EL MAESTRO JESUS

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Comentarios, Estudios y Reflexiones del Evangelio Contemplado

 

 

 

CAPITULO LIV

 

Vía Dolorosa y crucifixión, Mt 27:32-44 (Mc 15:21-32; Lc 23:26-43; Jn 19:16-24).

32 Al salir encontraron a un hombre de Cirene, de nombre Simón, al cual requisaron para que llevase la cruz. 33 Llegando al sitio llamado Gol gota, que quiere decir lugar de la calavera, 34 diéronle a beber vino mezclado con hiél; mas, en cuanto lo gustó, no quiso beberlo. 35 Así que lo crucificaron, se dividieron sus vestidos, echándolos a suertes, 36 y, sentados, hacían la guardia allí. 3? Sobre su cabeza pusieron escrita su causa: Este es Jesús, el Rey de los judíos. 38 Entonces fueron crucificados con El dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. 39 Los que pasaban lo injuriaban moviendo la cabeza 40 y diciendo: Tú, que destruías el templo y lo reedificabas en tres días, sálvate ahora a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de esa cruz. 41 E igualmente los príncipes de los sacerdotes, con los escribas y ancianos, se burlaban y decían: 42 Salvó a otros, y a sí mismo no puede salvarse. Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en El. 43 Ha puesto su confianza en Dios; que El lo libre ahora, si es que lo quiere, puesto que ha dicho: Soy Hijo de Dios. 44 Asimismo, los bandidos que con El estaban crucificados lo ultrajaban.

 

COMENTARIO Y ESTUDIO

El condenado a muerte de cruz — ”cruciarius” — debía llevar la cruz al lugar del suplicio.

La cruz constaba de dos travesaños: uno vertical, llamado “stipes” o “palus,” y otro horizontal, llamado “patibulum.” Generalmente, el reo sólo llevaba el “patibulum”; el “stipes” estaba ordinariamente empotrado en el suelo, en el lugar del suplicio. Plauto escribe en Carbonaria :Patibulum ferat per urbem.”

El “patibulum” lo llevaba el reo simplemente sobre un hombro o haciéndoselo pasar por detrás del cuello y atándole a él las manos.

Iba encuadrado entre cuatro “milites” al mando de un centurión, cuya misión era llevarlo al lugar del suplicio y custodiarlo hasta la muerte.

El “cruciarius” debía llevar una tablilla — ”titulus” — en la que iba escrita la causa de su muerte. Unas veces la llevaba delante de él en una pancarta, otras la llevaba colgada del cuello o de una mano. Esta tablilla, en ocasiones, se la blanqueaba para destacar más los caracteres. Este “titulus,” resumen del proceso, que luego debía ser colocado en la cruz, “según las reglas en vigor en la época imperial, debía ser redactado por escrito y después leído en alta voz. Eran considerados nulos los juicios proclamados sin ser escritos.”

También solía ir delante un heraldo proclamando los motivos de la condena. Al “cruciarius” se lo llevaba por los lugares más transitados, para ejemplaridad de la pena. Generalmente se solía crucificar, incluso en Roma, fuera de la ciudad  Y frecuentemente los sayones los azotaban por el camino.

Estos datos de la historia extrabíblica permiten valorar el relato evangélico. Mateo sólo da algunos detalles de este caminar por la Vía Dolorosa.

Al salir va a tener el encuentro con el Cireneo. Esta “salida” no se refiere al pretorio, pues supone que Jesús ya ha caminado, y no resiste físicamente con el peso de la cruz. Es al salir de la ciudad amurallada, hacia el campo, camino del Calvario.

Allí “encontraron a un hombre de Cirene”; se llamaba Simón, y era “padre de Alejandro y Rufo” (Marcos). La colonia cirenaica en Jerusalén era numerosa, pues tenían una sinagoga propia (Act 6:9). A la hora de este encuentro “venía del campo” (Marcos). El centurión se dirigió a él y lo “requisó” para que llevase la cruz de Jesús. La voz usada es de origen persa  y, lo mismo que su contenido, había pasado al uso de Roma. La autoridad podía “requisar” a alguien para que prestase un servicio público.

Al ver el centurión encargado de la custodia el agotamiento de Jesús, temiendo que no pudiese cumplir su condena por desfallecimiento, “requisó” a Simón de Cirene, pensando que se trataba de un servicio público, para que llevase la cruz de Jesús.

Se ha querido valuar el peso de ésta. A título normativo se han dado estas cifras verosímiles:

Stipes”: largo, 4 ó 4:50 m.; ”patibulum”: largo, 2:30 ó 2:60 m.

Peso total: 100 kilos. De donde el peso del ”patibulum” podría ser una tercera parte, sobre unos 33 kilos.

Y Simón de Cirene cargó él solo con la cruz, seguramente sólo el “patibulum,” yendo “detrás de Jesús” (Lucas).

Posiblemente, según costumbre, después de llevarlo con rodeos, para ejemplaridad, llegaron al Calvario. La topografía de este lugar es segura.

Su nombre, que Mateo traduce para sus lectores, corresponde al latino de Calva o Calvaría, y éste corresponde al hebreo gulgoléth, lo mismo que al aramaico gulgoltha', de la raíz galal, circular, rodar, de donde cosa redonda, redondeada, craneal. Su nombre se debe a la prominencia de la colina, que, dentro del terreno en que estaba enclavada, le daba este aspecto craneal. Son innumerables los lugares que en Oriente, por su prominencia geográfica, se llaman errash, la cabeza.

