JOSÉ, DE LA CASA DE DAVID, ESPOSO DE LA VIRGEN MARIA Y PADRE ADOPTIVO DE JESÚS

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

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¿Cómo y quien fue José, de la casa de David, esposo de la Virgen Maria y padre adoptivo de Jesús?

¿Cuanto sabemos de José?, algunos dicen que no sabemos mucho, sin embargo con lo que sabemos por los evangelistas, principalmente san Mateo, podemos deducir mucho más de que se podemos imaginar.

Si pienso como hijo o como padre, me puedo dar cuenta de la gran responsabilidad que le tenía preparado Dios a José, ser justamente el custodio de su Hijo Jesucristo, y de ser esposo de María la madre de Jesús. Pero antes de entrar en más detalles, analicemos lo que dicen los Evangelios.

José fue hijo de Jacob: “Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. (Mt 1:16) y descendía de la casa real de David: Mientras reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: “José, hijo de David” (Mt 1:20) y tenía el oficio de carpintero: ¿No es éste el hijo del carpintero? (Mt 13:55). El estaba prometido con María: “La concepción de Jesucristo fue así: Estando desposada María, su madre, con José, antes de que conviviesen” (Mt 1:18), pero el niño Jesús no fue su hijo carnal, porque su madre: “se halló haber concebido María del Espíritu Santo” (Mt 1:18) y sucedió que cuando tuvo noticia del embarazo de María, quiso abandonarla, porque era justo: “José, su esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió mantener el secreto” (Mt 1:19), sin embargo por recomendación divina; Mientras reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo” (Mt 1:20), por tanto no la despidió.

Un ángel del Señor en sueños le hizo saber que su esposa concebiría un hijo varón: “Dará a luz un hijo”, (Mt 2:21), y además él le pidió que le colocara el nombre: “a quien pondrás por nombre Jesús”, (Mt 2.21) y además le anuncio lo que Jesús iba hacer: “Porque salvará a su pueblo de sus pecados”.(Mt 2:21) y que esto estaba profetizado: “Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por el profeta que dice” (Mt 2:22).

José antes que naciera Jesús ya sabia que tendría que cuidar de María y conocía el nombre de su hijo, ya que el ángel le dijo: “He aquí que la virgen concebirá y parirá un hijo, Y le pondrá por nombre Emmanuel, Que quiere decir “Dios con nosotros.” (Mt 2:23-24). Además sabemos de un hombre extremadamente obediente a Dios, así fue como:”Al despertar José de su sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, recibiendo a su esposa (Mt 2: 25). Y también fue fielmente respetuoso: “Y sin haberla conocido dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús”. (Mt 2: 25). Se puede además destacar de esta frase, que dice que María “concebirá y parirá un hijo”, es decir uno solo, no dos o muchos.

Nos detenemos un momento para comentar lo que algunos entienden por la angustias de san José.

Cuando José descubre la concepción virginal milagrosa de Jesús, María estaba sólo desposada con José, es decir aún no era su verdadera esposa. Nos damos cuenta por las lecturas evangélicas que antes de que José llevase a María a su casa — el matrimonio se solía celebrar al año siguiente del desposorio —, antes de que conviviesen, en cuyo acto consistía el acto jurídico matrimonial, se halló que María había concebido por obra del Espíritu Santo. Este hecho produjo un desconcierto en José, pues su desposorio era ya un cuasi-contrato formal de matrimonio. Seguramente José se pregunto ¿Qué hacer?

Podría denunciarla ante un tribunal para que anulase “legalmente” el desposorio; retenerla, celebrando el matrimonio y llevarla a su casa; repudiarla, bien en público, excusándola y sin pedir castigo, o privadamente, mediante “libelo de repudio” ante dos testigos y sin alegar motivo. Y por fin, dejarla ocultamente marchándose de Nazaret y dejando que las cosas se olviden.

