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“Sinceridad”

“Los labios sinceros permanecen por siempre, la lengua mentirosa dura un instante” (Proverbios 12, 9)

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


1.    Sinceridad, decir la verdad con naturalidad y franqueza

Con la sinceridad que supone la pregunta, se queja con franqueza Marta al Señor de que María no la ayude en la preparación de la comida y le pide que la mande a ayudarla. La respuesta de Cristo tiene con ella el mismo tono de sinceridad y familiaridad al repetir con afabilidad su nombre dos veces. “Marta, Marta”, pero le da la gran lección: “te preocupas y te agitas por muchas cosas”, pero “y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola” (Lucas 10, 41-42).

Sinceridad, decir la verdad con naturalidad y franqueza, de modo claro, sin rodeos, no existe otra manera de ser honesto consigo mismo y con nuestra fe. Ciertamente, la verdad debe decirse con un carácter afable, no es necesario hablar con dureza para ser francos, hay que tener dominio de sí mismo, de este modo, la sinceridad se manifiesta con la nobleza del corazón.

Cuando decimos las cosas con nobleza y sinceridad, nos sentimos más felices, y en paz con nuestra conciencia. El ideal del hombre que quiere ser apóstol eficaz es llegar a todos sus hermanos con una forma de vida de muchas cualidades humanas aprendidas de las enseñanzas evangélicas, esto es corazón manso, sencillo, noble, humano, compasivo y generoso. Así como nos lo pide el Señor; “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11,29). Todo esto debe ir acompañado de una conciencia recta, una actitud social impecable y una voluntad inflexible, decidida, firme y perseverante. Es así, como nos corresponde vivir. Si somos hombres de convicciones profundas, seguras y fundadas en razón o en fe, no vamos a cambiar nuestra sinceridad y/o nuestra actitud y forma de vida por cualquier circunstancia o porque el viento sopla en otra dirección.

Dice nuestro Señor Jesucristo; “Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano” (Mateo 18,15). Esto es, nos convenga o nos resulte antipático, todas las cosas son como son y las hemos de mantener por encima de todo. Es decir, la verdad es la verdad y la hemos de ejercer y profesar siempre, con un ideal apasionadísimo a la verdad, protegida siempre por la prudencia y la caridad. En efecto, lo que no es bueno, no lo es ni para uno ni para ninguno, y lo que no es correcto, no lo es, aunque lo haga el más íntimos de nuestros amigos, y estas cosas, deben plantearse, pero conservando la cordialidad y cortesía.

2.    SAN PABLO, la sinceridad de los hechos y la verdad

Como conclusión al punto anterior, considerando el llamado de San Pablo, de “revestirse del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad”. (Efesio 4, 24), nos viene bien la recomendación que sigue; “Por tanto, desechando la mentira, hablad con verdad (sinceridad de los hechos) cada cual con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros”. (Efesios 4,25). En Pablo, más que en ninguna otra parte del Nuevo Testamento, la noción de verdad es importantísima; “Digo la verdad en Cristo, no miento, - mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo”. (Romanos 9,1) El apóstol se sirve de ella en el sentido de sinceridad, así lo escribe a los corintios; “Antes bien, así como os hemos dicho siempre la verdad”. (2Corintios 7,14) y más adelante escribe; “¡Por la verdad de Cristo que está en mí!, que esta gloria no me será arrebatada” 2Corintios 11,10), y luego; “Si pretendiera gloriarme no haría el presumido, diría la verdad. Pero me abstengo de ello. No sea que alguien se forme de mí una idea superior a lo que en mí ve u oye de mí”. (2Corintios 12,6),

“¡Corintios!, os hemos hablado con toda sinceridad; nuestro corazón se ha abierto de par en par”  (2 Corintios 6, 11). Ser sinceros, veraces, diciendo la verdad, extremadamente bíblica es la fórmula "la verdad de Dios" para designar la fidelidad de Dios a sus promesas; “¡De ningún modo! Si no, ¿cómo juzgará Dios al mundo? Pero si con mi mentira sale ganando la verdad de Dios para gloria suya ¿por qué razón soy también yo todavía juzgado como pecador?” (Romanos 3,7) “Pues ¿qué? Si algunos de ellos fueron infieles ¿frustrará, por ventura, su infidelidad la fidelidad de Dios? ¡De ningún modo! Dios tiene que ser veraz y todo hombre mentiroso, como dice la Escritura: Para que seas justificado en tus palabras y triunfes al ser juzgado”. (Romanos 3,3). Las promesas de Dios fiel tienen su "sí" en Cristo; igualmente la sinceridad de los hechos y la realidad, en el sentido de verdad moral, de rectitud: opuesta a la injusticia; “Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad” (Efesios 5,9), caracteriza el comportamiento que el Apóstol Pablo espera de sus cristianos; “de la cual fuisteis ya instruidos por la Palabra de la verdad, el Evangelio, que llegó hasta vosotros, y fructifica y crece entre vosotros lo mismo que en todo el mundo, desde el día en que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en la verdad” (Colosenses 1,6) El juicio de Dios se caracterizará también por la verdad, esto es la sinceridad de los hechos y la justicia; “sabemos que el juicio de Dios es según verdad contra los que obran semejantes cosas. Y ¿te figuras, tú que juzgas a los que cometen tales cosas y las cometes tú mismo, que escaparás al juicio de Dios?” (Romanos 2,2).

