JUICIO

JUICIO AL PRÓJIMO

“Señor, respóndeme, por tu justicia; no entres en juicio con tu siervo, pues no es justo ante ti ningún viviente”.  (Salmos 143,2)

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


1.TESTIMONIO. EL PRÓJIMO MAS PRÓXIMO ES TU FAMILIA

El relato que incluyo para este artículo, no es una ficción, es un testimonio real que recogí en el año 2001. Como es algo que impacto mi sensibilidad, lo voy a utilizar para respaldar esta reflexión.

En una ocasión una joven menor, 15 años de edad, soltera, hija de uno campesinos padres de dos hijas, quedo encinta después de haber sido forzada a tener sexo por un familiar casado y mayor que ella. Dice la palabra sagrada: “no tomarás la hija de su hijo ni la hija de su hija para descubrir su desnudez; son tu propia carne; es un incesto”.  (Levítico 18, 17). Transgresión y violación.  Esta joven niña, por temor a sus padres guardo silencio de este lamentable hecho por un buen tiempo, hasta que le conto su drama a su única hermana y menor que ella. El padre tenía fama en la familia de ser exigente, la madre de ser poco comunicativa y despreocupada de sus hijos, su única hermana agradecía siempre a Dios por ser ella mejor que su hermana. A los pocos meses los padres de la joven se enteraron por boca de la hermana menor del drama del embarazo, quien la acuso de esto haciendo comparaciones entre su calidad moral como buena hija y la de la hermana encinta. Toda la familia juzgó a la niña embarazada como si fuera una prostituta, no quisieron escuchar explicaciones y la expulsaron de la casa con 7 meses de embarazo.

Poco tiempo después, la joven abandonada a su suerte, parió dos hijos varones gemelos en casa de una matrona que la atendió por caridad, la que por falta de recursos económicos, no le otorgó muchos cuidados médicos a la joven madre. Es así como la chica enfermó gravemente y al sentirse despreciada por sus padres, y apartada por su hermana, se deprimió y murió sola y abandonada. La matrona fue a casa de los padres a comunicar el deceso y a preguntar su padre que hacía con el cuerpo de la hija, y si le hacía alguna misa. Ella llego a la casa con estas palabras, “Ya que ustedes fueron jueces de esta hija pecadora según su sentencia al expulsarla de casa, necesito que me digan que hago con su cuerpo, vengo a preguntar a ustedes, ya que ella antes de morir me dijo que perdonaba a su familia”. El padre le respondió a la matrona, haz lo que tú quieras, yo no la perdono y la muerte fue su castigo. La matrona no le hablo de los gemelos, ella estimó que no era necesario y que tal familia no merecía saber de ellos y los crio como sus hijos. Cuando supe de esta historia, los hermanos ya tenían 11 años y no conocían a sus abuelos, excepto que uno de ellos estaba con su padre bilógico.

Para el familiar que forzó a la joven, no era difícil pecar, para el padre de la joven, no le era difícil juzgar, para la madre no era difícil ser descuidada con su familia, y para su hermana, no era difícil sentirse mejor que su hermana. Es decir, lamentablemente esta familia no estaba formada con el ideal de todo cristiano. El apóstol Pablo recomienda que los hijos deben obedeced a sus padres por amor al Señor, porque esto es de justicia, pero también le pide a los padres, que no exasperen a sus hijos, sino educarlos en la disciplina y en la corrección como quiere el Señor. (Cfr. Efesios, 6, 1-9)

2.¿Y QUIÉN ES MI PRÓJIMO?

En muchas ocasiones nos preguntamos quien es el prójimo, es así como parece ser que es una persona cuya identidad se ignora o no se quiere decir u otro individuo que no soy yo y se nos olvida pensar que soy el prójimo de otro. En una opinión algo fría, es una, todas o cada una de las demás personas que forman la colectividad humana. Para los etimólogos, prójimo, es una palabra del latín proximus, cuyo sentido es el más cercano o muy cercano. Sin embargo, siempre se plantean las dudas  de quién sea nuestro prójimo o a quienes los sentimos como los más cercanos. Entonces decimos que nuestro prójimo, son nuestros amigos, compañeros, o vecinos. Pero no olvidemos que los más próximos son nuestra familia, nuestros padres, abuelos, tíos, primos consanguíneos o políticos.

