EL MAESTRO JESUS

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Comentarios, Estudios y Reflexiones del Evangelio Contemplado

 

 

 

 

CAPITULO LV

 

La muerte de Cristo, Jn 19:28-37 (Mt 27:45-50; Mc 15:33-37; Lc 23:44-46).

28 Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura dijo: Tengo sed: 29 Había allí un botijo lleno de vinagre. Fijaron en un venablo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. 30 Cuando hubo gustado el vinagre, dijo Jesús: Todo está acabado, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu. 31 Los judíos, como era el día de la parasceve, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el día de sábado, por ser día grande aquel sábado, rogaron a Pilato que les rompiesen las piernas y los quitasen. 32 Vinieron, pues, los soldados y rompieron las piernas al primero y al otro que estaba crucificado con El; 33 pero llegando a Jesús, como le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, 34 sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua. 35 El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; él sabe que dice verdad, para que vosotros creáis; 36 porque esto sucedió para que se cumpliese la Escritura: “No romperéis ni uno de sus huesos.” 37 Y otra Escritura dice también: “Mirarán al que traspasaron.”

COMENTARIO Y ESTUDIO

Jn omite el grito de “abandono” que relatan Mt y Mc. Posiblemente obedece ello a que Jn quiere destacar la grandiosa majestad de Cristo en su muerte.

Sabía que todo el plan del Padre estaba ya “cumplido” (Jn 4:34; 14:4); sólo faltaba algo que Jn lo ve vaticinado en la Escritura. Y manifestó su “sed” (cf. Sal 22:16; 69:22).

La sed era uno de los tormentos ordinarios y más atroces de los crucificados. En Cristo esta “sed” tenía que ser abrasadora. Desde la “agonía” de Getsemaní, pasando por todos los “procesos,” flagelación y vía dolorosa, en la que desfalleció, la deshidratación producida tenía que causarle una sed abrasadora. No sería cálculo nada improbable unir a estos tormentos una fiebre superior a los 39°.

El sentir cristiano ha visto en esta ardiente sed de Cristo más que la simple sed fisiológica; reconociendo ésta, ve en ella otra “sed” más transcendente: “Por esta sed que dice, muestra que su muerte era verdadera, no fantástica; pero también se muestra el ardiente deseo de la salud del género humano.” Es algo implicado en esta sed fisiológica. Si Cristo libremente acepta y padece esta sed, lo es por la inmensa “sed” que tiene de honrar al Padre y de salvar a los hombres. Por eso, esta sed fisiológica es, a un tiempo, mérito y signo de su infinita “sed” redentora. Es lo que el sentir cristiano ve en ella. La sed física evoca, como en el pasaje de la Samaritana, la sed de almas. Es todo lo que le pedía a aquella samaritana, al decirle: “Dame de beber” (Jn 4:7ss) 44.

Con esto se “cumplía” la Escritura. En los Salmos se había descrito este tormento. El salmo al que sin duda se refiere — “en mi sed me dieron a beber vinagre” (Sal 69:22) — es mesiánico, sea en sentido “típico” o, como algunos quieren, en sentido “literal.” 45

Jn ve varios pasajes de la vida de Cristo a la luz de este salmo. Cristo aparece como centro de la Escritura.

Ante esta manifestación de “sed,” los que allí estaban, que, aunque no se nombran, han de ser los soldados, le van a ofrecer agua refrescante. Había allí una “vasija” o botijo “lleno de vinagre”. En realidad no era vinagre solo, aunque ésta era la denominación usual (Rut 2:14) 46. Las clases bajas romanas, especialmente los esclavos y los soldados en campaña, usaban frecuentemente un refresco de agua mezclada con vinagre llamada “posea”. A esta bebida alude, sin duda, el evangelista: la tenían allí los soldados para refresco durante el tiempo de la custodia.

Uno de los soldados tomó una “esponja” que tenía allí probablemente para limpiarse de la sangre y de la operación de las crucifixiones, y, mojándola totalmente  en la “posea,” la puso en el extremo de una lanza y la acercó a los labios resecos de Cristo.