Pero José es un hombre justo, es decir, porque era recto en su conducta ante Dios y ante los nombres — aunque en este término caben muchos matices  —, determina “repudiarla en secreto,” darle el libelo de repudio secretamente y sin fecha para que ella pudiese salvar mejor su honor. Pero José ante los hechos confía y cree en el honor de María; si no, él hubiese obrado de otra manera.

Así fue como José se llevó a María a su casa y con ella viajó a Belén. Talvez por un sentido de honor, socialmente redundante en su Hijo, se puede pensar que a esa altura el matrimonio con Maria, jurídicamente, ya se hubiese celebrado. Es de este modo como José no solo recibe a María por esposa, llevándola oficialmente a su casa, además, acepta la paternidad legal de Jesús.

También es necesario insistir que añade el evangelista que no la “conoció” “hasta que” dio a luz a su hijo, en otras palabras “María dio a luz sin relación conyugal con José.”

Sabemos también que José, era muy considerado con las disposiciones oficiales de los gobernantes, es así como para participar en el censo, viajó con su esposa: “E iban todos a empadronarse, cada uno en su ciudad. José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para empadronarse, con María, su esposa, que estaba encinta. (Lc 2: 3-5). La distancia que tuvo que recorrer son unos 140 km y para ello “sube,” frase consagrada para ir de un lugar de Palestina a Jerusalén o cercanías de ésta, ya que topográficamente es siempre una subida. Esta frase del evangelio además confirma dos cosas, al decir por ser “de la casa”, se entiende por ser de la tribu y al agregar y “de la familia de David”, que es de la misma estirpe davídica.

Cuando el niño cumplió los ocho días, José lo circuncidó y le puso el nombre a Jesús: “Cuando se hubieron cumplido los ocho días para circuncidar al Niño, le dieron por nombre Jesús, impuesto por el ángel antes de ser concebido en el seno”. (Lc 2:21). José, de acuerdo con María, debió de ser el que le impuso el nombre. Ya el ángel lo había anunciado. Y se le llamó Jesús, forma apocopada de Yehoshúa: “Yahvé salva.” “Era la misión salvadora que tenía” (Mt 1:21). Y con la dolorosa circuncisión, Cristo derramó ya la primera sangre redentora.

Luego nos encontramos con un esposo que además participa en todos los eventos religiosamente importantes según la Ley de aquel entonces, la madre que daba a luz quedaba “legalmente” impura por cuarenta días si lo nacido era hijo, y ochenta si era hija (Lev 12:28). No podía en este tiempo tomar parte en los actos religiosos públicos. Cumplido este período, debía ir al templo y, en el atrio de las mujeres, recibir la declaración de estar legalmente pura, por el sacerdote de turno. Por su purificación debía ofrecer un cordero de un año y una tórtola o paloma; pero, si era pobre, se podía sustituir el cordero por una paloma o una tórtola (Lev 12:8). “Así que se cumplieron los días de la purificación, conforme a la ley de Moisés, le llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor”, (Lc 2: 22-23)

Nos damos cuenta por este relato que ellos no tenían recursos económicos, este es el caso de María; “Era pobre, por esos ellos fueron al templo para ofrecer en sacrificio, según la ley del Señor, un par de tórtolas o dos pichones”. (Lc 2:24) Aunque no era obligatorio, María aprovechó para llevar consigo al Niño y a José para cumplir: según está escrito en la ley del Señor que “todo varón primogénito sea consagrado al Señor”. (Lc 2:23). Luego: Cumplidas todas las cosas según la ley del Señor, “se volvieron a Galilea, a la ciudad de Nazaret” (Lc 2:33.)

Así fue como José, se encargo de la educación y formación de su hijo Jesús. “El Niño crecía y se fortalecía lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en El”. (Lc 2:40). Seguramente Jesús se crió entre las virutas de la carpintería de su padre y paseo muchas veces con él, es del todo posible que José le enseño a leer, le canto los salmos, le enseño las escrituras, talvez le hizo sus sandalias, lo tuvo en sus brazos, lo llevo a la sinagoga y otras muchas actividades propias entre un padre y un hijo.