En la concepción de los judíos, se obligaba a una serie de deberes hacia aquellos que le eran cercanos, no físicamente, sino en virtud de la común descendencia en el seno del pueblo elegido, pero estas obligaciones no eran para los que se hallaban fuera de la alianza. Por ejemplo, un israelita no podía exigir interés a otro por un préstamo. Se prohibía asimismo el falso testimonio contra el prójimo. “No darás testimonio falso contra tu prójimo” (Dt 5, 20).También se prohibía codiciar cualquier cosa que él poseyera; robarle o calumniarle, oprimirlo, atentar contra su vida, cometer adulterio con su mujer, defraudarlo de cualquier manera o engañarlo de alguna forma. “No desearás la mujer de tu prójimo, no codiciarás su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo”.  (Deuteronomio 5, 21)Todos estos preceptos quedaban expresados de una manera positiva en el que ordenaba; “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.  (Lev 19, 18)

En el Nuevo Testamento, nuestro Señor Jesucristo amplió el concepto de prójimo. A la pregunta de un intérprete de la Ley: “¿Y quién es mi prójimo?”, el Señor respondió con la parábola del buen samaritano que iba de camino llegó junto a un hombre herido y al verle tuvo compasión, (Lc 10, 25-37). En esta parábola el Señor nos enseña cómo sus discípulos deben buscar hacer el bien a todos aquellos a los que pueda prestar su ayuda. El apóstol Pablo expresa sucintamente este principio para los cristianos: “Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe”. (Gál 6,10). De esta forma se amplía el círculo del “prójimo”. Para el cristiano hay dos círculos concéntricos. “No se olviden de hacer el bien y de ayudarse mutuamente; ésos son los sacrificios que agradan a Dios.  (Hb 13 16). Por tanto, lo que nos queda es que no debemos pasar por alto la oportunidad de dar su ayuda a todo aquel a quien pueda prestársela y con mayor decisión,  tenemos que concentrar las energías en la mutua ayuda a los miembros de la familia de Dios.

Sabios y santos nos han enseñado que Dios habita en el corazón de los hombres buenos, entonces si tenemos la convicción de que Dios habita en el corazón de los hombres, o en el nuestro, ¿Quién es el que está más próximo a nosotros? ¿No es acaso Dios?,

"En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos (el prójimo) más pequeños, a mí me lo hicisteis."  (Mt 25,40)

3.JUZGAR AL PRÓJIMO

El pecado más grande que cometemos, es juzgar al prójimo, ¿existirá algo peor?. A la pregunta de Jesús, a los que pedían juzgar a la pecadora: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?”, Ella respondió: “Nadie, Señor”  Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más”.  (Jn 8,10).

Para algunos el pecado es solo la infracción a las Leyes de Dios, no obstante no es solo eso, también es el rechazo de la voluntad de Dios, es vivir a espaldas de Dios, es la disposición mental que lleva al pecador a hacer la propia voluntad en oposición a la de Dios. ¿Hay algo que moleste más a Dios que oponerse a su voluntad?. ¿Tiene derecho el hombre asumir la responsabilidad de Juzgar a su prójimo?; “Uno solo es el legislador y juez, que puede salvar o perder. En cambio tú, ¿quién eres para juzgar al prójimo? (Sant 4,12)

Ciertamente, es muy fácil criticar, juzgar y de esta forma llegar a despreciar a los demás o provocar el desprecio y alejamiento de los amigos de quien se juzga. Se critica censurando negativamente a las personas y sus actos, se juzga a las personas valorando sus acciones o sus condiciones y se emite un  dictamen o sentencia sobre ellas pensando que se tiene autoridad para ello, desde allí, el desprecio al criticado y juzgado es el paso siguiente. Sin embargo juzgar, es un pecado grave, esto es Palabra de Señor, ya que el mismo Jesucristo ha dicho: “¿Cómo puedes decir a tu hermano: "Hermano, deja que saque la pajita que hay en tu ojo", no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la pajita que hay en el ojo de tu hermano”. (Lc 6, 42)

