EL MAESTRO JESUS

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Comentarios, Estudios y Reflexiones del Evangelio Contemplado

 

 

 

 

CAPITULO LVI

 

La Sepultura de Cristo, Jn 19:38-42 (Mt 27:57-66; Mc I5:42-47; Lc 23:50-56)

38 Después de esto, rogó a Pilato José de Árimatea, que era discípulo de Jesús, aunque secreto por temor de los judíos, que le permitiese tomar el cuerpo de Jesús, y Pilato se lo permitió. Vino, pues, y tomó su cuerpo. 39 Llegó Nicodemo, el mismo que había venido a El de noche al principio, y trajo una mezcla de mirra y áloe, como unas cien libras. 40 Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo fajaron con bandas y aromas, según es costumbre sepultar entre los judíos. 41 Había cerca del sitio donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual nadie aún había sido depositado. 42 Allí, a causa de la Parasceve de los judíos, por estar cerca el monumento, pusieron a Jesús.

 

COMENTARIO y ESTUDIO

José de Árimatea tuvo el coraje de pedir el cuerpo de Cristo a Pilato, sea directamente o por intermediario. Pero le estaba facilitado, ya que era sanedrita. Es lo mismo que al día siguiente harán los “príncipes de los sacerdotes” y “fariseos” (Mt 27:62ss) al pedir a Pilato guardia para el sepulcro.

También se destaca en esta obra a Nicodemo, del que se dice que es el que había venido a Cristo “de noche” cuando le consultó sobre su doctrina en Jerusalén (Jn 3:1ss). Acaso, con esta evocación de su vista en la “noche,” quiera aludir al miedo de Nicodemo de entonces y su decisión y valor para confesar a Cristo ahora. En los usos romanos estaba el conceder los cuerpos de los ajusticiados a petición de sus familiares. Filón refiere que, “al llegar las fiestas,” era costumbre entregar los cuerpos de los crucificados a sus parientes para darles sepultura.” No se sabe si se conformaban en este asunto de hacer que los condenados pasasen a tumbas comunes del pueblo; pero Roma siempre tenía sus procedimientos y excepciones, caso que hubiese ordinariamente querido respetar entre los judíos sus costumbres. Máxime cuando el proceso condenatorio y crucifixión fueron procedimientos romanos.

Entonces recibida por José de Árimatea la autorización de Pilato para bajar de la cruz y enterrar a Cristo, el relato dice que el mismo José de Árimatea “tomó su cuerpo,” sin duda con otros. En textos judíos se lee: “Se esperará hasta el crepúsculo, y entonces se baja (el cadáver) y se le desfija (del palo o cruz).” Esto explica bien la premura con que se hace el embalsamamiento y preparación funeraria para enterrar a Cristo. El tiempo urgía. La lectura del texto da la impresión de disponerse de un espacio de tiempo muy corto para todo esto.

Nicodemo, que debía de ser hombre rico (Jn 3:1), trae para enterrar a Cristo una “mezcla de mirra y áloe, como unas 100 libras.” La “mirra” es la exudación del árbol “bálsamo-dendron mirra”; era conocidísima de los judíos y usada, entre otros fines, para embalsamar. El “áloe” aquí se cita igualmente que es usado para embalsamamientos y se da a entender que es aromático.

La cantidad que se va a emplear en el embalsamamiento es “como de unas cien libras.” La “libra” griega venía a ser equivalente a 327 gramos. De aquí que unas cien libras viniesen a ser unos 32 kilogramos. Tanto, que se llegó a suponer si no estaría alterada, por error de algún copista, esta cifra. De ser original, expresaría el póstumo homenaje que le quería rendir Nicodemo. Y sería al tipo del riquísimo ungüento de nardo que, como homenaje, le había tributado María de Betania (Jn 12:3ss). El cuerpo de Cristo es enterrado “según la costumbre de sepultar entre los judíos.” Probablemente fue previamente lavado (Act 9:37), a pesar de la premura del tiempo, pues tal era la costumbre; máxime el cuerpo de Cristo, todo él con la sangre reseca de los azotes, corona de espinas, salivazos y crucifixión. La tradición de la época, da tanta importancia al hecho de “lavar” un cadáver como al de “ungirlo.”

