ingratitud

INGRATITUD

“El pecado de la ingratitud y del silencio frente a los favores recibidos”

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


1.    CERVANTES; LA INGRATITUD, EL MAYOR DE LOS PECADOS

Un buen amigo, me escribió como parte de una dedicatoria a un libro, una frase tomada del Quijote; "De gente bien nacida es agradecer los beneficios que recibe, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud". (M. Cervantes, en el Libro del Quijote a Sancho).

Teresa de Jesús, en el libro “Vida”, relata que queda prendida de los buenos libros y aconseja releerlo, algunas veces mucho y otra veces poco, según esté el ánimo. Y de los buenos libros, ciertamente aprendemos mucho, y uno de los buenos clásicos es “El Ingenioso Hidalgo don Quijote de La Mancha” escrito por Cervantes. Un Fraile Carmelita Descalzo, me ha dicho, que Cervantes era un gran místico, que en un momento quiso ser carmelita y que uno de sus hermanos lo era, en todo caso, su obra es una gran enseñanza en muchos aspectos y en especial, por que aborda, a mi parecer, de muy bella forma los vicios, defectos y virtudes de los hombres. En la magna obra, Cervantes también se aborda el tema del agradecimiento como de la ingratitud, Don Quijote dice manifiestamente conmovido por la hospitalidad recibida “Sólo os digo que tendré eternamente escrito en mi memoria el servicio que me has hecho, para agradecéroslo mientras la vida me durare…” (p.222). De ésta forma, observamos, que frente a un acto generoso, lo primero que hace Don Quijote es siempre agradecer. Otra frase del Hidalgo que está estampada en la obra es: "como siempre los malos son desagradecidos". En otra frase que pone Cervantes en libro con el mismo tema es: “La ingratitud es hija de la soberbia y uno de los mayores pecados que se sabe”,  (Don Quijote, (II, LI).

También, aquí les inserto un fragmento que elegí para este comentario. “Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndome a lo que suele decirse: que “de los desagradecidos está lleno el infierno”. Este pecado, en cuanto me ha sido posible, he procurado yo huir desde el instante que tuve uso de razón; y si no puedo pagar las buenas obras que me hacen con otras obras, pongo en su lugar los deseos de hacerlas, y cuando éstos no bastan, las publico; porque quien dice y publica las buenas obras que recibe, también las recompensara con creces si pudiera; porque, por la mayor parte, los que reciben son inferiores a los que dan, y así es Dios sobre todos, porque es dador sobre todos, y no pueden corresponder las dádivas del hombre a las de Dios con igualdad, por infinita distancia; y esta estrechez y cortedad en cierto modo la suple el agradecimiento” (Don Quijote II, LVIII).

2.    EJEMPLO DE INGRATITUD CON CRISTO

Uno de los relatos clásicos del Evangelio para hablar sobre la ingratitud, es el de Lucas 17, 11-19. “Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!" Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba sano, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?" Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".

Si hacemos una consideración estadística, al regresar solo uno de diez para agradecer, solo el diez por ciento de las personas son agradecidas. Quizás no sea tan cierta esta deducción, pero si pienso que el modo de ser del cristiano debe estar empapado de gratitud, y debe demostrar que es agradecido. En cuanto a los leprosos, estos quedaron limpios de cuerpo y nueve solo miraron la limpieza de su piel, pero uno de ellos, miró además la limpieza de su alma y regreso a dar gracias.

La ingratitud de los otros entristece a Cristo, la expresión. "¿Cómo, no quedaron purificados los diez?, revela esta tristeza. Y es así, como nos preguntamos; ¿A cuántos, que han recibido tantas gracias del Señor y a cuantos que las han recibido de la Iglesia y se han apartado de ella, podría hoy dirigir Jesús esta lamentación: “¿Dónde están...?”. La pregunta que hace Jesús, habla por sí misma sobre el dolor que le produce la ingratitud de los otros nueve desagradecidos.

No obstante, el relato nos regala algo muy interesante, es lo que se puede deducir, nada impide el que cualquiera agrade a Dios, aun cuando proceda de otro pueblo, otra cultura, con tal que obre con buen propósito. Por eso, ninguno de los que nacen de padres católicos mire por encima del hombro a otro que no es de nuestra propia fe, porque los nueve que eran israelitas, hombres del pueblo elegido por Dios, fueron precisamente los desagradecidos. Por esto el Señor Jesús pregunta; "¿Cómo, no quedaron purificados los diez?”

