LA LÁGRIMA DE DIOS Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1.
LA
INTERVENCIÓN DE DIOS MEDIANTE EL MILAGRO Este relato, en la cual me he apoyado este
artículo, no es una ficción, es una experiencia personal de un amigo, y lo he
tomado con la autorización de él como testimonio. Dios, como Padre bueno,
manifiesta su bondad en sus hijos, lo que se traduce en el milagro de El en
los hombres. En la tradición cristiana y en toda su
literatura, el milagro está siempre presente, ocupa un lugar de relieve y en
su singularidad es reconocido como normal por los creyentes. Sin embargo, actualmente,
los muchos problemas planteados por la interpretación de los prodigios,
motivan una gran perplejidad, entonces parece ser que mucho ha perdido
interés por profundizar sobre la verdad de los milagros que raya en los
límites de la desconfianza. Parece como si el milagro y la profecía se
considerasen como cosas ingenuas e insostenibles, esto es por la arrogancia
de que hoy sabemos más y estos sucesos ya no están a la altura de las
exigencias culturales del hombre moderno y apoyado en la ciencia de estos
tiempos. No obstante, para una gran mayoría el
milagro sigue siendo una asombrosa demostración de la voluntad de Dios de
hacer maravillas en los hombres. Es así como el milagro puede definirse como
un hecho sensible, salvífico, que sorprende a cualquiera y supera las
posibilidades actuales del hombre, es interpretado como intervención de Dios,
que intenta hacer que el hombre mire a Dios y camine decididamente hacia él.
El amor reciproco de Dios por los hombres y de los hombres hacia Dios, con el
ojo de la fe, la mente atenta y el corazón dócil, nos hace percibir en el
milagro sensible a Dios como único Dios y como autor del milagro. Por tanto la
intervención de Dios mediante el milagro, es un acto de profunda fe en un
Dios trascendente, invisible, omnipotente y bueno, que es omnipresente,
operante, benéfico y salvador, particularmente con el hombre. 2.
UN
RELATO, UN TESTIMONIO CONMOVEDOR Un amigo me escribió narrándome un
testimonio conmovedor y me hace una pregunta. Mi amigo me expone en su carta:
“Cierto día, donde no había ninguna nube en el cielo, era intensa la claridad
del día y sin embargo no lograba ver, trataba de mirar hacia el futuro por si
allá era posible ver alguna salida a mis dificultades, y no veía nada, entonces
cerré los ojos y repasé en mí memoria uno por uno a mis amigos, por si podía
contar con alguien, al menos para que orasen conmigo, hasta que mí dolor
emocional comenzó a hacerse insoportable: En ese punto la desesperación era
también intensa, de tal modo que la angustia y el sufrimiento contaminaba mí
razón y anulaba en mí toda forma de pensar. Entonces traté de buscar una
solución en Dios, sin embargo, no lograba encontrar la fuerza positiva para
levantarme, ¿es que pedía mal?, así, comencé a sentir como las fuerzas
negativas, nutridas de los aspectos desfavorables y dañinos de las actitudes
de mí vida pasada, daban palos contra mí alma a fin de provocar un golpe de
gracia. Es así, como llegué a pensar en una
inesperada decisión influenciada por mí pesar y ya no quería vivir, y le dejé
mi destino a la razón ya atrapada por el sufrimiento, la que me sentenció que
debía aceptar morir. Así fue, como llegué a este punto de mí vida. Entonces
estuve junto a un desolado barranco a punto de cumplir la sentencia. Sin
embargo, en un instante acerqué mis manos al corazón, las apreté al pecho y
luego, las levanté hacia el cielo, cerré los ojos y sin esperar algo, sentí
sobre mi rostro la fuerza de una gota de agua, luego otra y otra, hasta que
llegaron a mis labios y gusté de su sabor. Entonces retrocedí un paso atrás, abrí los
ojos, y miré al cielo, pero no había ninguna nube, entonces me pregunté - ¿y
estas gotas sobre mi cara de dónde vienen? - Guardé silencio total, estaba
solo, pero me sentí acompañado, entonces nuevamente llegaron hasta mí otras
gotas, en ese minuto comprendí que alguien lloraba por mí,- ¿quién podría
ser?, y en el silencio pudo darme cuenta de que Dios sufría por lo que estaba
por hacer, pues la gotas sabían a amor de Padre que ama a su hijo. Le pregunto hermano; Pero ¿Él?, pero como
¿Él llorando?, ¿acaso Dios sufre por nosotros? 3.
