LOS
LAICOS Y SU VOCACION DE SANTIDAD Autor: Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant 1.
EL SEÑOR NOS HA LLAMADO Y NOS LLAMA A SER SANTOS "Sed, pues, santos porque yo soy santo. (Levítico 11,45). La imitación de Dios es la condición indispensable, el fiel tiene que ser santo porque su Dios es santo. “Santificaos y sed santos; porque yo soy el Señor, vuestro Dios, Guardad mis preceptos y cumplidlos. Yo soy el Señor, el que os santifico. (Levítico 20, 22), Sed, pues, santos para mí, porque yo, el Señor, soy santo, (Levítico 20,26), Este llamado del Señor, es para todos, nadie está excluido para disponerse a la santidad independiente de la actividad que realice o la posición jerárquica o social a la cual pertenece. Cada cual, estamos capacitados para dar frutos de santidad según el estado y condición a la que pertenecemos, casados, solteros, viudos, obreros, artesanos, empresarios, militares, religiosos, presbíteros, etc. Para ser santos, podemos elegir la vida contemplativa, conventual, religiosa, matrimonial, laboral, etc., cada cual y en cualquier lugar que nos encontremos, podemos y debemos aspirar a la vida perfecta. Cristo nos ha pedido; “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial. (Mateo 5, 48), El es perfecto porque es Dios, pero el hombre lo será ayudado por el mismo Dios y estará con nosotros siempre, y estará siempre recordándonos estas cosas. 2.
UN LAICO, EN SU VIDA, PUEDE SER MÁS SANTO QUE UN
SACERDOTE En la Audiencia del 24 de noviembre de 1993,
el Beato Juan Pablo II, expuso que; “Un laico que acepta generosamente la
caridad divina en su corazón y en su vida es más santo que un sacerdote o un
obispo que la aceptan de modo mediocre”. Ciertamente coincide con el
Evangelio cuando dice; “No todo el
que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el
que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día:
"Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos
demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" Y entonces les
declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de
iniquidad!" (Mateo 7, 21-29). El gozo de
comprender en la parábola donde se nos relata que “el Reino de los Cielos es
semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar
obreros para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al
día, los envió a su viña. (Mateo 20,
12), despliega
ante nuestra mirada la inmensidad de la viña del Señor y la multitud de
personas, hombres y mujeres, que son llamadas por Él y enviadas para que
tengan trabajo en ella. La viña es el mundo entero (cf. Mt 13, 38). "Id
también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo." (Mateo 20, 4), es un amplio llamado, que no
se dirige sólo a los Pastores, a los sacerdotes, a los religiosos y
religiosas, sino que se extiende a todos: también los fieles laicos son
llamados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión en favor de
la Iglesia y del mundo. (Christifideles Laici, 1.2) San Gregorio Magno, predicando a sus
fieles laicos, comenta de este modo la parábola de los obreros de la viña:
“Fijaos en vuestro modo de vivir, queridísimos hermanos, y comprobad si ya
sois obreros del Señor. Examine cada uno lo que hace y considere si trabaja en
la viña del Señor”. 3.
QUE SE ENTIENDE
POR LAICOS Para comprender que entiende la Iglesia
por laicos, la Constitución Dogmática Lumen Gentium (LG), Capitulo IV, “Los
Laicos”, nos expone que por el nombre de laicos se entiende aquí todos los
fieles cristianos, a excepción de los miembros que han recibido un orden
sagrado y los que viven en estado religioso reconocido por la Iglesia, es
decir, los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el
bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de
la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen, según sus
posibilidades, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el
mundo. (LG 31) Además (LG 31) nos expone que a los laicos
nos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y
ordenando, según Dios, los asuntos temporales. Vivimos en el siglo, es decir,
en todas y cada una de las actividades y profesiones, así como en las
condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia
está como entretejida. Allí estamos llamados por Dios a cumplir su propio
cometido, guiándonos por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la
levadura, contribuyamos desde dentro a la santificación del mundo y de este
modo descubran a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio
de nuestra vida, con nuestra fe, nuestra esperanza y caridad. 4.
