LA
ENVIDIA AL BANQUILLO Autor:
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant Hablando sobre la sabiduría, que viene de lo alto, Santiago comenta
en su carta: “Pero si tenéis en vuestro corazón amarga envidia y espíritu de
contienda, no os jactéis ni mintáis contra la verdad. Tal sabiduría no
desciende de lo alto, sino que es terrena, natural, demoníaca. Pues donde
existen envidias y espíritu de contienda, allí hay desconcierto y toda clase
de maldad”. (Santiago 3,14-17) En el Evangelio de Marcos, el Señor les
dice a sus discípulos que; “la envidia es una perversidad y que sale de
dentro y contaminan al hombre”.
(Marcos 7,22) Si sentimos tristeza, dolor o pesar por el
bien ajeno o si tenemos el deseo de algo que no se posee o sentimos rencor o
tristeza por la buena fortuna de alguien, junto con el deseo desordenado de
poseerla, estamos frente a uno de los siete pecados capitales, “La Envidia” La envidia, al igual que el amor, es un
sentimiento que ha acompañado al hombre desde el principio de sus días. Desde
el mismo momento en que la serpiente (culebra) envidiosa hizo que Eva
mordiera el fruto del árbol prohibido, el hombre ha sido envidioso y
envidiado, como también lo demuestra el triste caso de la envidia de Caín
sobre su hermano Abel. “Más por envidia del diablo entró la muerte en el
mundo, y la experimentan los que le pertenecen. (Sabiduría 2,24) Pero, ¿Qué es la envidia? Algunos la
definen como el sentimiento de pesar, de ira o de codicia, por el bien ajeno,
que lleva al envidioso a sentir gran cantidad de emociones negativas por la
persona envidiada. Hay quien la define como una conducta no asertiva
acompañada del miedo a la pérdida de afectos y de posesiones. Otros la
definen como una especie de ira pasiva. El trabajar muchas veces por algo que sabemos
que es justo, en especial si somos hombres de Dios y buscamos esforzarnos por
trabajar por el Reino de Dios, por la equidad y, por los valores que nos
enseñó Nuestro Señor Jesucristo, esta tarea, no produce necesariamente una
gran felicidad como algunas veces se piensa o esperamos, porque en algunas
ocasiones, esta tarea se convierte en una lucha del hombre contra el “hombre
envidia”, que ve en nuestra tarea que hacemos a diario, una competencia
despiadada, creándonos infelicidad y opresión. El sabio en el Eclesiastés,
comenta; “He visto que todo afán y todo éxito en una obra excita la envidia
del uno contra el otro.”
(Eclesiastés 4,4) He aquí, una
muestra demoniaca del envidioso, ya que no hay envidia y competencia que le
cause más preocupación al demonio, por lo que busca siempre sembrar la cizaña, que alguien
trabaje para el Señor y para una forma de vida evangélica. Como nos enseña
Jesús, el envidioso es un sembrador de cizaña, que crece junto al buen trigo,
pero los sembradores de; cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la
sembró es el Diablo; (Mateo 13,39) Cuando niño, escribí un cuento de tarea
escolar sobre la envidia, y como fue felicitado por el profesor, recuerdo de
un chico que me rompió el papel donde lo había escrito, por cierto, reconozco
que me sentí herido y hubiera preferido no se me hubiera felicitado. Esto es
parte de ese cuento: “Entonces salí a jugar con una pelota nueva y mi
queridos amigos estaban felices, pero mi vecino fue inmediatamente y trajo
otra pelota e invito a mis amigos a jugar con él, mis amigos me miraron con
cara de pregunta, yo les dije que bueno, entonces mi vecino se sonrío con burla. Siempre
hacia lo mismo, en cuanto veía a alguien con algo, el rápidamente buscaba
mostrar que él tenía algo mejor y si no lo tenía, él hacía unas increíbles
rabietas a su madre o intentaba romper o desprestigiar al que tenía lo
envidiado” (Fragmento del cuento “La
Pelota” de Pedro Donoso Brant) Lemos en el A.T., cuando el profeta Natán
quiso estimular el arrepentimiento del rey David, le contó la historia del
pobre que sólo poseía una oveja, a la que trataba como una hija, y del rico,
a pesar de sus numerosos rebaños, envidiaba al primero y acabó por robarle la
oveja (cf 2 S 12,1–4). La envidia puede conducir a las peores fechorías, como en el relato de Caín y Abel (cf Gn 4,3–7) o el Ajab, que se apropió de
la viña de Nabot después de asesinarlo (1 R 21,1–29). Dice Miguel de Unamuno: “La envidia es mil
veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual.” Friederich Nietzsche, en su libro "La
Genealogía de la Moral", define la envidia como el instinto de la