SOMOS
UN MILAGRO DE DIOS Este testimonio motiva a reflexionar
profundamente la preocupación de Dios por sus hijos. Algunas personas
sostienen que Dios no padece, pero si se compadece, por tanto se conmueve con
el sufrimiento de los hombres. Reza el sabio; “Porque el Señor a su pueblo
hace justicia, y se compadece de sus siervos”. (Salmos 135). Para ratificar el salmo está
relato en las escrituras sagradas; “Jazael, rey de Aram, había oprimido a
Israel todos las días de Joacaz. Pero el Señor tuvo piedad y se compadeció de
ellos volviéndose a ellos” (2 Reyes 13, 22-23). El Evangelista San Juan,
relata y luego reitera que Jesús se conmovió interiormente. (Juan 11, 33.38) Los creyentes en Cristo, nos consideramos
verdaderos hijos de Dios. El mismo Jesús, nos enseñó que al dirigirnos a
Dios, digamos “Padre nuestro”. No obstante, somos seres humanos, pero somos
un milagro de Dios, por eso Él se compadece de nosotros si no actuamos como
Él nos hizo, porque nos hizo con amor, y amor es vida. Él nos hizo fuertes,
capaces, nos dotó de inteligencia, nos entregó dones y talentos, y tenemos
que buscarlos en nosotros, porque están en nosotros. Esas cualidades que nos
entregó Dios, nos harán entusiasmar, cuando tengamos un problema. Y frente a los problemas, cuando vemos que
nos hundimos en un mar de dificultades, ahí está la mano del Señor para
salvarnos, como a Pedro que comenzó a hundirse, gritó: “¡Señor, sálvame!” Al
punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró”
(Mateo 14, 30). Hay que entusiasmarse por la vida para
avanzar, hay que aceptarse, reconocerse, encontrarse, y así, entonces sentir
que todo lo que nos ha pasado, es para que comencemos una vida nueva, hay que
hacerse siempre nuevos propósitos, así vamos a reconquistar la felicidad, y nos
daremos cuenta que podremos conseguirla. Frente a las caídas, los fracasos o
situaciones dolorosas, no temamos nunca comenzar de nuevo, somos la creación
de Dios, y si aceptamos que es así, el camino hacia la felicidad lo encontraremos
pronto, porque al aceptar que somos un milagro de Dios, todo lo que enfrentemos
será superado. 4.
DIOS
SE CONMUEVE Aunque mentes brillantes traten de
convencernos de lo contrario, no hay ninguna duda, Dios se conmueve, eso lo
percibimos en Cristo, en Él se manifiesta no sólo el rostro de Dios, sino
también la perfección del hombre. Si profundizamos con detención en los
Evangelios, descubriremos a un Jesús conmovido ante Dios: "Se llenó de
gozo Jesús en el Espíritu y exclamó: 'Yo te bendigo Padre'". (Lucas
10,21) Ante los demás como en los casos de la viuda de Naím; “Al verla el Señor,
tuvo compasión de ella, y le dijo: No llores”. (Lucas 7,12), o en la muerte de Lázaro,
"se conmovió interiormente, se turbó….Jesús se echó a llorar”. (Juan 11,
3-35). En Getsemaní, sintió sus propios sufrimientos; “un ángel venido del
cielo que le confortaba. Y sumido en
agonía, insistía más en su oración.”
(Lucas 22, 43-44). En la Cruz, donde Cristo encarna la figura del
siervo de Dios, hombre de dolor, que lleva sobre sus espaldas los
sufrimientos de los hombres de la tierra, en fin, son muchos los fragmentos del
Evangelio donde se destaca a un Jesús solidario con el dolor de los hombres. En efecto, en Cristo, nosotros nos sentimos
comprendidos y queridos por Dios. Si alguno está cansado y agobiado, dice el
Señor; “Tomad sobre vosotros mi yugo”. Y es invitado a imitar sus
sentimientos; “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas.
(Mateo 11, 29). Así es, la piedad cristiana ha obtenido una fuente de
inspiración y consuelo en el corazón de Cristo. Los hombres cuando nos acercamos a Dios,
nos convencemos de su infinita misericordia, miremos a Moisés, un hombre que
se dirige a Dios y exclama "Dios, misericordioso y clemente, tardo a la
cólera, rico en piedad y fiel, que mantiene su amor por mil
generaciones" (Ex 34, 6-7). En el Nuevo Testamento, la imagen de Dios
está reflejada por toda la vida y la predicación de Jesucristo, que revela su
paternidad. Dios es Padre de Jesucristo, y así también de todos los hombres, Él
se preocupa de nosotros, se conmueve, se estremece y nosotros no podemos
olvidarnos de él. 5.
