RENCOR, TRISTEZA DE MAL SABOR “Sea cual fuere su agravio, no guardes
rencor al prójimo, y no hagas nada en un arrebato de violencia”.
(Eclesiástico 10,6) Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1.
EL RENCOR El rencor, hermano del resentimiento y la
antipatía, es un sentimiento de enojo por algo pasado, es una tristeza
rancia, de mal sabor, como cuando algo adquiere un olor más fuerte de lo
habitual con el paso del tiempo. Un buen cristiano, debe hacer todo los
intentos para superar esta exacerbación, que impulsa al hombre al arrebato y
la violencia. Nos ha dicho nuestro Señor Jesucristo; “Les
dejo la paz, mi paz les doy; no la doy como la da el mundo. No se turbe
vuestro corazón ni se acobarde. (Juan 14,27), y luego nos agrega; “Les he
dicho estas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulación.
Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo”.
(Juan 16,33). Y nos ha dicho estas cosas para que tengamos paz con
todo, y así tener paz con El, en especial, cuando vamos a vivir en El en la
celebración dominical, porque se debe saber que con sentimientos de rencor,
no somos dignos para recibir en la Eucaristía su Cuerpo y no es posible
unirnos en mayor intimidad con Él si nos supera este triste y miserable
sentimiento de antipatía. Tampoco podemos reunirnos en nombre de
Cristo, si no hemos sabido vivir como verdaderos hermanos y hay entre
nosotros egoísmo, orgullo, si hemos ofendido a alguien y estamos dominados
por la pasión vergonzosa del rencor. Es necesario deplorar, lamentar y sentir
profundamente este estado de rencor. Cada vez que sintamos este sentimiento,
debemos reflexionar sobre la base que es amargura para el alma y por tanto, lo
es para la morada predilecta del Señor, el corazón de los hombres. No basta con pedir perdón, no es suficiente
con disculparse, es necesario evitar la perturbación que nos produce. Este es
un sentimiento negativo, que poco a poco va alimentando de odiosidad a
nuestro corazón, y aflige al alma. También tenemos que pensar en el efecto que
produce en los demás, porque el rencor siempre causa daño al prójimo. Pero lo
más grave, es el resentimiento que nos produce, al invitar maliciosamente a
la venganza. Entonces, cuando nos hayamos sentido
ofendidos, y nos pidan una disculpa, apaguemos el fuego del enojo y
esparzamos las cenizas al viento. Asimismo, si nosotros debemos disculparnos,
corresponde hacerlo con la convicción de que no podemos quedarnos con los
malos pensamientos que nos causaron. El recordar las ofensas, quiere decir
que no hemos perdonado, que no hemos luchado por acabar con el resentimiento
y no hemos sabido orar con devoción: Padre, “perdona nuestra ofensas, como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden” 2.
Dar el ejemplo Los hombres y mujeres que nos reconocemos
como hijos de Dios y hermanos en Cristo, tenemos que hacer una vida donde en
todos los aspectos de nuestra existencia este presente una actitud que se
distancie de cualquier venganza y rencor por nuestros semejantes. “Miren cómo
se aman", expresaba Tertuliano, (apologético 39), para hablar de los
primeros cristianos, ya que el distintivo de ellos era el amor. En efecto,
para que sea creíble nuestra fe, tenemos que mostrar muchos gestos de amor
fraternal, esto es, dar muchos ejemplos, en especial a los que son más
cercanos a nosotros, por tanto, tenemos que respetar a nuestros padres,
desaprobar los ídolos, tenemos que pensar en los pobres y necesitados, querer
a los ancianos, no robar, no defraudar, no mentir, respetar al sordo, al
ciego y al invalido, y podríamos agregar una larga lista de actitudes hacia
el prójimo. "No guardarás odio a tu hermano, antes bien lo corregirás
para no hacerte cómplice de su pecado. No serás vengativo ni guardarás rencor
hacia tus conciudadanos. Amarás a tu prójimo como a ti mismo: yo, el Señor,
vuestro Dios" (Levíticos 19,17-18). Y para ratificar más aún que debemos dar el
ejemplo, nos dice el Señor; “Ustedes son la sal de la tierra. Mas si la sal
se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser
tirada afuera y pisoteada por los hombres. Ustedes son la luz del
mundo….Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras
buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. (Mateo,
5, 13-16) 3.