3.    Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa nada el qué dirán

Jesús, se dirigía con mucha sinceridad y sencillez, a todos los que venían con honestas y buenas intenciones, nos lo muestra la petición que le hace a la samaritana “Créeme, mujer” (Juan 4,21). Mientras los judíos le decían: “¿Hasta cuándo nos vas a tener suspensos? Si eres el Cristo, porque no lo dices” (Juan 10, 24), el Señor sabiendo sus intenciones nada les respondió claramente. En cambio a la samaritana abiertamente le declara que Él es el Cristo. El Señor hace esto con ella, porque vio honestidad de corazón y porque estaba en mejores disposiciones que los judíos. Sabemos bien, que los judíos no preguntaban para saber, sino siempre para infamarlo. Al contrario, la samaritana hablaba con sencillez y sinceridad, como quedó claro por lo que luego hizo. Oyó, creyó y atrajo a otros a creer; y en todo se ve la buena actitud y la fe de esta mujer.

La sinceridad y la verdad del Señor, era asombrosa, la gente encontraba profundas diferencias entre Jesús y los escribas, así lo expresa el Evangelio; “Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Marcos 1,22). Esta impresión de la gente común encuentra una confirmación en las palabras de los fariseos que le interrogan sobre el pago del tributo a los romanos: “Vienen y le dicen: Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa por nadie, (lo que otros opinen) porque no miras la condición de las personas, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios” (Marcos 12,14). Se puede deducir, la diferencia que había entre el modo sincero y franco de Jesús para con todos y mientras éstos transmitían las enseñanzas de los doctores que les habían precedido, Jesús anunciaba con franqueza y autoridad propia la voluntad de Dios.

Pero los evangelios nos hablan además y sobre todo de la amistad sincera y sólida de Jesús y de sus discípulos con expresiones muy elocuentes, especialmente en los últimos capítulos del Evangelio de San Juan. En efecto, Juan presenta a Jesús tratando de este tema en sus discursos de la última cena, y piensa en el maestro como modelo de la amistad sincera, profunda y concreta que llega hasta el don de la vida: "Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Juan, 14-15). En el cuarto evangelio se presentan igualmente otros ejemplos de sincera y verdadera amistad hacia Jesús: Simón Pedro amó realmente a su maestro y pudo declarar con sinceridad que estaba dispuesto al martirio por él, aunque presumiendo de sus fuerzas, ya que llegó a renegar de Cristo (Cfr. Juan 13,37s). Pedro, después de la resurrección de Jesús, confesó con humildad y verdad su amor profundo y sincero por el Señor (Cfr. Juan 21,15ss). A pesar de la debilidad de su traición, le preguntan a Pedro; “¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?. Y le responde; No lo soy.” (Juan 18,17), no obstante, Pedro acudió inmediatamente a la tumba del Señor en la mañana de pascua, cuando le informaron del supuesto robo de su cuerpo (Cfr. Jn 20,2ss).

4.    Ser persona de convicciones

No es fácil, pero ser personas de convicciones en medio de una generación donde encontramos personas deshonestas, chaqueteras, como los camaleones que adoptan el color que les conviene o se arriman al sol que más calienta. Pero frente a esto, necesitamos que predomine siempre la razón sobre el corazón, de tal modo que podamos decir las palabras convenientes y no las que halaguen o para que nos halaguen.

Ciertamente, sabemos de muchas personas que viven deseosas de causar buena impresión frente a los demás, y hacen todo lo posible para que  se los tenga en mayor estima, y para que se cumpla esto, prefieren callar lo que deben decir o prefieren no hablar lo que deberían y lo que les correspondería decir cómo cristianos. Surge entonces la necesidad de presentar el mensaje cristiano de una forma nueva que logre crear convicciones profundas y personales, honestas y sinceras, donde no se oculte la verdad y al mismo tiempo proponga modelos de comportamiento adecuados a las situaciones siempre nuevas de la vida y seamos capaces de convivir con nuevas realidades, pero siempre con la verdad. Por tanto, si hay algo que no nos parece bien, porque no es parte del vivir como Cristo nos ha enseñado, no forma el ideal de moral que nos propone la fe, digámoslo con la fuerza que nos da el estar convencido de nuestra fe. Sea vuestro lenguaje: "Sí, sí"; "no, no" dice el Señor. (Mateo 5, 37)

Todo esto, porque nos importa mucho que por nuestra acción todos sean buenas personas, más santos y todos vivan más plenamente la fe y practiquen más las virtudes y si está de nuestra mano, ayudemos con nuestros consejos y con nuestra entereza a que los que se han decidido seguir a Cristo, vivan mejor la caridad, la vocación, la moral y la vida cristiana.

Estamos conscientes, que ser sincero es ser franco, veraz y digno de confianza, cuando atesoramos esta virtud, los demás saben que pueden contar con alguien que no le  mentirá ni lo engañará. Charles Dickens (1812-1870), escritor británico, sentencia: “No está en mi naturaleza ocultar nada. No puedo cerrar mis labios cuando he abierto mi corazón”. Y si alguien se nos muestra amigable, la sinceridad consiste en ser amigo de verdad, no por razones misteriosas, sino porque deseamos ser verdaderos amigos, porque cuando hay sinceridad, se puede confiar en que las cosas son lo que parecen. Por tanto, la sinceridad es decir la verdad sin que afecten las consecuencias. “Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa por nadie”, (Marcos 12,14), esto es, ser veraz incluso si conlleva admitir una verdad que nos cuesta reconocer o que defraude a alguien. Sinceridad es también no jactarse para impresionar a los demás. La sinceridad es la sencillez del corazón, la claridad de las palabras, la naturalidad de todas nuestras expresiones.

El Señor nos Bendiga

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


Fuente de este artículo y sus comentarios.

Textos de la Biblia Nácar-Colunga, (SBNC) y/o Biblia de Jerusalén (SBJ)

Diccionario Teológico Ravasi

Febrero 2014


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