EL MAESTRO JESUS

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Comentarios, Estudios y Reflexiones del Evangelio Contemplado

 

 

 

CAPITULO LIII

 

Final desastroso de Judas, Mt 27:3-10 (Act 1:18-19).

3 Viendo entonces Judas, el que le había entregado, cómo era condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los príncipes de los sacerdo-tes y ancianos, 4 diciendo: He pecado entregando sangre inocente. Dijeron ellos: ¿A nosotros qué? Viéraslo tú. 5 Y, arrojando las monedas de plata en el templo, se retiró, fue y se ahorcó. 6 Los príncipes de los sacerdotes tomaron las monedas de plata y dijeron: No es lícito echarlas al tesoro, pues son precio de sangre. 7 Y resolvieron en consejo comprar con ellas el campo del Alfarero para sepultura de peregrinos. 8 Por eso aquel campo se llamó “Campo de Sangre” hasta el día de hoy. 9 Entonces se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: “Y tomaron treinta piezas de plata, el precio en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los hi-jos de Israel, 10 y las dieron por el campo del alfarero, como el Señor me lo había ordenado.”

Solamente Mateo, de los evangelistas, narra este episodio. Y lo intercala aquí, probablemente por un procedimiento de “eliminación,” para seguir después mejor el “cursus” del proceso y muerte de Jesús. La misma fórmula introductoria “entonces,” de usual vaga ligazón en Mateo, lo indica.

Este proceso de cambio en Judas sucedió cuando Jesús fue “condenado.” El texto pone que se “arrepintió”, se le mudó el ánimo. No podría negarse que Judas, en un primer momento, pudiese tener un verdadero arrepentimiento, pues el verbo puede expresarlo. Pero el arrepentimiento verdadero da otros frutos. Es muy frecuente en los criminales apercibirse de su crimen después de consumado éste.

Como un primer fruto de este arrepentimiento, tomó los 30 siclos, y, yendo al templo, se dirigió “a los príncipes de los sacerdotes y ancianos.” Acaso se dirigió a un grupo de estos sanedritas. Este hecho de protestar la inocencia de Jesús y luego arrojar los 30 siclos sugiere fuertemente que Judas quiere deshacer la ejecución del mismo. Pero no encontró en aquéllos más que el mayor sarcasmo, echándole la culpa a él: “¿A nosotros qué? Viéraslo tú.” Fórmula usual de rechazo. El contraste de esta respuesta, en que no se hace aprecio de la venta traidora que se hizo de Jesús, para repararla, resalta más fuertemente al compararlo con la legislación ideal judía, que para protección y garantía de los reos establecía la protesta o apelación hasta en el mismo camino del suplicio.

Entonces Judas, desesperado, arrojó en el pavimento del templo aquellos 30 siclos. Esto fue en el lugar donde se encontró con ellos, y como una protesta, plástica y auténtica, del contrato de la venta de Jesús.

Mateo narra, en su forma sintética, que, saliendo de allí, se “ahorcó.” Pudo ser en aquel momento de desesperación, o días después, en un “crescendo” de remordimiento. En los Hechos de los Apóstoles (cf. Sab 4:19) se hace una pintura colorista y deliberadamente trágica de su muerte, para acusar así la infamia de su acción (Hech. 1:18).

Los príncipes de los sacerdotes hicieron recoger aquellas monedas. Pero no se podían poner en el tesoro (qorbana) del templo, donde se guardaban las ofrendas. El motivo es que eran “precio de sangre.” Y acordaron en consejo comprar con ellas “el campo del Alfarero para sepultura de los peregrinos.” Estos peregrinos son indudablemente, para los judíos, los de la diáspora, ya que para los gentiles era la autoridad romana la que tenía que ocuparse de ello.

El evangelio dice que por eso se llamó aquel campo “Campo de la Sangre” (haqel = campo; dema' = sangre). Parecería que lo hubiese sido por ahorcarse allí Judas. Pero en los Hechos de los Apóstoles se da otra razón: Judas “adquirió un campo con el precio de su iniquidad.” Lo fue, pues, por haberse comprado con el precio de la venta de Jesús, que era “precio de sangre.” El hecho de la compra así de este cementerio tuvo gran divulgación en las primeras comunidades cristianas.

Con ello se ve el cumplimiento de una profecía. Los rabinos veían sentidos múltiples en la Escritura. Así, este cumplimiento está hecho en este sentido amplio.

El texto es una mixtificación de dos, uno de Jeremías (32:6-15) y otro de Zacarías (11:12-13).

De estas profecías, lo que se quiere destacar es: a) la compra de un campo (Jer); b) a un alfarero (Zac); c) se destaca el precio rumboso en que te han apreciado (Zac), que era el precio de un esclavo (Ex 22:32); d) y se precisa la coincidencia: 30 siclos de plata (Zac); e) posiblemente se puede ver también algún intento de Mateo, al aludir a este pasaje de Zacarías, aunque aquí no lo dice explícitamente, el hecho de que esos siclos se “los tire.”

Sin embargo, ambas citas proféticas vienen puestas bajo el solo nombre del profeta Jeremías. Las explicaciones que de esto se dieron son las siguientes:

a)    por faltar la palabra Jeremías en algunos códices, piensan que primitivamente sólo figuraba la palabra profeta, y que el nombre sería añadido posteriormente por algún copista. Pero no explican su presencia en la masa de códices;

b)    Jeremías tenía el lugar principal entre los profetas; por eso, sus profecías venían al principio de los libros proféticos. Así, citar a Jeremías era citar, bajo el nombre más representativo, el grupo canónico de los profetas;

c)    por estar redactado a manera del procedimiento rabínico. Cuando usaban varios textos de diversos libros sagrados, los citaban bajo el autor más conocido de esos textos, que aquí es Jeremías.

 

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Octubre de 2005

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