"ID TAMBIÉN
VOSOTROS A MI VIÑA, Y OS DARÉ LO QUE SEA JUSTO." (Mateo 20, 4) Cifras para meditar. A continuación, un ejercicio sencillo de nuestra
realidad de católicos. Hoy día, 6.700 millones de habitantes que tiene
nuestro planeta tierra y de estos, 1.190 millones, es decir un 18%, se
declaran católicos. La iglesia tiene hoy aproximadamente 400.000 presbíteros,
es decir 0,33% del total de los católicos, o dicho de otra forma más o menos
1 presbíteros por cada 3.000 católicos. Otro dato, a modo de ejemplo,
Santiago de Chile, tiene aproximadamente 7 millones de habitantes, y asisten
de promedio en sus más de 200 parroquias, 105.000 fieles a misa los domingos,
Día del Señor, dicho de otro modo, 1,51 % de la población. Se estima que en
esta ciudad, hay mas o menos un presbítero por cada 17,500 habitantes. (Todos
los datos, son aproximados, y su propósito es dar un ejemplo, no una estadística). Estas cifras, no pueden dejarnos indiferentes, y tampoco podemos ser
egoístas con ellas, es decir cómodos y opinar, es lo que hay y punto, todo lo
contrario, el Señor nos llama a todos a ser Martas y Marías, en otra
palabras, atender su llamado en la acción, tarea ejercida con decisión, y a
la oración a los pies del Señor, pero no solo para que nos envíe vocaciones
sacerdotales, sino que además para que los católicos tomemos la decisión de
tener y promover vocaciones de laicos que pasen por el mundo haciendo el bien
y se decidan a andar por caminos de santidad, no es fácil, pero el Señor
nunca nos ha pedido algo imposible. Recordando nuevamente la parábola de la viña, en la Exhortación
apostólica del Papa Juan Pablo II sobre la vocación y la misión de los fieles
laicos en la Iglesia y en el mundo, nos dice que el fruto más valioso deseado
la Iglesia, es la acogida por parte de los fieles laicos del llamamiento de
Cristo a trabajar en su viña, a tomar parte activa, consciente y responsable
en la misión de la Iglesia en esta magnífica y dramática hora de la historia.
Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y
culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles
laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo
presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso.
Dice el Señor “Todavía salió a eso de las cinco de la tarde, vió otros que
estaban allí, y les dijo: "¿Por qué estáis aquí todo el día parados?"
Le respondieron: "Es que nadie nos ha contratado". Y él les dijo:
"Id también vosotros a mi viña" (Mt 20, 6-7). No hay lugar para el ocio: tanto es el
trabajo que a todos espera en la viña del Señor. (Christifideles
Laici, 3) 5.
EL APOSTOLADO DE LOS LAICOS Continuando con
la Constitución Dogmática Lumen Gentium (LG), Capitulo IV, acápite 32, nos
enseña que los laicos estamos congregados en el Pueblo
de Dios y constituidos en un solo Cuerpo de Cristo bajo una sola Cabeza
cualesquiera que seamos: “Pues a la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros y todos
los miembros no tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos
un solo cuerpo en Cristo y todos miembros los unos de los otros" (Rom.
12, 4-5) y que estamos
llamados, como miembros vivos, a procurar el crecimiento de la Iglesia y su
perenne santificación con todas sus fuerzas, recibidas por beneficio del
Creador y gracia del Redentor. El apostolado de los laicos es la participación en la misma misión
salvífica de la Iglesia y a él todos están destinados por el mismo Señor en
razón del bautismo y de la confirmación. Por los sacramentos, especialmente
por la Sagrada Eucaristía, se comunica y se nutre aquella caridad hacia Dios
y hacia los hombres, que es el alma de todo apostolado. Los laicos, estamos
llamados, particularmente, a hacer presente y operante a la Iglesia en los
lugares y condiciones donde ella no puede ser sal de la tierra si no es a
través de nosotros. Así, pues, todo laico, por los mismos dones que le han
sido conferidos, se convierte en testigo y al mismo tiempo en instrumento
vivo de la misión de la misma Iglesia "en la medida del don de
Cristo" (Ef., 4, 7). Además de este apostolado, que incumbe absolutamente a todos los
fieles, los laicos pueden también ser llamados de diversos modos a una
cooperación más inmediata con el apostolado de la Jerarquía, como aquellos
hombres y mujeres que ayudaban al apóstol Pablo en la evangelización,
trabajando mucho para el Señor (cf. Filp., 4, 3; Rom. 16, 3 s.). Por lo
demás, somos aptos para que la Jerarquía nos confíe el ejercicio de
determinados cargos eclesiásticos, ordenados a un fin espiritual. Es así, como a nosotros nos incumbe como laicos colaborar en la hermosa
empresa de que el divino designio de salvación alcance más y más a todos los
hombres de todos los tiempos y de toda la tierra. Y a los presbíteros les corresponde
abrirnos el camino por doquier para que, a la medida de nuestras fuerzas y de
las necesidades de los tiempos, participemos también celosamente, en la obra
salvadora de la Iglesia. 6.
