ORACIÓN DE SAN AMBROSIO

 ¡Oh piadoso Señor Jesucristo! Confiado en tu misericordia y bondad, más que en mis merecimientos, me acerco con temor y temblor a tomar parte en este banquete suavísimo del altar. Pues conozco que tanto mi corazón como mi cuerpo están manchados con muchísimos pecados, y que mi entendimiento y mi lengua no han sido cuidadosamente guardados.
Por lo cual, ¡oh Dios piadoso!, ¡oh Majestad tremenda!, yo, miserable, en medio de tantas angus­tias, acudo a ti, que eres fuente de misericordia; a ti acudo en busca de la salud y me acojo bajo tu protección; y, ya que me es imposible soportar tu mirada de Juez irritado, deseo contemplarte como mi Salvador.
~ A ti, Señor, descubro mis llagas y mi confu­sión; conozco que te he ofendido frecuente y gravemente, y por eso me inspiras temor. Espero, sin embargo, en tu infinita misericordia; mírame con ojos bondadosos, Señor Jesucristo, Rey eterno, Dios y hombre clavado en la cruz para salvarnos. Óyeme, pues en ti tengo puesta mi esperanza; apiá­date de mí, que estoy Heno de miserias y de pecados, tú que eres la fuente de la misericordia, que no cesa jamás de manar.

Salve, Víctima de la salvación, ofrecida en el patíbulo de la cruz por mí y por todo el linaje humano. Salve, noble y preciosa sangre que mana de las llagas de Jesucristo crucificado y lava todos los crímenes del mundo. Acuérdate, Señor, del hombre que has rescatado con tu sangre; me arrepiento de haberte ofendido y propongo enmendarme en lo sucesivo.
Padre clementísimo, aleja de mí todas las iniquidades y pecados, para que, purificado de alma y cuerpo, merezca entrar dignamente en el lugar san­tísimo, y que este cuerpo y esta sangre que deseo tomar, aunque indigno, sirva para remisión de mis culpas, para purificar mi alma de sus delitos, para ahuyentar los torpes pensamientos, para devolverle los buenos sentimientos, para dar eficacia a las obras que a ti te agradan, y, finalmente, para firmísima protección contra las asechanzas del enemigo de mi alma y de mi cuerpo. Amén.  

ORACIÓN DE SANTO TOMÁS DE AQUINO

¡Oh Dios todopoderoso y eterno!. Me acerco al sacramento de tu Hijo, Jesucristo nuestro Señor; me acerco como enfermo al médico de la vida, como leproso a la fuente de la misericordia, como ciego a la luz de la claridad eterna, como pobre y necesitado al Señor de los cielos y de la tierra.
Ruego, pues, a tu inmensa bondad que te dignes sanar mi enfermedad, lavar mi inmundicia, iluminar mi ceguedad, enriquecer mi pobreza y vestir mi desnudez, para que me acerque a recibir el Pan de los ángeles, al Rey de reyes y Señor de los que dominan, con tanta reverencia y temor, con tanto dolor y amor verdadero, con tanta pureza y fe, con tales intenciones y propósitos cual convienen a la salud de mi alma.
Concédeme, te lo pido, que reciba yo no sólo el sacramento de tu santísimo cuerpo, sino también la virtud y gracia del sacramento ¡Oh benignísimo Dios!, que reciba el cuerpo de tu unigénito Hijo y Señor nuestro, Jesucristo, formado de la Virgen María, de tal modo que merezca ser incorporado al Cuerpo místico, la Iglesia, y ser contado entre sus miembros. ¡Oh Padre amantísimo!, concédeme poder contemplar eternamente y cara a cara en el cielo a tu amado Hijo, al cual me dispongo ahora a recibir bajo el velo de la fe en esta vida mortal, y que contigo vive y reina, en la unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Amén.