Somos seres tan humanos, que en cualquier momento podemos sentir
rencor El rencor no sólo nos debe causar tristeza
si lo sentimos nosotros, también si lo siente un hermano por nosotros, es
decir, no debemos ser indiferente frente a esa situación. Tampoco debemos
alegrarnos por los resentimientos que otros sienten por alguno de nuestros
hermanos, porque este sentimiento se volverá a nosotros como sentimiento de
maldad. Al contrario, si sabemos de actitudes que producen enemistades por
las fatídicas murmuraciones y que dañan la convivencia, es nuestra obligación
hacer un llamado de atención a quien la práctica, no haciéndose cómplice ni
de oídos, ni de hechos. El mismo Señor nos lo pide. “Cuídense de ustedes
mismos. Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si
peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo:
"Me arrepiento", le perdonarás”. (Lucas 17,3-4) En efecto, el amor al prójimo, es sentirse
contento por el bien del hermano y está implícito el hacer que él se sienta
contento. Somos seres tan humanos, que en cualquier
momento podemos sentir rencor por una determinada situación, pero no dejemos
de estar conscientes que esa pasión nos daña el interior y que se puede
transformar en una granada, que al estallar lanzará esquirlas de odiosidad. 4.
Entonces ¿qué hacer? No guardemos el veneno del rencor en
nuestro interior, que nos pone rancia y de mal sabor el alma. Si alguien recibe una ofensa de otro, debe
intentar la reconciliación, así, encontrará paz y dará paz. La misma paz que
nos dejó Jesús. “Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me
haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Le dice Jesús: No te digo hasta siete
veces, sino hasta setenta veces siete”. (Mateo 18,21) Ayudarse con la Palabra. La palabra de amor
del Señor Jesús, vence la palabra de rencor y molestia, la palabra de Cristo,
es la fuerza que amansa, mitiga y hace más suave lo insoportable. La oración
que nace en el corazón bueno, no se deja perturbar por la excitación del
rencor. A ella debemos recurrir, porque todo resulta mejor con la ayuda del
Señor. Ayuda, para cuando nos sintamos heridos, ser capaces del diálogo para
hacerle saber con prontitud a la persona que nos haya causado este
resentimiento con serenidad. Auxilio para no permitir que se acumulen en
nuestro corazón las ofensas, los agravios y malos entendidos y para que con
un corazón dominado por la paz podamos solucionarlo. Este auxilio llega con
la oración por nosotros mismos y por nuestros hermanos. Pidamos en ella tener
inclinaciones naturales de compasión. Pidamos también, recibir las virtudes
de la caridad, solicitemos ser humildes y fuerza interior para humillarnos a
Él, para que todo sentimiento negativo nos abandone. Descubramos en los evangelios, esto es
descubramos con Cristo, la misericordia de Dios. Empapemos nuestro corazón de
la caridad que nos distingue como cristianos. El amor es la gran fuerza para
desterrar las pasiones de rencor. El mayor enemigo del amor, es el egoísmo y
el rencor del hombre, ambos producen sentimientos de venganza. En efecto, podemos seguir comentando sobre
los nocivos efectos del rencor, pero es mejor preocuparnos de cuál es el
remedio que le pone fin. Este es, el perdón, el mismo que nos propone Jesús
en los evangelios. Quien perdona, es porque conoce del amor y ama. ¿Cuántas
veces habremos de perdonar? Cuando el Señor nos dice que “hasta setenta veces
siete”, nos está diciendo algo extremadamente importante, “siempre”. El Señor, nuestro Dios, es “Clemente y
compasivo, tardo a la cólera y lleno de amor; no se querella eternamente ni
para siempre guarda su rencor” (salmo 103,9) El
Señor nos Bendiga Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant Los textos bíblicos, están extraídos de la
Biblia de Jerusalén Alguna
opiniones están tomadas del Diccionario Teológico RAVASI Otros
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