Mateo no describe detalles de la crucifixión. Sólo destaca que le dieron entonces a “beber vino mezclado con hiél.” La palabra “hiel” que usa, o tiene un sentido genérico de cosa amarga, redactado así por influjo del salmo 69:22, o el traductor habrá vertido la palabra mora', mirra, que estaría en el original aramaico, por la más usual y fonéticamente semejante de merorah o mererah, hiél. Es el “vino mirrado” que pone Marcos.

A los condenados a muerte se les ofrecía vino mezclado con fuerte cantidad de mirra, por creérselo narcotizante. En Jerusalén procuraban este brebaje a los ajusticiados las familias principales, y en su defecto era la comunidad la que se encargaba de procurarlo.

Pero Jesús, “en cuanto lo gustó,” no quiso beberlo. Tenía que beber el cáliz de la redención sin perder una gota de dolor. Esta escena tiene lugar antes de comenzar a clavarlo.

La forma de la cruz solía ser de dos tipos: la “cruz immissa” o “capitata,” que era cuando, al cruzarse el “patibulum” con el ”stipes,” éste sobresalía algún tanto; o la “cruz commisa” o “patibulata,” que era cuando no sobresalía este exceso, rematando la parte superior el “patibulum.”

Las cruces solían tener una especie de clavija o pequeño travesano a la altura del torso, sobre el cual se ponía a horcajadas al reo, descargando sobre él su peso. Se lo llamaba “cornu” o “sedile.”

La crucifixión con clavos era más rara que el atarlos, si se juzga por las referencias conservadas. Pero también, en ocasiones, además de clavarlos, se los ataba.

Lo que no existió en la antigüedad es el “suppedaneum” que se pone bajo los pies de Jesús, pues no tendría razón que lo justificase, y es en el siglo VI cuando se hace la primera mención de él.

De los datos evangélicos se deduce, o que la cruz de Jesús fue la “immissa,” o que de hecho vino a cobrar este aspecto al ponerse “sobre ella” el ”titulus”; y que fue sujeto con clavos, pues como tal muestra sus heridas en la resurrección (Lucas 24:39-40; Juan 20:20).

También su cruz debió de tener una altura mayor de lo ordinario, ya que el soldado, para darle a beber, pone la esponja en una jabalina. Las cruces eran bajas; los ajusticiados casi solían tocar el suelo. Se buscaba que no sólo las aves, sino los perros y chacales pudiesen devorarlos.

Una vez que le crucificaron, “sortearon sus vestidos.” Estos debían de ser: manto, cinto, sandalias y acaso una especie de turbante  con que se cubrían la cabeza. Pues la túnica “inconsútil” la sortean aparte. El emperador Adriano reglamentó el derecho de  los despojos de los condenados a muerte, refiriéndose explícitamente al “vestido”.

Luego se sentaron para hacer la custodia hasta su muerte.

Sobre su cabeza, es decir, “sobre la cruz” (Juan), pusieron el “titulus” con el motivo de la condena, según costumbre. Este “titulus” debía ser conservado por escrito y leído luego en voz alta. Se buscaba que la sentencia no pudiese ser arbitrariamente modificada, siendo además “remitida por instrumento a la provincia”; es decir, se supone el juicio dado por el procónsul en su capital. Este “titulus” que está sobre la cruz y trajo el reo, es un simple extracto del motivo fundamental de la condena. Por eso se dirá que había sido “escrito” (dictado) por Pilato (Juan 19:19). En los cuatro evangelistas, con pequeñas variantes refacciónales, es el mismo. Juan notará que estaba escrito en latín, griego y hebreo (arameo). Esto hace ver el desfile de gente que se esperaba. En las cercanías de Roma existen lápidas sepulcrales judías escritas en estas tres lenguas. Pilato, que condena a Jesús por temor a delaciones de un competidor de Roma, utiliza la misma acusación y motivo de la condena para burlarse de los judíos al crucificar a su Rey. Lo crucifica con dos ladrones. Los llevaron por la Vía Dolorosa a crucificar con El (Lucas), y los pusieron uno a cada lado; y “El en medio,” resaltará Juan. Eran “malhechores” (Lucas), y Mateo-Marcos los presentan como “salteadores.” Era aquella época turbulenta de agitaciones sociales y bandidaje, como Josefo refleja en sus escritos.

La ley judía prohibía ejecutar a dos personas el mismo día, pero la ejecución era romana, donde las ejecuciones múltiples eran ordinarias en el mismo Oriente.

Y en Pilato aquella triple crucifixión pudo ser razón de comodidad, pero más parece que de sarcasmo para crucificar a Jesús como “Rey de los judíos,” conforme a la “tablilla” que él dictó, en medio de dos ladrones; lo que corresponde al carácter de Pilato.

Mateo resalta luego no sólo el desfile del pueblo ante Jesús crucificado, sino que pone una triple clase de injurias que se le dirigían: por los que “pasaban,” “moviendo su cabeza,” gran desprecio oriental (Job 16:4; Is 37:22, etc.); por “los príncipes de los sacerdotes, con los escribas y ancianos,” que acaso formaban grupos ostentosos, hablando en voz alta para que se los oyese bien (Marcos), si no es que algunos le dirigían abiertamente los insultos como saetas envenenadas; y también los “bandidos,” aunque éste era uno solo; y Lucas añade también una cuarta categoría: los “soldados.”

La injuria era eco de la confesión ante el sanedrín la noche anterior; prueba de la rapidez con que la divulgaron. Era la errónea acusación hecha, que no valió para la condena, de destruir y reedificar el templo, y el proclamarse Hijo de Dios. Si podía lo primero, que se salvase ahora del tormento de la cruz. Y si era Hijo de Dios, Dios le ha de librar de sus enemigos, según se leía, en un sentido “sapiencial,” en el libro de la Sabiduría (2:18).

Pero era la hora de la redención, y por eso no podía bajar de la cruz.

 

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Octubre de 2005

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