ESTAMOS DESDE SIEMPRE LLAMADOS A LA SANTIDAD San Pedro, dirigiendo su carta a los que viven como extranjeros en la
Dispersión: en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos le
dice: “Como hijos obedientes, no os amoldéis a las
apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia, más bien, así como el
que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra
conducta, como dice la Escritura: Seréis santos, porque santo soy yo. (1 Pedro 1, 14-16) Luego de leer
esta Carta de Pedro, Juan Pablo II, expuso en la Audiencia del 24 de
noviembre de 1993, que la Iglesia es santa y todos sus miembros, es decir
todos nosotros, estamos llamados a la santidad. Y continua el Papa haciendo
ver, que nosotros como laicos participamos en la santidad de la Iglesia, al
ser miembros con pleno
derecho de la comunidad cristiana; y esta participación, que podríamos
definir ontológica, en la
santidad de la Iglesia, se traduce también para los laicos en un compromiso ético personal de santificación. En
esta capacidad y en esta vocación de santidad, todos los miembros de la
Iglesia somos iguales, lo dice San Pablo; “Pues todos sois hijos de Dios por
la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis
revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni
hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. (Gálatas 3, 16-28) Junto a los
anterior, para que no nos juzguemos menos por lo que hacemos o las posición
que tenemos como fieles, no aclaró el Beato Juan Pablo II, que el grado de
santidad personal no depende de la posición que se ocupa en la sociedad o en
la Iglesia, sino únicamente del grado de caridad que se vive, como también
nos enseña San Pablo; “Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos
los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para
trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos
mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me
aprovecha. (1 Corintios 13, 1-3) y luego, nos hace ver una realidad muy
importante en nuestra condición; “Un laico que acepta generosamente la
caridad divina en su corazón y en su vida es más santo que un sacerdote o un
obispo que la aceptan de modo mediocre.” 7.
LA PALABRA SANTO
Y LA SANTIDAD DE LA IGLESIA En su libro Introducción al Cristianismo,
el cardenal Joseph Ratzinger, explica que;
“La palabra "santo" no alude primariamente a la santidad en medio
de la perversidad humana. El Símbolo no llama a la Iglesia "santa"
porque todos y cada uno de sus miembros sean santos, es decir, personas
inmaculadas. Este es un sueño que ha renacido en todos los siglos, pero que
no tiene lugar alguno en el Símbolo, por tanto una Iglesia Santa, expresa el
anhelo perpetuo del hombre por que se le dé un cielo nuevo y una tierra
nueva, inaccesibles en este mundo. En realidad, las más duras críticas a la
Iglesia de nuestro tiempo nacen veladamente de este sueño; muchos se ven
defraudados, golpean fuertemente la puerta de la casa y tildan a la Iglesia
de mentirosa. “La santidad de la Iglesia consiste en el
poder por el que Dios obra la santidad en ella, dentro de la pecaminosidad
humana. Este es el signo característico de la "nueva alianza": En
Cristo Dios se ha unido a los hombres, se ha dejado atar por ellos. La nueva
alianza ya no se funda en el mutuo cumplimiento del pacto, sino que es un don
de Dios, una gracia, que permanece a pesar de la infidelidad humana. Es expresión
del amor de Dios que no se deja vencer por la incapacidad del hombre, sino
que siempre es bueno para él, lo asume continuamente como pecador, lo
transforma, lo santifica y lo ama”. “Por razón del don que nunca puede
retirarse, la Iglesia siempre es la santificada por él; santificación en la
que está presente entre los hombres la santidad del Señor. Lo que en ella
está presente y lo que elige en amor cada vez más paradójico las manos sucias
de los hombres como vasija de su presencia, es verdaderamente la santidad del
Señor. Es santidad que en cuanto santidad de Cristo brilla en medio de los
pecados de la Iglesia. Por eso la figura paradójica de la Iglesia en la que
las manos indignas nos presentan a menudo lo divino, en la que lo divino
siempre está presente sólo en forma de sin-embargo, es para los creyentes un
signo del sin-embargo del más grande amor de Dios.” Introducción al Cristianismo, Capitulo III, El Espíritu y La Iglesia 8.