El que los soldados ofrezcan este refresco a Cristo en su sed no lleva ningún propósito. Sería, en el intento del soldado, como un estimulante orgánico ante la expectación. Sin embargo, la construcción estilística de los sinópticos permitiría también suponer una acción misericordiosa de un soldado, al ofrecerle la “posea,” y una interpretación más o menos burlesca de “los otros,” sobre la posibilidad de la venida del profeta Elías a librarle de la cruz.

Cristo no lo aceptó; cuando recibió aquella oferta refrescante, al gustarlo en sus labios, lo rechazó (Mt 27:33.34).

En cambio, pronunció el Consummatum est: “Todo está cumplido.” El plan del Padre estaba cumplido, y con él las Escrituras. Cristo había cumplido su misión. “E inclinando la cabeza, depuso  su espíritu.”De los cuatro evangelistas, es Jn el que más acusadamente expresa este morir de Cristo. Acaso quiere con ello indicar lo que Cristo dijo: que nadie le quitaba la vida. Él era el que la daba de sí mismo (Jn 10:17-18).

Cristo murió en la Parasceve, el 14 de Nisán, víspera de la Pascua. Esta, conforme al cómputo judío de puesta a puesta de sol, iba a comenzar sobre tres horas después. Ya que, si Cristo muere en la hora de nona, que comienza a las tres de la tarde, la puesta de sol, “si aquel viernes cayó, como es muy probable, el 7 de abril, fue a las 6:23.”

Pero, según la ley judía, los cuerpos de los ajusticiados no podían quedar en el “palo” durante la noche; había que enterrarlos el mismo día, porque el reo así muerto es “maldición de Dios” (Dt 21:22-24). Y los crucificados, según hacen saber los autores de la antigüedad, podían vivir en la cruz, entre terribles dolores, “toda la noche y aun, pasada ésta, todo el día”; e incluso podían vivir tres o más días. Máxime se había de exigir que esto se cumpliese en este día, ya que, a la puesta del sol, comenzaba el día 15 del mes de Nisán, que era el día santísimo de la Pascua. Josefo atestigua que era la costumbre que se hacía en su tiempo con los crucificados. Por eso destacó aquí Jn: “por ser día grande aquel sábado.” Sólo estaba prohibido el trabajo en el día de Pascua y en el séptimo, pero no en los otros, aunque en ellos había especiales festividades religiosas; y, aunque posteriormente se incluyó el 14 de Nisán en la denominación de los “ázimos,”

Para ello, los “judíos,” que, como es frecuente en Jn, son los dirigentes, los celosos observadores de la ley, rogaron a Pilato, que abreviase aquel suplicio. Hicieron saber a Pilato, probablemente por subalternos del procurador (Jn 18:28c), que deseaban se respetase su ley en lo tocante a este punto. Pilato accedió a ello. Quiso no excitar rebeliones de fanatismo judío. Si la simple presencia de unos “estandartes” romanos estuvo a punto de provocar una revolución en Jerusalén en sus días, la profanación abierta de la ley con unos crucificados, en el día santísimo de la Pascua, podría dar lugar a todo tipo de rebeldías contra el procurador. Si los judíos pidieron al procurador que les “rompiesen  las piernas” y luego los quitasen de las cruces, es que sabían que habían de lograrlo, según los procedimientos penales romanos. Y esta petición era que se aplicase el suplicio del crurifragium.

Consistía éste en romper con una clava de madera o hierro las piernas de los crucificados, produciéndoles así la muerte casi instantáneamente. El crurifragium no era para los romanos parte de la crucifixión, como lo era la “flagelación”; pero era tan usual, que Cicerón dice de él que corría como un proverbio lo siguiente: “No se muere si no es partiendo las piernas” a los condenados.

En Mc (15:44) se dice que Pilato se admiró de la pronta muerte de Cristo. Esto orienta a pensar que la cruz de Cristo no tenía “sedile,” ya que los crucificados podían resistir hasta unos tres días vivos en la cruz, como se expuso arriba. Acaso se quiera también expresar con ello la libertad de Cristo en su muerte.