crueldad que revierte hacia atrás cuando ya no puede seguir desahogándose
hacia afuera. Con ella el alma humana se ha vuelto profunda y malvada, es la
fuente de la nueva valoración: el resentimiento, que se vuelve creador del
odio reprimido y la venganza, del débil e impotente. Es así, como acusamos a la envidia, de ser
causante de las mayores desigualdades entre los hombres, ella ha provocado
desordenes económicos y sociales. Somos testigos como la ambición y el deseo
de arrebatar lo que tienen los demás, amenaza sin cesar la paz que merecemos,
y está causando guerras inexplicables para el lógico razonamiento de
cualquier cristiano, que con mucho dolor se angustia por estos sucesos. Por tanto, como cristianos y discípulos de
Jesús, tenemos la obligación de no callar la verdad, desechar la mentira y
hacer ver a nuestro prójimo los engaños. Jesús, nunca dejó de hablar contra
la hipocresía y la envidia, seamos entonces buenos discípulos. Comencemos, ya
mismo poniendo la envidia en el banquillo con el fin de desterrarla de
nuestros corazones. Nuestro Catecismo Católico (2538), señala: “El décimo
mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia.” A muchos les gusta ocupar los primeros
puesto y sentirse más que los de atrás, pero mayor falta tiene aquel que se
siente envidioso por no estar delante. Entonces, nos damos cuenta que la
envidia produce un sentimiento de disgusto a quien la siente, le quita paz en
el corazón y es atrapado por el rencor consigo mismo por no lograr lo que
tiene otro. Es así como la envidia es entristecerse por
el bien ajeno. Es un mal desde todo punto de vista censurable. Es una
costumbre difícil de comprender, y nos aterroriza que nos atribuyan ser
poseedor de ese defecto. Por tanto, la envidia destruye el corazón de quien
la padece y por ende no puede gozar de la felicidad que debiera. El envidioso, no disfruta de la vida, por
estar pensando que su prójimo está disfrutando algo más que él. Pero lo más
triste, es el sufrimiento que siente por la felicidad ajena. El envidioso
desprecia el éxito de los demás, y está convencido que se las están quitando injustamente a él. Por eso, cuando
ve que otros admiran a alguien por que posee ciertas virtudes, su corazón
malo no descansa y busca cuanto motivo este a su alcance para hundirlo o
desprestigiarlo. “La envidia, los
juicios negativos sobre los demás se derivan del egoísmo y de una falsa
búsqueda de uno mismo” (Santiago 3,14 4,1ss). Por los labios del envidioso,
siempre está el desprestigio de los que se destacan, siempre están echando a
tierra a todo el que sobresale. Pero además, invita a los otros a pensar mal
del modo como ha tenido éxito cierta persona. Es así como el envidioso
critica duro y sin fundamento al que es admirado por alguna cualidad. “Malo es el de ojo
envidioso, que vuelve su rostro y desprecia a los demás”. (Eclesiástico 14,8) En el lenguaje del envidioso, siempre está
presente el subestimar al adversario y si pierde, se justifica como víctima
del robo del triunfo. Del mismo modo, que al que le ha ido bien en lo
económico, lo trata de ladrón. También en su lenguaje acusa maliciosamente de
interesado al que se ofrece para ayudar o hacer el bien El admirar a alguien, no es envidia si se
valora positivamente a la otra persona, y si destaca los bueno de sus
cualidades. Es así, como el remedio para superar la envidia, es ver en los
demás lo positivo que tienen. Es
preciso tener un corazón generoso, con capacidad de admirar a quien lo que
merece. En efecto, son muchas las cosas que podemos admirar en una persona, y
sentir amor por lo que esa persona hace. Es más confortable sentirse feliz
porque a otro le vaya bien, que amargar el corazón por su éxito. San Pablo
nos dice: "El amor es paciente, es servicial, el amor no tiene envidia,
(1 Cor 13, 4) No siempre nosotros seremos los mejores, no
siempre nos ira bien, pero no por ello
nos llenaremos de odio y rencor por lo bien que la va a otro. Es así como el
que el admira las cualidades de su prójimo, es un alma noble y quien se
entristece, tiene el corazón torcido por la envidia. La envidia, no se levantará del banquillo
de los acusado y estará por siempre ante el juez, que sanciona toda la
iniquidad que ella produce.
Pedro Sergio
Antonio Donoso Brant Los textos bíblicos, están extraídos de la
Biblia de Jerusalén Otros artículos relacionados: Publicado en mi
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