LA SANTIDAD
CRISTIANA Regresando nuevamente al tema de la
Audiencia del 24 de noviembre de 1993, el Beato Juan Pablo II, expuso que;
“la santidad cristiana tiene su raíz en la adhesión a Cristo por medio de la
fe y del bautismo. Este sacramento es la fuente de la comunión eclesial en la
santidad”. Es lo que pone de relieve el texto paulino: “Un solo Señor, una
sola fe, un solo bautismo” (Efesios 4,5), citado por el concilio Vaticano II,
que de ahí deduce la afirmación sobre la comunión que vincula a los
cristianos en Cristo y en la Iglesia (LG 32). En esta participación en la vida
de Cristo mediante el bautismo se injerta la santidad ontológica, (real y
existente) eclesiológica (por la esencia y el desarrollo histórico de la
Iglesia) y ética de todo creyente, sea este sacerdote (Presbítero u Obispo) o
laico, aunque que no haya tenido mas instrucción religiosa que un breve
catecismo. Además nos recuerda el Beato Juan Pablo
II, que el Concilio afirma: “Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no
en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y
justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento
de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y,
por lo mismo, realmente santos” (LG 40). Porque la santidad es pertenencia a
Dios, y esta pertenencia se realiza en el bautismo, cuando Cristo toma
posesión del ser humano para hacerlo “partícipe de la naturaleza divina”,
como se confronta en la lectura del apóstol Pedro; “por medio de las cuales
nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas
os hicierais partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que
hay en el mundo por la concupiscencia”. (2 Pedro 1,4). Cristo se convierte
así de verdad, como se ha dicho, en vida
del alma. El carácter sacramental impreso en el hombre por el bautismo
es el signo y el vínculo de la consagración a Dios. Por eso san Pablo
hablando de los bautizados los llama “los santos”; “a todos los amados de
Dios…..santos por vocación” (Romanos 1,7) 9.
TODOS DEBEN
VIVIR “COMO CONVIENE A LOS SANTOS” Continúa la reflexión del Beato Juan Pablo
II: Pero, como hemos dicho, de esta santidad ontológica brota el compromiso
de la santidad ética. Como dice el Concilio, “es necesario que todos, con la
ayuda de Dios, conserven y perfeccionen en su vida la santificación que
recibieron” (LG 40). Todos deben tender a la santidad, porque ya tienen en sí
mismos el germen; deben desarrollar esa santidad que se les ha concedido.
Todos deben vivir “como conviene a los santos”, como escribe San Pablo; “toda
impureza o codicia, ni siquiera se mencione entre vosotros, como conviene a
los santos”. (Efesios 5,3) y
revestirse, “Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de
entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, (Colosenses 3,12). La santidad que poseen no les libra de las
tentaciones ni de las culpas, porque en los bautizados sigue existiendo la
fragilidad de la naturaleza humana en la vida presente. El concilio de Trento
enseña, al respecto que nadie puede evitar durante toda su vida el pecado
incluso venial, sin un privilegio especial de Dios, como la Iglesia cree que
acaeció con la santísima Virgen; “por privilegio especial de Dios, como de la
bienaventurada Virgen lo enseña la Iglesia” (Denzinger 833 Can. 23). Eso nos
impulsa a orar para obtener del Señor una gracia siempre nueva, la
perseverancia en el bien y el perdón de los pecados: “perdónanos nuestras
ofensas, así como nosotros hemos perdonado a los que nos ofenden (Mateo 6,12) 10. LLAMADO A
LA PERFECION POR LA CARIDAD Según el Concilio (Vaticano II), todos los
seguidores de Cristo, incluidos los laicos, están llamados a la perfección de
la caridad (LG 40). Es así como Juan Pablo II nos explica que “la tendencia a
la perfección no es privilegio de algunos, sino compromiso de todos los
miembros de la Iglesia. Y compromiso por la perfección cristiana significa
camino perseverante hacia la santidad. Como dice el Concilio, “el divino
Maestro y modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y cada
uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de
vida, de la que él es iniciador y consumador: "Vosotros, pues, sed
perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial. (Mateo 5,48) Por ello, nosotros; “todos los fieles, de
cualquier estado o condición, estamos llamados a la plenitud de la vida
cristiana y a la perfección de la caridad”. Precisamente gracias a la
santificación de cada uno se introduce una nueva perfección humana en la
sociedad terrena: como decía la sierva de Dios Isabel Leseur, (francesa y una
de las figuras más preclaras de la espiritualidad laical dominicana de
principios del XX), “toda alma que se eleva consigo el mundo”. EL Concilio
enseña que “esta santidad suscita un nivel de vida más humano, incluso en la
sociedad terrena” 11.