Pilato envió, con la autorización, soldados con estas clavas, para aplicar el “crurifragium.” Pero lo aplicaron a los dos ladrones. No se sabe por qué vinieron primero a ellos dos y dejaron a Cristo en medio. Acaso soldados distintos se apostaron uno a cada lado de los ladrones y les aplicaron el tormento por turno. Pero, como Cristo estaba muerto, no le aplicaron el tormento del “crurifragium.” El respeto a la muerte pudo contener a aquellos enviados. Pero, en cambio, uno de los “soldados,” acaso el centurión responsable de la custodia, para asegurarse bien y no tener luego posibles responsabilidades, le dio el golpe de gracia con una “lanza.” Contrapuesta a la jabalina o “pilum” romano, ésta era una “lanza” ordinaria. Con ella le “atravesó el costado”. El soldado buscaba, sin duda, atravesar el corazón, para garantizar la muerte, y hasta él, sin duda, llegó.

El efecto inmediato que se produce con esta lanzada es que “al instante salió sangre y agua.”

Los Padres han interpretado místicamente esta “agua” y “sangre” como símbolo del Espíritu (Jn 9:39) que se recibe en el bautismo (Jn 3:5); y la “sangre” no sólo testifica el sacrificio de Cristo, sino que en ella se ha visto una alusión a la eucaristía (Jn 6:51.53ss). Jesucristo “es el que viene por el agua y por la sangre” (1 Jn 5:6-8) 65. Y, en síntesis, han visto en aquellos a la Iglesia, esposa de Cristo, saliendo de él como “dormido,” como Eva salió del costado del primer hombre cuando dormía.

El sentido de haber dado esta lanzada al costado de Cristo y no romper sus huesos por el “crurifragium,” es precisado por el evangelista en sentido literal directo, se refiere al cordero pascual. En efecto, estaba legislado que al cordero pascual “no le quebrantaréis ninguno de sus huesos” (Ex 12:46; Núm 9:12).

Jn ve en Cristo el cumplimiento “típico” de esta prescripción profética, con lo cual está presentando a Cristo como el verdadero Cordero pascual, inmolado por los pecados del mundo (Jn 1:29).

Este texto de Jn presenta divergencias. En el v.31 son los “judíos” los que ruegan a Pilato que se descrucifiquen los reos y se los entierre. En cambio, en el v.38 es José de Arimatea el que va a Pilato y pide el cuerpo de Cristo. ¿Cómo armonizar esta divergencia? Cabría pensar que de este grupo de “judíos,” todos con un mismo propósito, se destacase, en nombre de esta representación, José de Árimatea por su categoría de “sanedrita” (Mc-Lc) y por su más fácil acceso al procurador o a sus allegados, y plantease el problema de los crucificados y pidiese el cuerpo de Cristo para enterrarlo él, concesión ordinaria por los romanos en o con motivo de las fiestas. También cabría que “después de esto” (v.38), es decir, de la intervención judía, actuase José de Árimatea. Pero acaso se explique mejor por la inserción aquí de dos “tradiciones” diferentes del mismo hecho, y que el evangelio recoge y yuxtapone: una más genérica — “los judíos”

También está más acentuado aquí el problema de las mujeres que aparecen en los sinópticos preparando aromas para llevarlos a la tumba (Lc), mientras que aquí no intervienen, cuando, por otra parte, al bajarlo de la cruz, Nicodemo utiliza entonces cien libras de aromas. ¿A qué iban estas mujeres, al tercer día, a un cadáver? ¿Iban a un acto póstumo de afecto y ofrecer aquellos aromas al estilo del pomo de nardo de María de Betania? (Jn 12:3). El testimonio directo de Juan es indudable. Acaso en los sinópticos, como se dijo, haya o este sentido póstumo de afecto, o una tradición distinta en Lc, o un modo terminativo e interpretativo libre del “suspense” de las narraciones de Mt-Mc. Puede haber elementos en los evangelios de relato libre, con valor didáctico, por ser — o poder no ser — historia estricta en todo detalle, ser kérygma, proclamación de la fe, y que pueble ser adornada en sus tesis fundamentales por razón didáctica.

 

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Octubre de 2005

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