3.    LA INGRATITUD, HIERE PROFUNDAMENTE

La ingratitud, hiere profundamente, qué duda cabe, con la indiferencia, el silencio frente a los favores recibidos y la actitud del desagradecido, podemos herir profundamente a las personas que se han sacrificado por nosotros y en especial, la personas que han sido un regalo para nuestras vidas  tales como nuestros padres, hermanos o amigos que nos acompañan y se preocupan por nosotros. Tengo la convicción, que la ingratitud duele porque se siente en el alma.

Escribe una frase Martín Luther King, (Tomada de Lutero) ciertamente es dura, pero muy verdadera: “Tengo tres perros peligrosos: la ingratitud, la soberbia y la envidia, cuando muerden dejan una herida profunda”. Y el popular escritor, orador y humorista estadounidense, Samuel Langhorne Clemens, conocido por el seudónimo de Mark Twain, sentencia; “Si recoges a un perro hambriento, lo alimentas y le das afecto, él nunca te morderá. Esta es la diferencia más importante entre un perro y un hombre”

¿Cuantas veces, por amor, nos damos totalmente a alguien, confiando completamente, poniendo toda nuestra esperanza en aquellas personas a las que consideramos nuestros íntimos amigos y luego nos fallan? Y lo peor es que no solamente nos fallan, sino que además nos dan vuelta la espalda y hasta nos desacreditan ante los demás. Es entonces que en esas circunstancias nuestro dolor se acrecienta y nos lamentamos de haberle dado todo nuestro cariño y confianza, como a nadie se lo habíamos dado, donde ni siquiera le pedíamos cuenta, porque pensábamos que nuestro afecto era recíproco y nos falló. Tengo la impresión, que a muchos o a casi todos de nosotros, en algún momento nos ha ocurrido algo donde se manifiesta una ingratitud similar, con algún hermano de nuestra comunidad o con algún amigo, o con los más cercanos tales como la esposa o el esposo o los hijos y el dolor que nos ha producido ha sido tan grande, que nos ha llevado a ponernos una coraza que ya no deja traspasar nuestros sentimientos debido a la perdida se confianza en la persona amada. Sin embargo frente a esto, nos viene bien la pregunta del discípulo al Señor: “Pedro se acercó entonces y le dijo: Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Le responde Jesús: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. (Mateo 18, 21-22), es decir, siempre tenemos que tener la disposición  a perdonar y olvidar la ingratitud y el mal que nos han hecho.

4.    ADAN Y EL PECADO DE LA INGRATITUD.

La ingratitud humana es un mal que conocemos desde la lectura de los orígenes del hombre relatada en el libro del Génesis, es decir viene desde los tiempos de Adán. En efecto, este primer pecado del hombre, se ocasiona en su negativa a reconocer lo bueno que es lo que Dios le ha dado. Indudablemente, si hubiese reconocido todo el bien infinito con que Dios lo bendijo, seguramente nunca se hubiese atrevido a comer del Árbol del Conocimiento que tenía prohibido. Esto es, cuando se tienen sentimiento de gratitud, y de reconocimiento del bien que nos da Dios, es improbable contradecir la voluntad de Dios.

¿Pero, qué es lo que provoca la ingratitud? Por defecto se comete el pecado de la ingratitud, cuando por descuido o indolencia se prescinde de la necesidad de agradecer. También cuando lejos de agradecer el beneficio recibido, se hace algo distinto, por ejemplo criticando el beneficio, como en el caso de la respuesta de Adán a Dios cuando el Señor le preguntó si había comido del Árbol, en esa respuesta se destaca la ingratitud: “Dijo el hombre: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí.”  (Génesis 3, 12). Es decir, Adán responde como si dijera: “Yo no te he pedido esta mujer, fue cosa tuya” y luego podría agregar; “por haberme dado esta mujer, yo he caído en tentación y pequé”. He aquí la falta de Adán, el Señor había antes dicho: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada”.  (Génesis 2,18), es decir, Adán lleno de ingratitud, faltó en reconocer este bien. Esta ingratitud es la causa profunda de su pecado. Lo que es verdad para Adán, es verdad para todos sus descendientes: la ingratitud es el origen fundamental de cualquier mal que ellos cometan.