LO
IMPORTANTE EN CADA UNO DEBE SER EL AMOR POR LO DEMÁS Como en el caso de mí amigo, hay que
retirarse de los barrancos, porque el atentar contra sí, no es una elección
de vida, es algo que sucede cuando la desesperación y el dolor no nos
permiten ver los recursos que tenemos para afrontarlo, el recurso de la fe y
la oración. Desde niños nos enseñan nuestros padres diversas formas de
solucionar los problemas, pero el mejor estímulo para afrontar una situación
difícil, nos llega cuando nos acordamos que ahí está de Dios para ayudarnos. “porque ninguna cosa
es imposible para Dios”. (Lucas 1,37) Es así, como lo importante en cada uno debe
ser el amor por lo demás, que también es la preocupación por la vida de los
demás. De esta forma sabremos interpretar los síntomas tan usuales en los
hombres y acudir en su ayuda cuando más lo necesiten, por tanto estemos
atentos a las diversas situaciones que nuestro prójimo manifiesta para ir en
su auxilio. Debemos preocuparnos si observamos tristeza
persistente, eso de romper a llorar sin saber por qué, desesperación,
impotencia, sensación de negativismo, pesimismo, fatiga o pérdida de interés
en actividades comunes de cada uno. Alteración en los patrones de sueño y
alimentación, irritabilidad, eso de enojarse fácilmente por pequeñas cosas
que antes no molestaban, ansiedad, pánico, dificultad para concentrarse,
recordar o tomar decisiones, aislamiento incapacidad o falta de interés en
comunicarse. Estos signos, que pueden ser conscientes o inconscientes, son
muchas veces un grito de ayuda de una persona que no es capaz de expresar lo
mal que se está sintiendo. La presencia de estos signos no indica
necesariamente que quiere atentar contra su vida, pero conviene estar
atentos. Muchas veces oímos decir cosas como:
"todo el mundo estaría mejor sin mí"; "no importa; no estaré
aquí mucho tiempo más"; "lo sentirás cuando esté muerto".
Respecto a estas expresiones hay que tenerlas muy en cuenta y no
considerarlas sólo palabras sin sentido. Si nos damos cuenta de algún extraño
indicio de alguien, yo creo que lo mejor es preguntárselo, lo más seguro es
que le darás una oportunidad de hablar libremente, ya que el que esta ahogado
en algo siempre recibirá como un bello gesto que un amigo o un familiar le
escuche, esto puede ayudarle mucho. 6.
APRENDAMOS
A SENTIR LA PRESENCIA DE DIOS EN CADA ACTO DE NUESTRA VIDA Nos enseña el Señor, que en los momentos
tristes, hay que contar con Dios. Y les dice Jesús a sus amigos: “Mi alma
está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad. Y adelantándose un
poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora.
Y decía: ¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero
no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú”. (Marcos 14, 32), pero
también hay que contar con los amigos: “Viene entonces donde los discípulos y
los encuentra dormidos; y dice a Pedro: ¿Conque no habéis podido velar una
hora conmigo?” (Mateo 26, 40) En efecto, cuando alguien está en
dificultades, no lo dejemos solo, no nos quedemos dormidos. Escuchemos
atentamente lo que tenga que decirnos sin juzgarle. No tratemos de minimizar
sus problemas e intentemos ponernos en su lugar y entender lo que siente.
Recordemos que para esa persona que sufre, sus problemas son tan graves como
para preferir pensar en la muerte antes que seguir soportándolos. De la misma forma si estamos nosotros en
problemas, es bueno pensar en nuestras metas planeadas, nuestras esperanzas y
deseos para el futuro y sobre todas en esas personas que valoramos. Es bueno
hablar con las personas que son importantes para nosotros y comunicarse con
Dios, pedir su fortaleza. “Velad y orad, para que no caigáis en tentación;
que el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. (Mateo 26,41). Palabra del Señor. En efecto, nuestro amor por el Señor,
permitirá sanar nuestras heridas, no vamos a probarle a nadie nuestro amor si
lo hacemos llorar por nuestra muerte, pero si le permitimos entrar en nuestro
corazón, ese amor permanecerá toda nuestra vida a través del recuerdo de los
momentos felices, de aquellos que nos hacen sonreír, nuestra familia, hijos,
hermanos, amigos. Dios nos entregó esa facultad de elegir
nuestro camino, nuestra forma de vida, es así como es bueno elegir amar en
lugar de odiar, es mejor reír que llorar, hagamos hoy las cosas que nos son
necesarias, no la aplacemos, el amor por la vida es crecer y lo contrario es
consumirse, por eso siempre optemos por la vida y no la muerte. Aprendamos a sentir la presencia de Dios en
cada acto de nuestra vida, la veremos con más optimismo y por supuesto que
con esperanza. Dejemos atrás los temores, no tengamos sentimientos de
derrota, Dios está a nuestro lado desde siempre, llamémoslo, busquémoslo, no
vivamos sin Él, porque en un segundo sin Él, estaremos absolutamente
perdidos. No olvidemos a nuestra Santa Madre la
Virgen María, aún no he conocido hombre que haya dicho que no ha sido
atendido por sus oraciones, no olvidemos a nuestro hermano Jesús, su corazón
es cariñoso y comprensivo; “levantando la voz, dijeron: ¡Jesús, Maestro, ten
compasión de nosotros! (Lucas 17, 13) Y le dijo: Levántate
y vete; tu fe te ha salvado”. (Lucas
17,19). El
Señor nos Bendiga Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant Año
2001 Los textos bíblicos, están extraídos de la
Biblia de Jerusalén Otros
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