No olvidemos, que las faltas y los pecados que más conocemos íntimamente, son los nuestros, y nosotros sabemos mejor que nadie lo soberbios que somos. También sabemos cuáles son las cosas buenas que hacemos. Así mismo, nosotros conocemos el fariseo que llevamos dentro. El fariseo que oraba y agradecía a Dios por sus buenas acciones: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, o como ese publicano”. (Lc 18-11). El no mentía, decía la verdad; pero no es por eso por lo que fue condenado. En efecto, debemos agradecer a Dios por cualquier bien que podamos realizar, puesto que lo hacemos con su asistencia y su ayuda. No obstante, el fariseo, no fue condenado por haber dicho: “no soy como demás hombres”  ni fue condenado cuando, vuelto hacia el publicano, agregó: “ni como ese publicano”. Sin embargo él fue culpable porque juzgaba a la persona misma de ese publicano, la disposición misma de su alma, en una palabra su vida entera. Y así Jesús nos dice; “Yo les digo que este último estaba en gracia de Dios cuando volvió a su casa, pero el fariseo no”. (Lc 18-11)

Entonces no existe nada más grave, que juzgar o despreciar al prójimo. ¿Por qué mejor no nos juzgamos a nosotros mismos, ya que conocemos íntimamente nuestras faltas, pecados y defectos, de los cuales sabemos que deberemos rendir cuenta a Dios? ¿Para qué pretender hacer lo que le corresponde a Dios al juzgar a los hombres? ¿A caso, a nosotros nos corresponde autorizar o cerrar las puertas del cielo a los hombres?

4.SÓLO A DIOS LE CORRESPONDE EL JUZGAR, HACER JUSTICIA Y CONDENAR

Si bien es cierto, nosotros hacemos bien en llevar el mensaje de salvación a nuestro prójimo, es una preocupación muy agradecida, pero no olvidemos que tenemos que preocuparnos por nosotros mismos, por nuestras faltas, nuestras propias miserias. Sólo a Dios le corresponde el juzgar, hacer justicia y condenar. El  conoce el estado del alma de cada uno, Él sabe de nuestras fuerzas, a Él le consta nuestro comportamiento, Él sabe cuáles son nuestros dones, y nos va a juzgar a cada uno de forma diferente.

Continuando con la historia inicial, quedamos en que la chica tuvo dos gemelos y la matrona no le comunicó este suceso a la familia. Como esta mujer era pobre de recursos económicos, ella tiempo después solo se encargó de criar a uno de ellos y el otro se lo entregó a los 7 años a su padre biológico. Ella crió al suyo con mucha caridad y le enseñó amar a Dios, por tanto a respetar a los hombres, siendo una persona ejemplar. El otro chico fue mal criado, al estilo irresponsable de su padre biológico, por tanto se educó como una mala persona.

He aquí como Dios, sabe de sus temperamentos, y sus particularidades, por tanto habrá de juzgar de acuerdo a como es cada uno y a como fue educado. En efecto Dios juzga en forma diferente a las personas, no todos somos iguales. Está claro que solo Él puede emitir juicio de cada uno, porque  todo lo ha hecho, todo lo ha formado, y todo lo sabe. Son los misterios de Dios. Sin embargo no podemos pensar cómo será el Juicio de Dios, con relación a los muchachos. En efecto, el hombre no puede conocer como son los juicios de Dios. Sólo El, puede comprender todo y juzgarnos a cada uno según su infinita sabiduría. Frente a esto, ¿Tenemos nosotros facultad para juzgar?, ¿Sabemos cuáles son las faltas que cuentan ante Dios? ¿Podemos nosotros cuestionar la piedad de Dios? Si Dios tiene piedad de un hermano, ¿Nosotros los condenamos? ¿Alguno de nosotros sabe las lágrimas que ha derramado un pecador por sus faltas?, quizás sea fácil conocer el pecado de los demás, pero no es fácil conocer el arrepentimiento que lleva un hermano en el corazón.