EL CAMINO DE
SANTIDAD PARA LOS LAICOS CRISTIANOS También el concilio Vaticano II dice que
“una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y
ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios” (LG 41). Así
recuerda el camino de santidad para los obispos, los sacerdotes, los
diáconos, los religiosos que aspiran a convertirse en ministros de Cristo, y
“aquellos laicos elegidos por Dios que son llamados por el obispo para que se
entreguen por completo a las tareas apostólicas” (ib.). Pero de forma más expresa considera el camino de
santidad para los laicos cristianos comprometidos en el matrimonio: “Los
esposos y padres cristianos, siguiendo su propio camino, mediante la
fidelidad en el amor, deben sostenerse mutuamente en la gracia a lo largo de
toda la vida e inculcar la doctrina cristiana y las virtudes evangélicas a
los hijos amorosamente recibidos de Dios. De esta manera ofrecen a todos el
ejemplo de un incansable y generoso amor, contribuyen al establecimiento de
la fraternidad en la caridad y se constituyen en testigos y colaboradores de
la fecundidad de la madre Iglesia, como símbolo y participación de aquel amor
con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a sí mismo por ella” (ib.). Y completa la idea el Papa Juan Pablo II;
“Lo mismo se puede y debe decir de las personas que viven solas, o por libre
elección o por acontecimientos y circunstancias particulares: como los
célibes o las núbiles, los viudos y las viudas, los separados y los alejados.
Para todos vale la llamada divina a la santidad, realizada en forma de
caridad. Y lo mismo se puede y debe decir, como afirma el Sínodo de Por todo lo anterior, son muchos, por
consiguiente, los aspectos y las formas de la santidad cristiana que están al
alcance de todos nosotros, los laicos, en sus diversas condiciones de vida,
en las que estamos llamados a imitar a Cristo, y podemos recibir de él la
gracia necesaria para cumplir su misión en el mundo. Todos estamos invitados por
Dios a recorrer el camino de la santidad y a atraer hacia este camino a
nuestros amigos y compañeros de vida y de trabajo en el mundo de las cosas
temporales. El
Señor nos bendiga y nos ayude en éste caminar Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant Mayo 2012 Fuente
de este artículo y sus comentarios. Para redactar este articulo, sobre la vocación de
los laicos a la santidad me he basado en los documentos siguientes: Reflexión sobre la vocación de los laicos a la
santidad del Beato Papa Juan Pablo II en la Audiencia del miércoles 24 de
noviembre de 1993 Libro Introducción al Cristianismo, el cardenal
Joseph Ratzinger Christifideles Laici, Exhortación apostólica del
Papa Juan Pablo II sobre la Vocación y la misión de los fieles laicos en la
Iglesia y en el Mundo Textos de la Biblia Nácar-Colunga, (SBNC) y/o
Biblia de Jerusalén (SBJ) Fotografía procesión Parroquia Nuestra Señora del
Carmen, Ñuñoa, Santiago de Chile Publicado en mí pagina WEB www.caminando-con-jesus.org en
este link. CRONICAS Y
COMENTARIOS Otras artículos para reflexionar en mí pagina WEB www.caminando-con-jesus.org
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