, la fe se hace imposible sin oración. Es
imposible que el pez viva fuera del ámbito de su mar o de su río. Es
imposible que los árboles crezcan, florezcan y fructifiquen, sin agua. Es
imposible que un edificio sea consistente sin cimientos. Es imposible que un
organismo se mantenga vivo y en forma, sin alimento y sin oxigeno; y
¿pretendemos que un hombre, un cristiano, pueda vivir sin oración? Un paso
más: ¿podemos esperar que ese cristiano, laico o consagrado, pueda llevar
adelante con fruto, su misión de evangelizador? CRISIS DE En un curso
sobre Dios celebrado en El Escorial, se han deducido dos conclusiones: 1)
"El olvido de Dios ha llevado a la profunda crisis de nuestra
cultura". 2) "Nuestra época se caracteriza por un gran vacío y un
acusado individualismo". Hay que saber estar atento a lo que cursos así
tienen de positivo porque, junto con el análisis que hacen de la realidad,
pueden ofrecer pistas para la reconstrucción. Que se haya
detectado "el olvido de Dios" no nos descubre ningún secreto. Lo
estamos palpando cada día. Pero el problema viene de lejos. Desde hace varios
siglos, sufre la humanidad complejo de Edipo. Hoy lo tenemos todo, la ciencia
y la técnica creen que pueden dominar todos los acontecimientos, encontrar
solución para todas las situaciones, orientar los problemas biológicos,
humanos, políticos, sociales y económicos, según los deseos del propio egoísmo,
poniendo en estudio y en juego todas las posibilidades de los poderes
intramundanos, y esto hace que los hombres de nuestra civilización
autosuficiente y autocomplaciente, vean innecesario el recurso al Autor de Abolido el
principio que nos da la vida y que sostiene el cosmos, quedan también
anulados los preceptos que, para nuestro bien El legisló, y de esta manera,
no hay posibilidad de que el débil sea protegido, ni de que el más fuerte
deje de oprimir, y así, ni hay sanción, ni premio, ni justicia, ni divina ni
humana. "Aunque no temo ni a Dios ni a los hombres...", decía el
juez impío de la parábola. Esto imprime en nuestra época carácter de vacío de
valores y de individualismo e insolidaridad. Esta es la razón más profunda de
la crisis de la oración en nuestra época. Que el ritmo frenético de la
actividad y de la productividad y de la competitividad se haya exasperado, y
que los medios de comunicación nos invadan avasalladores, de la mañana a la
noche, son razones marginales, que tampoco ayudan, precisamente, a encontrar
un espacio que posibilite tener un contacto con Dios en la oración. SE FALLA DESDE “Esta
situación la hemos de ver los cristianos como un desafío. Vivir en una
sociedad que ha olvidado a Dios, nos debe decidir a acordarnos más de Dios. A
hacer su presencia en nuestras vidas más ardiente y más continua. Nos debe
llevar a la oración. De lo contrario ha dicho el Cardenal Rouco, el hombre de
hoy estará «más preocupado por la satisfacción física que por la salvación
las almas», que en ocasiones se alienta «desde la propia Iglesia». En una
conferencia sobre salvación del alma "pronunciada en cursos de verano de
El Escorial, el Arzobispo de Madrid se atrevió a criticar el
«reduccionismo" que a su juicio se le da al concepto de «salvación de
las almas» que está «en la base de todo cristiano". Alertó del «olvido»
y la «trivialización que el hombre contemporáneo ha realizado de esta
categorías del creyente, «más preocupado por la satisfacción física, por la
muerte física, que por la salvación de las almas». Un olvido que en ocasiones
se alienta «desde la propia Iglesia”. ¿SALVACIÓN DEL ALMA O DEL CUERPO? «Probablemente
los jóvenes no hayan escuchado nunca hablar de la salvación del alma en las
homilías de sus sacerdotes», criticó Rouco, quien se preguntó «cómo se puede
ayudar al ser humano si se pierde el concepto de la salvación del alma».