En el libro de Job, la justicia de Dios es entendida como la conducta con que Dios premia a los buenos y castiga a los malos, y jamás nos castiga por nuestra piedad, porque el solo sanciona al culpable. Frente a Dios la justicia del hombre es invalidada si esta se realiza en contra de la caridad, es así como el texto dice: “La justicia de Dios es desinteresada. Dios es "maestro de justicia, a nadie oprime" (Job 37,23)

5.OBRAR, CON CARIDAD Y MISERICORDIA CON EL PRÓJIMO, EVITANDO JUZGAR, Y DESPRECIAR

El libro de los Proverbios identifica al justo con el sabio. El justo es generoso (21,26), no miente (13,5), se preocupa de los pobres (29,7), en el tribunal intenta defender al oprimido (18,5; 24,23-24). También aquí "justo" es el que se muestra fiel a la comunidad con una actitud constructiva. Solamente la sabiduría puede dar la capacidad de ser justos y de practicar la justicia. "Por mí -dice la sabiduría- reinan los reyes y los príncipes decretan la justicia... Yo voy por las sendas de la justicia, por los senderos de la equidad" (Pr 8,15 Pr 8,20).

Es así, como si alguien quiere ser salvado, no ha de preocuparse tanto de los defectos del prójimo, pero si ha de hacerlo de sus propias faltas. En efecto, no nos preocupemos tanto de las faltas de los demás como las nuestras. Aprendamos de aquellos que ha encontrado una manera de hacer penitencia por sus pecados propios y que oran por su prójimo para que cada uno encuentre la suya. No olvidemos que: “Dios no ha enviado a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. (Jn 3,17) y a imitación de Cristo, debemos procurara hacer lo mismo.

Aprendamos de los santos, que siempre están preocupados de pedir por las faltas de su prójimo, y se abstiene de juzgar a los demás. No hay ningún que sea santo si no reconoce sus propias miserias. No hay ninguno que camine hacia la santidad si es un miserable que juzga a los demás, que vive sospechando de las actitudes y despreciando a su prójimo.

Si queremos salvarnos, no le hagamos daño a los demás, porque nos hacemos daño a nosotros, por tanto cuidemos nosotros de no caer en falta y no hagamos caer en falta a los demás.

La historia de la chica forzada al embarazo y despreciada por su familia, es triste, y lo es por la falta de caridad, de compasión y pena. Quizás si supiéramos de caridad, no nos llamaría la atención los defectos del prójimo. “Porque la caridad no es indecorosa, ni busca lo suyo propio. No se irrita, ni lleva cuentas del mal”. (1 Cor 13, 5-6). Entonces  si tuviéramos caridad, ella misma supera  cualquier falta.

El hombre que detesta la falta y el pecado, busca la santidad, pero no le quita la mano a un pecador, al contrario lo ayuda y no lo juzga, se compadece de él. Todos los santos hacen esfuerzos para salvar a los pecadores, pero ninguno lo hace para juzgar. 

Así debemos obrar nosotros, con caridad y misericordia con el prójimo, evitando juzgar, y despreciar. Ayudémonos unos con otros, instruyendo, con la palabra de Dios, con las enseñanzas de Jesucristo. Si vemos un corazón débil, démosle fuerza para salir a flote, y no le pongamos la nuestra para hundirlo. Mientras más se está unido al prójimo, más unido se está a Dios.

Mas caridad y menos juicio a los hombres. No abandonemos ni rechacemos a los que caen en falta. Si a una madre le nace un hijo enfermo, se desvelara por sanarlo y no le dejara abandonado. Nuestra Virgen Madre de Dios, estuvo con su Hijo hasta el final. Es así como, confiamos en su protección y pensamos que ella se desvela igual por salvar a sus hijos, no los condena y los ayuda a obtener la gracia del Señor. Ella ruega por nosotros, los pecadores, ahora y en la hora. Es así como todos los santos, nuestra madre la Virgen María, a imitación de  Jesucristo, han buscado, protegido, preparado y ha ayudado a corregir a los pecadores.

El Señor nos Bendiga

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Escrito en el año 2003

Charla presentada en el salón de mi parroquia, taller “Educando a la Familia Cristiana”

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 Los textos bíblicos, están extraídos de la Biblia de Jerusalén

Alguna opiniones están tomadas del Diccionario Teológico RAVASI

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