Cuando supo del peligro que le amenazaba a su hijo, huyó con él y con la madre de éste, María, a Egipto: “Levantándose de noche, tomó al Niño y a la madre y partió para Egipto” (Mt 2:14) y “permaneció allí hasta la muerte de Herodes” (Mt 2:15).

El ángel del Señor se apareció a José en sueños y le ordena que tome al Niño y a su madre y huya a Egipto. “Huye,” le dice. José, con toda prontitud, se levantó, en la noche, y partió para Egipto. Entonces nos encontramos con un José que conoció el exilio. Egipto era el país clásico de refugio político por ser provincia romana. Había allí muchos judíos, colonias florecientes y barrios habitados por ellos y prestaban socorro a sus con-ciudadanos. 

Buen caminante y conocedor de las rutas  es José, pero no conocemos con precisión si hizo el viaje por la costa o por el desierto, como tampoco donde se estableció, solo que estuvo en Egipto y que allí permaneció con su familia hasta el nuevo aviso del ángel: Muerto ya Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y vete a la tierra de Israel” (Mt 2:19-20). Entonces levantándose, “tomó al Niño y a su madre y partió para la tierra de Israel”. (Mt 2-22) como gobernaba Arquelao, tuvo miedo de volver a su territorio (Judea), “y se encaminó a Galilea, territorio de Herodes Antipas” (Mt 2:22). Y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, yendo a habitar en una ciudad llamada Nazaret, “para que se cumpliese lo dicho por los profetas, que sería llamado Nazareno”. (Mt 2: 23)

Cuando Jesús cumplió los doce años, volvemos a oír hablar de José, con ocasión de una peregrinación pascual, que practicaba regularmente: Sus padres iban cada año a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. “Cuando era ya de doce años, al subir sus padres, según el rito festivo” (Lc. 2: 41-42), en ese episodio se le pierde Jesús por algunos días, causándole mucha angustia, pero cuando le encontró, el y Maria se alegraron y le hicieron saber a su hijo su preocupación: “Cuando sus padres le vieron, se maravillaron”, y le dijo su madre: “Hijo, ¿por qué nos has hecho así? Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote”. (Lc 2: 48.)

Más tarde ya no se le recuerda como un protagonista, sino que simplemente se le menciona: “¿No es (Jesús) el hijo del carpintero?” (Mt 13:55).

Sin embargo a pesar de lo ya comentado, se puede decir aún que hay una cierta escasez de datos, pero a su vez podemos deducir algunas cosas y completar otras por lo que sabemos por la historia, las costumbres  y tradiciones y por la política de Israel.

La edad de José se puede deducir por el uso general. La edad de matrimonio para los varones se situaba por entonces entre los 18 y los 20 años. Así pues, cuando Jesús nació, José podía tener de 19 a 21 años. Cuando Jesús cumplió los doce, José podría tener por los 31-33 años. Y cuando Jesús inició su ministerio público a la edad de 33-37 años, José podía tener de 52 a 58. Cabría suponer que fue la muerte de José la que motivó la salida de Jesús de Nazaret.

Por supuesto que esto último es un cuadro hipotético, del mismo modo como hay quien supone que José era viudo, y que tenía varios hijos de su primer matrimonio. Es una opinión que prevaleció hasta el siglo IV, y que cuenta con muchos argumentos a su favor, si reflexiona sobre todos los datos que poseemos. José podría haber tenido varios hijos, si todos los “hermanos” y “hermanas” de Jesús (Mc 6:3; Mt 13:55) han de entenderse en el sentido de hermanastros de Jesús. Cabría suponer en tal caso que José andaba por los 30 años, cuando nació Jesús; y naturalmente también podría haber sido mayor.