Es así como el pecado de ingratitud, consiste en que el hombre se niega a reconocer los beneficios que recibe y desprecia los bienes recibidos de Dios.  El pecado toma el aspecto de ingratitud para con el don de Dios, que como Padre celestial, desea hijos que den testimonio de la santidad de su Señor. Es un egoísmo en extremo ingrato, pensar o suponer que podemos prescindir de Dios, o pensar que podemos impunemente infringir sus preceptos, con el convencimiento de que Dios es incapaz de juzgar, de condenar y de sancionar a quienes consideran sus hijos. Esta arrogancia, es la expresión desagradecida del amor de Dios por todos sus hijos.

5.    CONMOVERSE DE  GRATITUD POR EL SEÑOR JESUS

El que Cristo sea nuestra Luz, el que sea nuestro verdadero Maestro, con tan gran cantidad de beneficios que vino hacer por toda la humanidad, con todo el sacrifico realizado frente a la injusticia y la crueldad de los hombres que lo llevo a derramar su sangre, expirar clavado en una cruz, aceptando gustoso la muerte para dar vida a los hombres, ¿es posible no conmoverse de gratitud por el Señor?, frente a esta pregunta nos responde el Papa León XIII; “Al recordar memorias tan tiernas, no es posible que el cristiano no se sienta hondamente conmovido de gratitud hacia su amantísimo Redentor; y el ardor de la fe, si ésta es como debe ser, que ilustra el entendimiento del hombre y le toca en el corazón, le excitara a seguir sus huellas hasta prorrumpir en aquélla protesta tan digna de un San Pablo: “¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿Será la tribulación? ¿O la angustia? ¿O el hambre? ¿O la desnudez? ¿O el riesgo? ¿O la persecución? ¿O la espada?” (Rm 9,35) Yo vivo, o más bien no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mi (Gálatas 2,20 (Papa León  XIII, Magisterio 11. Ingratitud y Gratitud Humanas)

Es así, como espantosa cosa me parece la ingratitud con el Señor, inexplicable  y desconcertante actitud, ya que haber recibido un beneficio como el que Cristo nos ha dado y no ser capaz ni siquiera de esforzarse en corresponder a él, por lo menos con palabras de agradecimiento, es algo que no puede estar bien en ninguno que se considere cristiano. Esto es, no me parece bien no darse cuenta de los beneficios que hemos recibido. Quizás sea muy duro expresarlo, pero el que se da cuenta y sabe de los beneficios que recibió primero, y no trata de corresponder de algún modo a El que nos hizo tanto bien, ése es un hombre apático y de corazón ingrato.

En el Evangelio de Mateo, se relata un momento triste del Señor; “Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice: Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo”.  (Mateo 26, 37-38). El relato nos muestra como nuestro Señor que verdaderamente asumió la humanidad, se entristece verdaderamente, y se entristecía el Señor, no por el temor de padecer, porque había venido a esto, y había reprendido a Pedro porque temía, sino que también por la ingratitud y la infidelidad de Judas, el escándalo de sus apóstoles, la repudio y reprobación de su propia gente, el pueblo judío.

6.    AGRADECIDOS CON EL SEÑOR Y NUESTROS AMIGOS

Canta el salmista: “Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor.” (Salmo 107,1) y también canta; “¿Cómo al Señor  podré pagar todo el bien que me ha hecho? La copa de salvación levantaré, e invocaré el nombre del Señor. Cumpliré mis votos al Señor, ¡sí, en presencia de todo su pueblo!” (Salmo 116, 12-14).

Sabemos que no hacemos otra cosa que lo que nuestro corazón manda, amamos al Señor y queremos hacer una mínima contribución con nuestra tarea a los grandes e inmerecidos favores que recibimos de El a diario. Por eso le decimos en cada eucaristía: “Te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor”

Del mismo modo, que me parece del todo significativo  agradecer los favores y ayuda que recibimos de Dios; “Te doy gracias, Señor, de todo corazón, cantaré todas tus maravillas” (Salmos 9,2), también debemos agradecer las palabras de aliento de nuestros amigos y hermanos, las cuales son ganancias para nuestro espíritu, en especial los buenos deseos hacia nosotros, las bendiciones y oraciones, todo esto son gestos que merecen nuestra correspondencia y nuestra gratitud. Por tanto, así como muchos de esos beneficios llegan de la mano y el corazón de personas buenas y generosas, así como agradecemos a Dios, lo hacemos también a nuestros amigos y hermanos.

San Pablo a los Colosenses; “Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias”

El Señor nos Bendiga

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


Fuente de este artículo y sus comentarios.

Textos de la Biblia Nácar-Colunga, (SBNC) y/o Biblia de Jerusalén (SBJ)

Diccionario Teológico Ravasi

Febrero 2014


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