Dice el evangelio que lo amortajaron, “envolviéndolo,” ligándolo  con lienzos y con “aromas.” Era la costumbre judía.

La finalidad de los aromas — mirra y áloe — no era propiamente para embalsamar. Los judíos no usaban la técnica egipcia, con estos aromas funerarios, buscaban alejar el hedor en la descomposición de los cadáveres y un cierto sentido de reverencia a los mismos.

Pero el pasaje de Jn, en el que aquí se dice con qué fue amortajado, “ligado,” plantea una dificultad. Los tres sinópticos dicen uniformemente que fue amortajado con un gran lienzo o “sábana”. Pero Jn, al describir la mortaja, usa otra palabra que fue traducida, ordinariamente, por “fajas” o “vendas.” La Vulgata, en cambio, lo traduce por Untéis, “lienzos.” Naturalmente, la primera traducción creaba un problema. ¿Cómo identificar una “sábana” con “fajas”?

Jn dice aquí que Cristo fue amortajado “según es costumbre sepultar entre los judíos.” Y cuando describe la resurrección de Lázaro, éste sale del sepulcro “ligados pies y manos con fajas  y el rostro envuelto en un sudario” (Jn 11:44), término estricto, el primero, para significar “fajas.” No ya por su divergencia con los sinópticos, sino por la misma divergencia consigo mismo, el término usado por Jn para indicar esta mortaja de Cristo ha de suponer otro significado.

De aquí se deduce que el término usado por Jn  es un término genérico, “lienzo,” del cual es una especie la “sábana”. Υ no hay la menor contradicción entre los sinópticos y Jn. Mientras éste se limita a decir que el cuerpo muerto de Cristo fue amortajado con un “lienzo,” sin precisar más, los sinópticos precisan que este lienzo era una “sábana.”

La misma premura del tiempo, que urgía, pues iba a comenzar muy pronto el día 15, la Pascua, al ponerse el sol, explica mejor que se lo hubiese envuelto en una sábana, que cubría el cuerpo (Mc 14:51.52), que no el entretenerse en fajar delicadamente el cuerpo de Cristo, como lo fue el de Lázaro.

En la “sábana” sólo se puso el cuerpo de Cristo, mezclado con aromas; pero su cabeza fue “envuelta” aparte en un sudario (Jn 20:7; cf. 11:44).

Cristo fue sepultado en el sepulcro de José de Arimatea. Estaba “cerca” del Calvario, y facilitaba cumplir el rito con la urgencia del día que comenzaba (v.42). Las familias ricas solían poseer sus propios sepulcros y, a veces, en sus propiedades. Este estaba en un “huerto” de la propiedad del mismo. Pero no ha de considerarse como un jardín cultivado, sino conforme al modo rústico oriental, con algunos árboles. Según las leyes judías rabínicas, los sepulcros debían estar, por lo menos, a 25 metros de la ciudad.

Conforme a los datos evangélicos, se ve que el sepulcro de Cristo estaba excavado en la roca; tenía de entrada un vestíbulo, al igual que otros sepulcros, y según testimonio expreso de San Cirilo de Jerusalén, que dice se destruyó cuando se levantó la iglesia constantiniana . En la cámara mortuoria había una especie de lecho en el que se ponía el cadáver. Debió de tener unos cuatro metros de largo por unos dos de altura. La entrada era muy baja; era un boquete abierto en la roca y se cerraba con una gran piedra giratoria (golel), empotrada en una ranura.

Jn destaca también una nota apologética de este sepulcro: era tallado en la roca y “nuevo, en el que nadie había sido puesto.” No podía, pues, ser robado ni haber confusión con otros cadáveres. De allí sólo podía salir Cristo, y resucitado.

 

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Octubre de 2005

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