Hablar de la salvación del alma, suena ahora a lenguaje medieval, digo yo,
pero ahora soy yo el que me pregunto: ¿Cuántas homilías o artículos
encontramos en que se hable del cielo, de la gloria celeste, de los goces,
alegría y fruiciones plenas y totales del hombre vocacionado a la felicidad
sin fin? ¿No se queda casi siempre todo en la esfera terrestre como si la
trascendencia ya no contara, o quedara para algún superdotado? ¿No semeja
esto una claudicación para no resultar desfasados o fuera de tono y para no
perder el tren? A juicio
del cardenal, «está muy bien buscar el bien social, las acciones benéficas,
aunque si sólo hay que preocuparse por la vida física, ¿dónde está la
responsabilidad moral, que trasciende Este mundo?". " Por ello, y
pese a que recientes encuestas hablan de un fuerte descenso en la vida de
oración, el cardenal Rouco pidió volver a cultivar la vida interior, poniendo
como ejemplo los miles de jóvenes que estos días peregrinan a Santiago «en un
esfuerzo físico, pero sobre todo, espiritual». El hombre no se salva con un
marco de ética mínima y exigió a los católicos «una fórmula de vida que trate
de responder al mandato de Dios de amar al ciento por ciento, asumiendo el ideal
de la santidad. El Maestro
de oración por excelencia es Jesús. Pero para entender su magisterio no
podemos olvidar que El ha sido educado en Flavio
Josefo nos recuerda que las primeras palabras que enseñaban a sus niños las
madres de Israel, eran las palabras del "Shema": "Escucha,
Israel, amarás a Yahvé tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con
todas tus fuerzas" (Det 6, 4). Jesús aprendió a orar de los labios de su
madre y en "las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en
la sinagoga de Nazaret y en el Templo", y como su pueblo oraba con los
Salmos, era natural que Jesús le hablara a su Padre con los Salmos, que se
habían escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, su Amor. Y así San
Mateo escribió: "Después de haber cantado los himnos, salieron hacia el
monte de los Olivos" (Mt 26, 30). Esos himnos eran los salmos 115-118. Jesús, entre otras
alabanzas a Yahvé cantaría cada Pascua: "Yahvé defiende a los pequeños,
yo era débil y me salvó... ¡Ah, Yahvé, yo soy tu siervo, el hijo de tu
esclava"... Salmo que coincide con las palabras con que acepta María, Lo que
predomina en la oración de Jesús es el cumplir la voluntad del Padre, que El
ha bebido en los Salmos, y que plasmará en la oración que enseñe a sus
discípulos: "Hágase tu voluntad", y que El repite en JESUS ORANTE POR EXCELENCIA Son
abundantes los pasajes del Nuevo Testamento en los que los Evangelistas
nos presentan a Jesús orando, teniendo en cuenta, además, que los Evangelios
no nos lo dicen todo, ya que Jesús es infinitamente más grande y
deslumbrador. Pero, al menos, nos transmiten su oración ante los
acontecimientos más trascendentales de su vida. Jesús ora cuando Juan lo
bautiza (Lc 3, 21); Jesús pasó la noche orando en la montaña antes de elegir
a los Apóstoles (Ib 6, 12); mientras Jesús oraba en el Monte, se transfiguró
(9, 29); antes de enseñar a los Apóstoles el Padrenuestro, Jesús estaba
orando en cierto lugar, (11, 1). Y antes de comenzar su misión ayunará y
orará cuarenta días en el desierto, (Mt 4, 1). Jesús ora en el Cenáculo al
instituir ¡”ORAD”! Los
evangelios están llenos de mandatos, exhortaciones y parábolas de Jesús
pidiendo a sus Apóstoles que oren, que vigilen para no caer en la tentación.
Y a las multitudes les enseñaba diciendo que oraran sin desfallecer, con
insistencia, siempre, asegurando que quien pide recibe, quien busca
encuentra, y que al que llama se le abre. Y para
garantizar la eficacia de la oración y persuadir a la confianza en el Padre,
refiere la parábola del hombre que consigue de su amigo unos panes a media
noche, cuando él y sus hijos están acostados, y asegura que cuánto más el Padre
os dará lo que le pidáis en mi nombre. Pues, si vosotros, que sois malos, no
les dáis a vuestros hijos piedras cuando os piden un huevo, o una serpiente
cuando os piden pescado, ¿cuánto más vuestro Padre dará su Espíritu Santo a
quien se lo pida? ¿Quién no se sentirá estimulado a orar, y a
orar unidos los hermanos, habiéndonos prometido el Señor: "En verdad os
digo que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre la tierra, cualquier
cosa que pidan les será concedida por mi Padre, que está en los cielos"?
Lo
importante no es que debamos orar, lo hermoso y grande es que podamos orar.
La misión y el carisma de santa Teresa en Esta es la
llama y la herida que produce en Teresita del Niño Jesús: Ella se ofrece como
víctima de Amor. “El Espíritu de Amor me abrasa con su fuego”, dice, y el
viernes siguiente de su ofrenda, en el Viacrucis, experimenta una verdadera
llama que la quema, llama que produjo un fuerte impacto en su vida: se ve renovada
sin rastro de pecado en su alma; se siente inundada de luces y con una
caridad ardiente que la convierte en misionera del Amor. El Amor es en ella
como una gota de agua lanzada en un brasero encendido y al morir repetirá:
“No me arrepiento de haberme entregado al Amor”. Tanto en Teresita como en
Teresa la llaga es del alma, aunque en algunas almas como en San Francisco, y
en los tiempos modernos con San Pío de Pietrelcina, redundará en su cuerpo.
Según esta doctrina de antemano se puede avizorar la duración de las Ordenes, Instituciones,
Asociaciones desde la oración carismática de sus cabezas, pues la oración del
extático en cuanto "gratum faciens" y en sus grados sumos de
cristificación, tiene un inmenso valor, superior infinitamente al de todas las
obras exteriores que pudieran hacer, que repercute y rebosa en toda Jesús Marti Ballester |
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |
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