Así las cosas, cuando Jesús empezó su ministerio público, José ya habría alcanzado los 63-67 años de edad. Mas como, al desposarse con María, muy bien podría haber tenido quince años más, también es posible que al comparecer Jesús en público, ya tuviera José más de 80 años, edad que muy pocos hombres alcanzaban entonces. Con ello podría explicarse perfectamente el silencio de los evangelistas sobre el resto de la vida de José.

Para la caracterización de José es fundamental la afirmación de que era “justo” (Mt 1:19.) Pero, ¿en qué sentido era “justo” José? ¿Era un escriba docto en la Escritura? ¿Pertenecía al grupo de los fariseos? El conocimiento extraordinario que Jesús tiene de las Escrituras podría sugerir que José era un carpintero conocedor de los libros sagrados y que se esforzaba por cumplir las prescripciones de la Escritura: era un “justo.” Difícilmente pudo pertenecer a los democráticos fariseos. Como descendiente de David más bien debió de estar en oposición a los mismos, con lo cual hasta podría explicarse por razones familiares la actitud de Jesús hacia los fariseos. Más aún, tal vez podría decirse que José era un hombre nada irrefutable, de gran humanidad y conocedor de las Escrituras, que en sus conversaciones sobre los libros santos habría sido un referente que preparó a Jesús para su misión. Un ejemplo de su postura humanista y nada dogmática sería la indicación de Mt 1:19, José, su esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto, a propósito de su deseo de abandonar a María por el supuesto adulterio.

José descendía de la casa de David (1:6.20; Lc 1:27). Pero, según el Evangelio de Lucas (2:4), no habitaba en Belén, la ciudad de David, sino en el pueblo galileo de Nazaret. Según el Evangelio de Mateo (Mt 2:22-23), quiso sin embargo regresar de Egipto a Judea, es decir, a Belén; sólo que al saber que allí reinaba Arquelao, como gobernante de Judea, temió ir allí y se dirigió a Nazaret. De todo ello parece desprenderse el cuadro siguiente:

José era betlemita. Y en el territorio de Herodes el Grande corría algún peligro como descendiente de David, dado que con ocasión de las expectativas mesiánicas su familia podía ser el centro de sospechas de algún amotinamiento de tipo mesiánico. Y así se retiró a Galilea, o tal vez ya lo habían hecho sus padres. Pero quizá con ocasión del censo ordenado por Augusto quiso regresar a Belén. El miedo sin embargo al celoso Arquelao, empeñado en eliminar a todos sus posibles competidores — entre los que se contaban los descendientes de David — le hizo volver de nuevo a Nazaret.

Como conclusión final sobre el motivo de que sepamos tan poca cosa del davídico José se debe al hecho de que para los evangelistas esa condición de descendiente del gran rey sólo importaba de cara a la descendencia davídica de Jesús, y por tanto como importante característica mesiánica. José era, en cualquier caso, el padre legal de Jesús. Y para la descendencia davídica bastaba la relación legal de José con Jesús, según aquello de la Misnah: “Si alguien dice: Éste es mi hijo, se le ha de creer” (Baba batra 8:6). Por la adopción de José con la fórmula “Éste es mi hijo,” Jesús era un auténtico descendiente de David.

Mientras más repasemos los evangelio, podemos descubrir muchas cosa nuevas de san José, un santo del silencio, un silencio de mucho respeto, como el que tiene el que sabe oír, o el que es prudente en las actitudes y las palabras, para reflexionar con sensatez, para profundizar y conocer cual es la voluntad de Dios.

San José nos enseña que lo importante no es realizar grandes cosas, sino hacer bien la tarea que corresponde a cada uno. "Dios no necesita nuestras obras, sino nuestro amor" (santa Teresa del niño Jesús), la grandeza de san José reside en la sencillez de su vida. “San José es la prueba de que, para ser bueno y auténtico seguidor de cristo, no es necesario hacer "grandes cosas", sino practicar las virtudes humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas” (Pablo VI).

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

 

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